Los datos de empleo y afiliación de febrero devuelven las estadísticas al terreno positivo tras los retrocesos de enero, tradicionalmente un mal mes lastrado además por el impacto de la variante Ómicron en la actividad.
Pero esta relativa vuelta a la normalidad, según lo peor de la pandemia parece ir quedando atrás, también constata que el rebote de la creación de empleo empieza a dar señales de agotamiento. Así lo apunta el comportamiento de la afiliación, con un incremento del empleo menor que el registrado en febrero de 2020, y que sigue por debajo de los 20 millones. O que el número de afectados por los Ertes solo se haya reducido en 4.300 personas en el último mes. El Gobierno, lógicamente, obvia en su análisis cualquier atisbo de sombra y prefiere desviar el foco hacia los datos del paro y contratación que ofrece el Ministerio de Trabajo. Para ello fue para lo que diseñó una reforma laboral que prometía un efecto inmediato en las estadísticas del Servicio Público de Empleo Estatal. Y en un primera lectura, con un incremento de la contratos fijos del 139%, resulta innegable que dicho efecto se ha producido. Sin embargo, un análisis más detallado desvela que estas cifras incluyen una caída del 10% del peso de los contratos a jornada completa sobre el total de los indefinidos. Es decir, que el empleo de mayor calidad pierde terreno frente al de tiempo parcial y los fijos discontinuos, cuya denominación no esconde que son, de facto, contratos temporales. Que esta preocupante tendencia de precarización se detecte ya en el segundo mes en vigor de la reforma laboral confirma los temores sobre su ineficacia como herramienta para modernizar el mercado de trabajo español.