
Hace unos pocos meses celebrábamos la Navidad ("Nativitas" - nacimiento), tiempo de afectos, de gratitud, de alegría, de esperanza, de unión, de paz, de amor. Tiempo de solidaridad, de empatía, de compasión, de caridad. Tiempo de humanos sentimientos.
En fin, tiempo de dar lo mejor de nosotros mismos, no en vano celebramos, festejamos y exteriorizamos, en una verdadera explosión de júbilo, el mayor acontecimiento de nuestra historia, el nacimiento de Jesucristo, el acontecimiento que marca el origen y el nacimiento de nuestra milenaria cultura. La formidable Cultura del Occidente Cristiano. Con razón, es tiempo de sentimientos, de sentimientos que nos forman, que nos motivan y nos guían. Sentimientos positivos que, a la vez, nacen y se crean de nuestros valores, de nuestros valores humanos.
Momentos especiales y propicios a reforzar los afectos de las personas, nuestras relaciones como seres humanos y nuestra integración como sociedad. Recibir y sentir afecto nos da confianza, fortalece el establecimiento de lazos y relaciones a la vez que aleja posibilidades de psico y sociopatías u otros trastornos de la personalidad. Algo muy lejos de lo que ahora acontece.
Apenas estamos asumiendo y nos encontramos haciendo una reflexión sobre lo que hemos vivido durante todos estos meses de cambios, de realidad inesperada, incierta y completamente desconocida para la totalidad de los mortales. La pandemia de covid-19 ha modificado todo; nos ha hecho vivir de un modo distinto, relacionarnos en la distancia e incorporar rutinas imprevistas. Del mismo modo, la crisis ha puesto de manifiesto, ante una realidad impensable hace solo unos meses que nos arrasó como un tsunami, que es fundamental reconocer y loar los aciertos y aquellas cuestiones de las que podemos presumir como sociedad, buen ejemplo ha sido la vacunación alcanzada en nuestro país.
A pesar de que arrancamos el proceso tarde y con incomprensibles tropiezos, en gran parte motivados por el desastre europeo en la gestión de la compra de vacunas, y la ausencia de ciencia y conciencia en determinadas áreas de gestión, podemos decir que la ciudadanía española, los ciudadanos, han mostrado un alto grado de madurez a la hora de afrontar la vacunación. Las personas han demostrado solidaridad, un comportamiento ejemplar y humano. La vacunación es un exponente claro del compromiso humano en libertad.
Una rápida consideración de la terrible crisis, solo cabe agradecer esta prueba de responsabilidad ciudadana y exigir a quienes nos gobiernan que estén a la altura del nivel que la sociedad está demostrando. No siempre es así.
Lamentable y evidente disarmonía entre ciudadanos y dirigentes de imprevisibles consecuencias, que apenas estamos asumiendo, cuando nuestro mundo estalla en brutal e inhumana agresión: GUERRA.
Una parte del mundo, Rusia, el totalitarismo, agrede a la otra parte, Ucrania, y amenaza al mundo libre, si en verdad hay mundo libre, que debería estar representado, como antaño, por Europa, por la cuna de Occidente.
Es cierto que "los hechos son tozudos" e invariablemente, tarde o temprano, descubren y evidencian las sagradas mentiras en las que nos hemos instalados. "No habrá más guerras, la guerra es imposible".
Esos falsos dogmas que la hipocresía política convierte en incontestables verdades a base de recalcitrante repetición, de esos pseudo principios con los que anulan la crítica, retuercen y dominan la opinión pública, induciéndole a posturas acríticas que convierte a la ciudadanía responsable y libre en un simple rebaño de pensamiento único y dominable. La guerra está ahí y lamentablemente nos deja sin capacidad de respuesta para evitarla o, al menos, defendernos. Nos sorprende con la guardia baja habiendo desoído el viejo proverbio "si quieres la paz, prepara la guerra".
Corrientes que dominan desde dirigentes a comunicadores. Hábilmente, infiltradas en la percepción colectiva. Son contundentes y rigurosamente planificadas, estrategias para ser compradas por la generalidad ciega a sus consecuencias. Sustitutorias de los principios y conductas que han creado y hecho posible la cultura cristiana y occidental: laicismo contra ética, valores y sentimientos; valor indeterminado del conjunto frente a los derechos fundamentales del individuo; igualitarismo frente a mérito y esfuerzo; feminismo, enfrentamiento y falsa igualdad frente a armonía y necesaria complementariedad; supremacía del autoritarismo y control sobre la libertad responsable; ecologismo radical y extremo frente a desarrollo armonioso y al inmutable derecho democrático a la propiedad privada; aborto y eutanasia indiscriminados frente al valor de la vida; supremacía animalista con demonización de lo humano; reconocimiento de ilimitados derechos antisociales a minorías auto marginadas, violentas y destructivas; las auto adjudicaciones de un poder dominante sobre el deber de responsabilidad y servicio público de quienes nos gobiernan. Es el más desaforado control del poder sobre el inviolable valor de la integridad humana o el mismo derecho a la libertad de las personas. Auténticas violaciones hechas bajo la maquiavélica manipulación de sentimientos como la solidaridad por decreto, la caridad y los derechos de las minorías; los derechos sin obligaciones o las obligaciones sin derecho.
Estas grandes mentiras, que destruyen nuestra cultura, justifican fines más que dudosos bajo demagógicas justificaciones y espurios planteamientos. Es una pseudo cultura que se infiltra y sustituye a los seculares valores que fueron fortaleza y guía de Occidente.
Es esa pseudo cultura que empieza por retorcer el principio de igualdad, del derecho a la igualdad de oportunidades por la quimera de igualdad permanente, desechando la sólida cultura basada en el mérito y el esfuerzo. Pseudo cultura del enfrentamiento y la aniquilación de la armonía social, cultura de todos iguales, todos inútiles y borregos manejables. Sofismas que, infiltrados e inconcebiblemente asumidas en muchas instancias, desorientan las estrategias y deberes fundamentales, priorizando verdaderas hipocresías sociales, y debilitan a la vieja Europa y la dejan sin la fortaleza y la autoridad suficiente para impedir o dar una respuesta contundente ante la brutal e inhumana invasión militar que se está consumando en estos momentos.
No podemos saber cuál será el desenlace, todo es posible, pero, aunque tarde y mal, ojalá estemos a tiempo de una reacción y un cambio de rumbo que impida la desaparición, no solo de la raza humana, sino también de la Cultura Occidental, hoy en grave peligro.