
No vamos a hablar en este artículo de la famosa inversión en valor (value) con tan destacados representantes en España, y tantos acérrimos defensores como detractores. Ni sobre la situación de China, ni del tapering de la Fed, la transición energética (tan necesaria como de elevado coste) ni otros tantos aspectos de la actualidad económica. Hoy queremos comentar un cambio en las conductas que afecta de manera transversal, ahora que la palabra está tan de moda, a los inversores y cómo afecta en los mercados financieros.
La irrupción de Internet hace ya lustros, ha trasfigurado de arriba abajo muchas industrias tradicionales y solo está en sus comienzos en la transformación de los servicios financieros, por sus ventajas evidentes en términos de inmediatez, comparabilidad, ubicuidad, mejora y democratización de la oferta, bajos costes y otros muchos beneficios que todos nosotros disfrutamos en el día a día. De esta manera, en todo el planeta y también, por supuesto, en España, los nuevos jugadores digitales han realizado una gran labor, apalancados en estas nuevas tecnologías, democratizando y poniendo a disposición de todo el mundo, cualquiera que sea su perfil económico, herramientas y servicios de ahorro e inversión que antes solo estaban al alcance de grandes patrimonios, permitiendo mejores y más rentables inversiones.
Sin embargo, toda luz genera sombras, y la comparabilidad y la inmediatez han generado una problemática que proyecta nuevos retos, especialmente en la forma de ahorrar e invertir de los pequeños y medianos ahorradores y muy especialmente de las generaciones nativas digitales. La comparabilidad e inmediatez genera efectos colaterales o, por ser más precisos, externalidades, de altísimas expectativas de rentabilidades inmediatas, inversión en productos y servicios en los que no es posible tener experiencia previa, el uso masivo de nuevas fuentes de información no profesionales que generan comportamientos gregarios, el seguimiento de actores no profesionales en redes sociales dispersas o fuera del radar de las autoridades o la aparición de modelos de gamificación para la inversión basados en conductas de recompensa inmediata. Todo ello claramente desafía los modelos regulatorios tradicionales, como hemos visto con el caso de Robin Hood y GameStop o la prohibición de la SEC americana al desarrollo de ciertos servicios a Coinbase. Nuevos desafíos de seguridad, privacidad, información privilegiada, manipulación... irrumpen, difíciles no ya de seguir, sino incluso de ser comprendidos tanto por los reguladores como por las entidades tradicionales, ya que desafían el modelo lineal y estructurado competitivo que ha imperado en los servicios financieros desde principios del siglo XX y que la disrupción tecnológica está convulsionando.
Los productos de ahorro deben cubrir necesidades futuras con el sacrificio en el gasto de hoy
Es obvio que, por encima de todo, debemos perseguir la adecuación de los productos de ahorro e inversión a sus objetivos de generación de riqueza y patrimonio, esto es, deben servir para cubrir necesidades futuras con el sacrificio en el gasto de hoy. Los modelos normativos actuales de definición de la adecuación de los servicios financieros de inversión en Europa, el conocido perfilado, deben dar respuesta a tres aspectos: conocimientos y experiencia inversora previa, objetivos de inversión y situación financiera. Estos tres factores, junto a la tolerancia subjetiva al riesgo, definen el perfil de cada persona y por tanto qué productos de ahorro e inversión se pueden y deben ofrecer a un cliente determinado. Pues bien, una parte importante de estos factores que, no olvidemos, miden la adecuación de una inversión para un cliente, como la experiencia previa o los objetivos de inversión, se han visto profundamente distorsionados por este nuevo entorno descrito en el párrafo anterior y, por tanto, son potencialmente generadores de una nueva generación de inversores desengañados, que nos haga retroceder nuevamente a escenarios desgraciadamente conocidos a finales de los años 90.
Por todo lo previo, queremos lanzar un mensaje de la necesidad de un esfuerzo conjunto y colaborativo en tres líneas de actuación de todas las partes involucradas. Primero, fomentar la educación financiera. En segundo lugar, generar las condiciones para explotar los enormes beneficios del entorno digital y quizás lo más importante, canalizar todo este nuevo entorno de una forma responsable y ética y respondiendo a sus objetivos reales de construcción de riqueza sostenible.