
El 25 de septiembre de 2015 los países integrantes de la ONU firmaban un acuerdo histórico en favor del desarrollo sostenible. El mundo se dotaba así de una estrategia global para hacer frente al futuro, que llamó Agenda 2030 y que incluía 17 objetivos, 169 metas y 232 indicadores para su seguimiento. El mundo había identificado los problemas y también las soluciones, y puso estas en orden para que todos – gobiernos, empresas y sociedad civil- contribuyeran con decisión a su consecución.
Comenzaba así un nuevo viaje de Ícaro y Dédalo. Como este último, nuestra genialidad y anhelo de progreso nos llevó a construir un "laberinto del Minotauro", del que era difícil escapar. La propuesta de una agenda global, que pone nombre a los desafíos y a sus respuestas, resultó ser como esa posibilidad de volar y volver a casa.
Celebramos estos días cinco años de ODS, el mismo año en que las Naciones Unidas cumplen 75 años de existencia. En una época en la que el multilateralismo parece estar en crisis, en la que cada vez es más complejo llegar a acuerdos globales y mantener los ya existentes, 2015 destacó como el año de las grandes iniciativas internacionales. Algunas de esas iniciativas están dando forma a nuestro mundo actual y, sobre todo, a nuestro futuro, al propiciar otras iniciativas, estrategias y leyes. 2015 fue el año del histórico Acuerdo de París sobre el cambio climático, y también en el que el G20 constituyó un grupo de trabajo para profundizar en el impacto económico asociado al cambio climático; era la 'Task Force on Climate-related Finantial Disclosures' (TCFD).
Pero si una de estas iniciativas ha hablado desde el comienzo el idioma de todos, esa es la Agenda 2030. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible calaron rápido en el lenguaje corporativo. Los presidentes, CEO y altos directivos de compañías de todos los sectores y países entendieron y asumieron con facilidad los desafíos y soluciones allí propuestos, y llenaron sus declaraciones de ellos y sus solapas de aros de colores.
En estos años, las direcciones de sostenibilidad y los responsables de reporting han llevado a cabo un trabajo de identificación de ODS prioritarios a los que contribuir, y lo han hecho, en más casos de los que debería, a través del business as usual. Y es que resulta relativamente sencillo rastrear las actividades corporativas y asignarlas a los ODS. Toda empresa, por el mero hecho de serlo, puede contribuir en mayor o menor medida a la generación de trabajo digno y crecimiento económico, a la innovación, al consumo responsable, a la acción por el clima, la igualdad de género o a las alianzas. Además, si se trata de una compañía energética, enseguida podrá apuntarse a la 'Energía asequible y no contaminante'; si es industrial, tecnológica o de infraestructuras, también hay un ODS para ella –Industria, innovación e infraestructuras-; y si es de operación, mantenimiento o servicios, el ODS 'Ciudades y comunidades sostenibles' le estará esperando con los brazos abiertos. Por último, quien más quien menos tiene algún proyecto filantrópico con el que poder sumar a la lista el fin de la pobreza, del hambre o la educación de calidad. Se llenaron entonces las webs, los informes y los planes estratégicos de pegatinas de colores, como lo hicieran las solapas de los líderes.
Esta práctica sirvió para engancharse a la ola y sensibilizar, pero poco aporta al logro de las metas de los ODS. Así los indicadores no se mueven.
Otras compañías más avanzadas y menos numerosas, en cambio, optaron por proponer objetivos más ambiciosos. Identificaron los ODS que más necesitan ser impulsados en los entornos y países donde operan, las estrategias definidas por los gobiernos de dichos entornos, con sus prioridades particulares, y definieron sus propios objetivos de contribución, más allá de su actividad habitual, un paso más, o dos. Solo así, añadiendo, se puede hablar de contribución, se puede conseguir el reto.
La primera vía se parece bastante al vuelo de Ícaro y Dédalo, con alas de plumas y cera. Cuanto más se acerquen al sol las compañías que siguen este método, más evidente quedará su debilidad.
Y el caso es que nos estamos acercando al sol. Este quinto aniversario es además el inicio de la última década para lograr los ODS. Naciones Unidas la ha bautizado como la década de la acción, pues se han llenado muchas páginas de palabras, adhesiones e intenciones, pero pocas de números, de incrementos o reducciones. Son escasas las compañías que miden y monitorizan su contribución adicional a los objetivos de la Agenda 2030 y probablemente este es uno de los principales retos para lograrlos.
El año 2020 va pasando entre el shock y la incertidumbre, y podríamos caer en la tentación de creer que el corto plazo ha vuelto a ganar al largo. Sin embargo, lejos de decaer el interés por los ODS, la propuesta de una recuperación sostenible se propone como la única opción válida para retornar a la senda del futuro. La Gran Recesión de 2008 nos enseñó muchas cosas. Una de ellas es el alto precio de apostar solo por lo inmediato. Otra es el riesgo de abordar solo la dimensión económica de la crisis, descuidando la social, las desigualdades que aumentan, las injusticias, el desempleo, la crispación que trae consigo desconfianza, intolerancia, indignación…
Decía hace unos días el vicepresidente ejecutivo de la Comisión Europea, Frans Timmermans, en el encuentro anual de Bruegel, uno de sus mejores discursos hasta la fecha, que "no hay vuelta a los negocios como los conocíamos. ¿Por qué gastar dinero para mantener las cosas como estaban, cuando sabemos que necesitaremos dinero nuevamente para cambiarlas en un futuro cercano? Sería un desperdicio e incluso irresponsable, ya que es posible que ya no haya dinero nuevo disponible en un mundo agobiado por la deuda pos-COVID. Y tendríamos miles de millones de activos varados. El dinero que usamos ahora es dinero prestado de las próximas generaciones. Gastarlo en su futuro, en lugar de en nuestro pasado, es un imperativo moral y una cuestión de buen sentido económico. No tenemos opción. La deuda que cargaremos sobre los hombros de nuestros hijos y nietos hace que sea aún más necesario asegurarnos de brindarles un futuro mejor. Un futuro más limpio, un futuro más saludable y un futuro más justo".
Nuestras alas no podrán ser de cera y plumas. Hemos de salir del laberinto del Minotauro, pero hemos de hacerlo con decisión, con consistencia, con la mirada en el futuro. Y la Agenda 2030 sigue siendo una buena guía.