
Todos lo sabemos. La rentabilidad de los productos tradicionales de ahorro se ha esfumado. Esto no supondría un grave problema en una economía familiar al uso si no fuera porque la gran enemiga del ahorro avanza imparable: la inflación, que cerró agosto en el 3,3%. Así, con los tipos de interés en mínimos, batir a la inflación es una tarea complicada que pasa por invertir.
Y una de las alternativas más sencillas para lograrlo son los fondos de inversión. Pero ¿cómo hacérselo saber al pequeño ahorrador? ¿Cómo vender un fondo de inversión a alguien que no sabe qué es un fondo? Porque la falta de conocimientos es un problema aún mayor que esa falta de rentabilidad en los depósitos.
Según un estudio realizado por el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) en 2018, cuatro de cada diez españoles no comprenden el significado de la palabra "inflación", un 46% no entiende el concepto de "interés compuesto" y un 49% desconoce la "diversificación de riesgo". ¿Cómo resolver esta difícil ecuación? La respuesta parecía sencilla: la educación. Llevarla a la práctica, no tanto.
Derribar esos grandes mitos de que la inversión es algo complejo, difícil de comprender y reservado a unos pocos ricos no es sencillo. Tarea difícil, pero no imposible; porque hay tres valiosas herramientas de las que servirnos.
1. El lenguaje
Cualquiera es capaz de aprender lo suficiente como para adentrarse en el mundo de la inversión. El problema es que el lenguaje financiero está lleno de palabras grandilocuentes y frases repletas de tecnicismos que restan sexapil a la inversión. Sin embargo, si se explica de forma sencilla, todo el mundo puede entender el funcionamiento de los productos financieros. No es lo mismo decir "suscribir" que "comprar". Ni "reembolsar" que "vender". Lo mismo pasa con la renta fija. ¿Por qué llamarlo "letra", "bono" u "obligación" cuando puedes hablar de "préstamo a 12 meses", "préstamo a 5 años" o "préstamo a 10 años"?
Por eso, el primer paso es eliminar esos tecnicismos y hacer las cosas fáciles, entendibles. Sólo así podrán ser apetecibles y llevar a las personas a querer saber más.
2. Estar donde está tu público
Las vías para llegar a los ahorradores son muchas, pero hay que saber cuáles son las adecuadas, porque hay muchos tipos de ahorradores. ¿Dónde están los jóvenes? ¿Están en las webs de las entidades financieras? ¿En los medios económicos? ¿O están en las redes sociales y en Spotify? ¿Y los mayores? ¿Abren mails? ¿Escuchan podcast? ¿En qué red social se mueven?
En este sentido, es importante no dar nada por supuesto. En nuestro caso, por ejemplo, al dirigirnos a un público millennial, pensábamos que la principal vía para conectar con ellos serían los vídeos. Nos equivocábamos. A lo largo de estos dos años nos hemos encontrado con que lo que mejor está funcionando son los podcasts y los e-mails. ¿Quién nos lo iba a decir?
3. Saber qué quieren los ahorradores e inversores
Igual de importante que saber dónde están es saber qué quieren. Nadie tiene por motivación ahorrar por ahorrar. Invertir por invertir. De hecho, el dinero no es más que un vehículo para lograr los sueños. Si queremos despertar consciencias, hay que apelar a "su" necesidad, no a algo genérico. Porque si algo les mueve, buscarán la vía para lograrlo.
Ese sueño puede ser ahorrar para los estudios, hacer el viaje de su vida, independizarse, emprender o comprarse una moto…. Cada persona tiene el suyo, por lo que la escucha se convierte en una herramienta fundamental a la hora de acercarse al ahorrador.
Lenguaje, cercanía y comprensión son los tres pilares básicos para eliminar mitos y acercar la inversión a la sociedad. No se trata de "vender", sino de informar, de educar. El objetivo no es convencer ni llevar a tomar riesgos porque sí. Se trata de que la gente entienda lo que la inversión puede hacer por ellos, con sus riesgos y potencial y sólo entonces, entonces sí, decidan embarcarse en el mundo de la inversión.