Cuando una empresa presenta unos beneficios de más de 8.000 millones de euros, pero ese mismo día cae en bolsa casi un 10 por ciento... ¿qué está sucediendo? Se lo intentamos explicar al presidente del Ejecutivo.
Una entidad tan solvente como Santander recibió ayer un castigo increíblemente severo sobre el parqué, pese a exhibir unos resultados muy sólidos. Desde luego, parece claro que no era el día en el que importase la contabilidad o los fundamentales. Era la jornada de los especuladores oliendo sangre. Habíamos dado todas las señales de que somos una economía herida y mal gestionada, y eso ha bastado para que los inversores apuesten contra España en cuanto han visto la ocasión. Algo que se plasmó en una caída en el Ibex de casi el 6 por ciento, cifra que sobrepasaba con mucho las pérdidas del 3 por ciento en el EuroStoxx europeo y del 2 por ciento en el Dow Jones estadounidense. Y el caso es que este comportamiento empieza a convertirse en una tendencia negativa: desde el 6 de enero, el parqué madrileño ha cedido un 16 por ciento, mientras que el alemán sólo un 8 por ciento.
Los mercados barruntan una bajada de rating de España, con el perjuicio que esto tiene para la financiación de todo el país, que se verá encarecida. Empezando por la banca y de ahí en cascada para abajo...
El propio presidente del Santander, Emilio Botín, renunció a acudir al desayuno con Obama en Estados Unidos para defender no sólo una magnífico balance, sino también la salud financiera de nuestro país. Si el grupo fuera británico, italiano o francés, seguramente Botín no habría tenido que destinar gran parte de sus esfuerzos de ayer para explicar que las medidas de Zapatero pueden ser efectivas y contribuirán a recuperar la credibilidad perdida en los mercados internacionales. A pesar de su empeño, la evolución tanto del Santander como de todos los bancos españoles no depende ahora de la gestión de cada una de las entidades, sino de que nuestro Estado no caiga ante los ojos foráneos al mismo nivel que Grecia.
Cierto es que España tiene un mercado bursátil con unos volúmenes lo suficientemente reducidos como para poder manipularlo con facilidad a golpe de movimientos especulativos. Y también es verdad que hay países como Reino Unido que no presentan una radiografía muy distinta de la española. De hecho, sólo hay que viajar a la capital londinense para observar cuán competitivas pueden llegar a ser algunas compañías españolas: use un aeropuerto; coja un autobús o el metro; tire basura; hable por el móvil; compre ropa y entre en una sucursal allí. Podrá ver que contamos con empresas que no tiene Grecia. El problema reside en un Gobierno que tira de la chequera con demasiada facilidad al tiempo que no da muestras creíbles de que va a devolver el dinero. Eso es lo que están penalizando los mercados.
Hemos llegado a un punto de no retorno. Una vez se tiene la mala fama, el mercado no discrimina. La veda se ha abierto y esos ataques predatorios terminarán repercutiendo en la economía real. El presidente lleva demasiado tiempo en alta mar agarrado a los sindicatos para no ahogarse en medio del naufragio de la crisis. Pero los tiburones del mercado han comenzado a rondarle. Debe saber que un tiburón sólo enseña la aleta cuando ha tomado la velocidad suficiente como para abalanzarse sobre su presa. Ayer, los mercados enseñaron la aleta al presidente. ¿Será capaz de sacudirse el lastre que le supone su carga ideológica y los sindicatos? De eso depende el que seamos capaces de, al menos, evitar mayores heridas que las que ya sufrimos. Y cuanta más sangre vertamos, más escualos acudirán. Un círculo vicioso... de tiburones.