Opinión

Diez años sin Jorge Semprún

Jorge Semprún

Conocí y traté a Jorge Semprún al inicio de 1966, tras compartir asientos en el comité de Redacción de la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico, que impulsó otro exiliado, José Martínez. Fue éste quien quiso que entráramos allí unos cuantos jóvenes españoles de izquierdas que estábamos en París becados por el Gobierno francés (De Gaulle era entonces el Presidente de la República). Y fue un alto funcionario gaullista, Joseph Simonet, quien había impulsado aquellas becas. Simonet había sido miembro de la Resistencia contra los nazis y había escapado de sus garras a través de España (la policía lo detuvo y lo metieron en los calabozos de la Puerta del Sol, pero el Gobierno de Franco lo dejó escapar a Portugal y de allí se fue a Inglaterra).

Jorge Semprún y Fernando Claudín acababan de ser expulsados por Santiago Carrillo del PCE y, la verdad, me dio la impresión de que Semprún estaba contento con aquella expulsión. En realidad, allí empezó para él una nueva y brillante vida literaria, cinematográfica y personal. Tenía entonces 42 años y había ganado el premio Formentor con su primera novela, El largo viaje, y se acababa de estrenar o estaba a punto de estrenarse la película de Alain Resnais, La guerre est finie, cuyo guion había escrito Semprún. Una película en gran medida autobiográfica que protagonizaron Ives Montand e Ingrid Thulin.

Jorge Semprún no pudo recoger el premio Formentor en Mallorca. Tampoco la novela se tradujo hasta después de muerto el dictador.

Semprún no había cumplido los veinte años cuando –ya exiliado con su familia en Francia- fue detenido y torturado por pertenecer a la Resistencia antinazi. Luego fue internado en el campo de concentración de Buchenwald. En el campo de concentración, llevando pegado en su zamarra un rombo de color rojo, de preso político, con una "S" negra de spanier (español), se integró en el PCE.

"En cualquier caso, fue en Buchenwald, entre los comunistas españoles de Buchenwald, donde se forjó esa idea de mí mismo que me condujo más tarde a la clandestinidad antifranquista", escribió Semprún en Viviré con su nombre, morirá con el mío.

Este escritor supo transformar 'el dolor del regreso' en arte y vida que el lector aprovecha

Buchenwald está al lado de Weimar, bajo las colinas de Ettersberg donde Goethe y Eckermann tanto habían conversado. Weimar dio nombre a la Constitución y a la República alemana de entreguerras, y fue destruida por los nazis tras su llegada al Gobierno en 1933.

"Weimar, la ciudad de Goethe. Los rastros de su presencia están en todas partes. Como también los recuerdos de Schiller, de Listz, de Nietzsche, de Groupius; en resumen, los de la más alta cultura europea. Si el tiempo es soleado, (…) uno puede pasear por las orillas del Ilm, cerca de la ciudad".

Semprún retomó con frecuencia a Buchenwald, a la nostalgia, que en su acepción etimológica significa "el dolor del regreso". Un dolor que el talento del escritor transforma en arte, en vida que el lector aprovecha.

Tres hechos marcaron la vida y la literatura de Semprún: el exilio, la deportación y la militancia en el PC. Hay en su obra, es cierto, al menos una excepción luminosa, su libro Adiós, luz de veranos, que nos lleva a sus años juveniles, Un libro hermosísimo, que forma parte de un corpus cuyo emblema bien podría ser Callar es imposible, la frase que, en una ocasión, Semprún recitó a dúo con Elie Wiesel.

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