Opinión

Paul de Grauwe: El euro no tiene futuro sin una unión política

Desde que estalló la crisis griega, un presentimiento sombrío sobre el futuro de la zona del euro preocupa a los analistas y a los mercados financieros.

El programa de asistencia financiera de 750.000 millones de euros que conformó el 9 de mayo el Consejo Ecofin de la Unión Europea puede haber controlado el pánico reinante; pero no ha eliminado la sensación de que la moneda común está condenada. Existe una fuerte impresión de que el derrumbe puede haberse evitado por el momento, pero que habrá una implosión tarde o temprano.

¿Por qué ese repentino pesimismo? Inmediatamente después del estallido de la crisis bancaria, los países que integran la zona del euro se felicitaron por la protección que la región proporcionaba a sus miembros. Hoy, todo eso ha desaparecido. La zona del euro ha resultado ser particularmente frágil en lo que respecta a manejar la crisis de deuda soberana. Sin duda, no se trata de la magnitud de la deuda gubernamental y los déficits presupuestarios de la región en su conjunto. El ratio deuda-Producto Interior Bruto de la eurozona es ahora menor que el de Estados Unidos, y también aumenta de forma mucho más lenta.

Si un extraño viera esa cifra, seguramente concluiría que si hubiera probabilidades de una crisis de deuda soberana en algún lugar, sería en Estados Unidos y no en la zona del euro. El motivo por el que ocurrió en Europa es que el ratio promedio deuda-PIB de la zona euro oculta diferencias muy grandes entre países, y la región no tiene un mecanismo para manejar esas diferencias, que son sorprendentes. Países como Grecia e Italia tienen niveles muy elevados de deuda pública, lo que genera mayores temores respecto de su capacidad para cumplir con sus obligaciones de bonos en un contexto de bajo crecimiento económico. La mayor parte de los otros países de la eurozona tiene una deuda benigna en comparación con la de Estados Unidos y Gran Bretaña.

La impresión que se impone actualmente en los mercados financieros de que la zona euro está en grandes problemas de deuda soberana no se basa en hechos. Dada la solidez general de las finanzas gubernamentales, habría sido posible hacer frente al problema de la excesiva acumulación de deuda en Grecia, que representa sólo el 2 por ciento del PIB de la región. Sin embargo, ha resultado imposible hacerlo.

La razón es que no hay un mecanismo de internalización de la crisis mediante la organización automática de transferencias al país que experimenta problemas de deuda. La consecuencia es que los males de Grecia desencadenaron un contagio que amenazó con propagarse a otros países que, para el mercado, serían los próximos en caer en un posible incumplimiento de pago.

El contraste con Estados Unidos es grande. Allí hay regiones con déficit y superávit similares, pero esas divergencias se mitigan, sin que nadie lo note, mediante redistribuciones automáticas del presupuesto federal centralizado a las regiones que registran déficits.

Llegamos entonces a la clave de los problemas de la zona del euro: es una unión monetaria sin unión política. En una unión política, hay un presupuesto centralizado que proporciona un mecanismo automático de solidaridad financiera en momentos de crisis. Eso es algo de lo que carece por completo la zona del euro, por lo que, cuando estalla una crisis, los gobiernos empiezan a pelear. Algunos, como el de Alemania, se muestran indignados por tener que brindar apoyo financiero a otros ejecutivos irresponsables.

Se perdió mucho tiempo y la situación se agravó mucho antes de que los gobiernos de la zona euro acordaran su fondo de estabilización. Una unión política habría asegurado que las políticas presupuestarias fueran mucho más coor- dinadas, lo cual evitaría las grandes diferencias en lo relativo a los resultados fiscales. Sin eso, la unión monetaria no tiene futuro. Pasará de una crisis a otra.

Los países de la eurozona deberían aprovechar el desafío de la crisis de deuda para iniciar ese proceso de unificación.

Paul de Grauwe, profesor de Economía de la Universidad Católica de Leuven, Bélgica, y asesor del presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso.

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