España corre el peligro real de enfrentarse a un default. Es decir, suspender pagos. Eso nos llevaría a tener que pedir la ayuda al FMI, como le ocurrió a Gran Bretaña en 1997. La situación es gravísima, mucho peor de lo que pensamos, y lo que pensamos es que es muy mala. Un escenario como éste arrastraría al euro y, por tanto, nos podría echar de la moneda única o crear una especie de isla de Molokai, donde se metería a los países contaminados hasta que resolviesen sus problemas. Machacaríamos a una generación.
De esto se ha dado cuenta todo el mundo menos nosotros. Como reflejó Francis Ford Coppola en Apocalypse now (1979), es una situación surrealista. Los españoles estamos a punto de vivir nuestro propio Apocalypse si no somos capaces de reaccionar y hacer de la necesidad virtud. Si abordamos el plan de ajuste que no nos queda más remedio que hacer, en la línea de lo propuesto por José María Aznar en Financial Times, cabe la posibilidad de engancharnos a la recuperación internacional.
Europa en general y España en particular tienen que eliminar los cuellos de botella para que el crédito vuelva a circular, y para ellos es vital afrontar un recorte de los gastos estructurales del Estado, una reforma laboral en profundidad y del sistema financiero.
En medio de este descomunal lío, nos encontramos con un país de irresponsables.
En primer lugar, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Después, el jefe de la oposición, Mariano Rajoy, que se ha deslizado por un populismo barato, junto al resto de los grupos parlamentarios.
El único que se salva es el portavoz de CiU, José Antonio Duran i Lleida, que ha dado una auténtica lección de pragmatismo. Y en tercer lugar, los agentes sociales: Gerardo Díaz Ferrán (CEOE), Fernández Toxo (CCOO) y Cándido Méndez (UGT) parecen estar mucho más interesados en sus cálculos internos y personales que en evitar que el país se despeñe por el gran abismo.
Mariano Guindel, periodismo económico.