Durante el último mes, asistimos a cómo los mercados presionan para tantear la credibilidad del euro como moneda única y el compromiso con el proyecto por parte de los Estados que lo conforman. Desde que comenzó su andadura el euro allá por 1999 y hasta 2008, el área de la zona euro disfrutó de un contexto económico benigno con crecimiento económico y escasa inflación. Sin embargo, vivimos desde el año pasado, por primera vez desde que existe la moneda única europea, un entorno económico recesivo, y ya se sabe que en época de vacas flacas es cuando se demuestra la verdadera unidad de cualquier proyecto.
Es una evidencia que en los países menos competitivos de la zona euro, por la inacción a la hora de llevar a cabo reformas digamos impopulares y por efecto de los estabilizadores automáticos (mayor gasto en protección social y ayudas por el lado de la demanda), los déficits públicos se han disparado llegando a los dos dígitos. El caso de Grecia ha sido el más paradigmático, con el agravante de que se ha sabido que disfrazó las cifras de déficit en los últimos años, aflorando las verdaderas recientemente con el cambio de Gobierno. Pero, en el fondo, los ataques a la deuda griega son ataques al resto de países con problemas y, en definitiva, al conjunto del euro. Llegados a este punto, los gobiernos de la zona euro más disciplinados, Alemania y Francia, se enfrentan a la disyuntiva de cómo ayudar al resto de miembros del club sin generar un rechazo en los contribuyentes de sus países y sin generar un riesgo moral en torno a por qué a apoyar a X hoy y no mañana a Y. La solución debería pasar por exigir a los países indisciplinados un calendario claro (y doloroso, que mermará el crecimiento, en los próximos años) de ajuste del gasto sujeto a revisión periódica, teniendo presente que dado el mermado crecimiento no se pueden hacer grandes previsiones de aumentos en los ingresos fiscales. Paralelamente, el BCE podría comprar deuda de estos países afectados, transmitiendo una señal de confianza a los mercados. Esto podría penalizar algo más al tipo de cambio del euro, pero eso incluso sería beneficioso para Alemania o Francia, grandes exportadores que se verían por ello beneficiados.
En definitiva, no olvidemos que todos los actores implicados están interesados en encontrar una solución que, aun con importantes fricciones por el camino, salve el éxito de la función, no sólo en el presente, sino para los próximos años. Si estos mismos actores tienen altura de miras, es posible que los actuales desasosiegos sirvan para sentar las bases de un proyecto aún más consolidado y más fuerte en el futuro y que la tragedia griega tenga un efecto de catarsis generalizado.
Valentín Fernández, director de Fonditel.