
La tasa del 3,3% que el IPC español alcanzó en agosto contrasta con el avance del 1,9% en Francia. La gran diferencia radica en que la electricidad es un 27% más barata en el país vecino, pese a que en el mercado energético francés también funciona según criterios marginalistas y en él influyen fuerzas que no puede controlar (los precios internacionales del gas o la subida de los derechos de emisión de CO2).
Sin embargo, Francia compensa esos factores con una tarifa regulada mucho menos volátil que la española, que ahora está sujeta a referencias fijadas hace un año, cuando el precio esperado de la electricidad era mucho menor. En España podría ya funcionar ese mismo sistema, si el Gobierno hubiese aprovechado el tiempo del que dispuso desde 2018 para hacer esa reforma.