
Conocí a Javier Reverte a través de su hermano Jorge y nos hicimos amigos (era imposible no hacerse amigo de Javier). Luego me pidió que le presentara su primer libro sobre África, que fue un éxito de ventas impresionante. Mucho más tarde, la psiquiatra forense Asunción Núñez me llamó con una demanda insólita: "¿Podemos comer con Javier Reverte? Es un escritor que me gustaría conocer". Llamé a Javier y me comprometí a pagar la comida. Fue un encuentro en verdad tan divertido como memorable.
Luego vinieron sus problemas con la Seguridad Social, que le hizo pagar –una vez jubilado- un dinero que espero que se le haya devuelto. O que se devuelva a sus herederos.
Javier falleció el último día de octubre a causa de un cáncer, "una larga enfermedad", en el decir de la prensa. Sus cenizas, por deseo suyo, irán a Valsaín, en Segovia. Por qué elegir dónde van a ir tus restos, yo, desde luego, no lo entiendo.
El último viaje de Javier lo hizo a Turquía, para preparar el último de sus libros.
Javier nació en Madrid en 1944 y se apellidaba Martínez Reverte. Estudió Filosofía en Madrid y se diplomó en Periodismo por la Escuela Oficial de Periodismo, también de Madrid.
Espero que la Seguridad Social haya devuelto el dinero que pagó Javier Reverte
La admirable obra de Javier es una larga producción de más de cuarenta libros. El primero fue "La aventura de Ulises" (1973), pero el éxito de ventas le llegó con la trilogía que dedicó a África: "El sueño de África. En busca de los mitos blancos del continente negro" (1996), Vagabundo en África (1998) y "Los caminos perdidos de África" (2002).
Aparte de gran reportero fue un buen novelista y junto a su hermano Jorge escribió "Soldado de poca fortuna" (2001), memorias de Jesús Martínez Tessier, el padre de ambos. El padre, a quien no conocí, era también un gran periodista. Siendo muy joven, durante la guerra lo llamaron a filas los republicanos. Luego, para evitarse problemas, se fue a sufrir a la División Azul en el frente de Rusia. Lo pasó fatal
La última vez que comimos juntos fue memorable: un almuerzo que nos ofreció su amigo –y el mío- Manu Leguineche en Sigüenza. Fue aquella una comida definitiva. Manu, también viajero como Javier y con quien había escrito un libro sobre el Desastre de Annual, se había encerrado en su casa de Sigüenza y, lo diré con dolor, lo hizo para dejarse morir. Lo cual no le impedía comportarse con honor y su siempre adorable talento.
Las pruebas de lo que acabo de escribir sobre Leguineche eran su falta de movilidad (se desplazaba en silla de ruedas) y el descuido alimenticio, pues siendo, como era, diabético, se zampó aquel día una tarta entera él solito.
Estos dos escritores de mi generación (a Leguineche lo traté en la Universidad de Deusto y allí jugué al fútbol contra el –yo "fino estilista", según él me decía, y él un leñero-). Después se trasladó a Valladolid, donde inició su andadura con el apoyo de Miguel Delibes.
Los dos se han ido y una parte de mí con ellos.