Opinión

La factura de la 'nueva normalidad'

La lucha contra el fraude y la economía sumergida, clave para fortalecer las arcas públicas y el sistema sanitario

En plena desescalada del confinamiento por el Covid-19, son muchas las voces que opinan sobre cómo será el mundo post-coronavirus. La mayoría auguran grandes cambios sociales y económicos bajo la premisa de que nada volverá a ser igual. No obstante, también coinciden en señalar que el coronavirus no es el causante sino una especie de reactivo que estaría acelerando los cambios generados por la irrupción de las nuevas tecnologías.

Entre otros cambios, se anuncia que pasaremos a usar masivamente el dinero electrónico abandonando el efectivo; que predominará Internet para realizar las compras habituales; que la educación online y el teletrabajo se generalizarán y consolidarán; que el principal ocio que consumiremos será el digital, y que los robots y la inteligencia artificial substituirán a muchos trabajadores antes de lo esperado. Se advierte de que no hay marcha atrás y que será necesario adaptar nuestros marcos mentales y sociales a estas nuevas realidades.

Las empresas de internet deben pagar en los países donde obtienen sus beneficios

Ahora bien, si esta crisis ha demostrado algo es que sin fondos públicos no es posible disponer de un sistema de salud preparado, y mucho menos paliar sus perjudiciales efectos económicos y sociales. Sin recursos, los Estados no sólo no pueden hacer frente a emergencias sanitarias de esta magnitud, sino que es muy difícil que puedan garantizar el bienestar de sus ciudadanos. Por consiguiente, en ese escenario de la "nueva normalidad" que nos viene, también será necesario plantear cambios en el conjunto de los impuestos para mejorar el reparto de las cargas tributarias, así como poner fin de una vez por todas a la economía sumergida, al fraude y a la evasión fiscal.

Asimismo, en un mundo con una economía globalizada, las obligaciones fiscales también deberían recaer sobre las grandes empresas que operan a través de Internet y que eluden pagar impuestos allí dónde verdaderamente obtienen sus beneficios. Urge que la OCDE consiga sacar adelante su plan de reforma tributaria internacional basado en dos pilares: la aprobación de una única tasa Google global y la harmonización de los tipos impositivos de los impuestos de sociedades de todos los países, de manera que se consiga un reparto más equitativo de la riqueza a nivel mundial, y, en caso contrario, que la Unión Europea tome la iniciativa.

El coronavirus no es el causante sino una especie de reactivo que estaría acelerando los cambios generados por la irrupción de las nuevas tecnologías

Además de la necesaria reforma de la fiscalidad internacional y del dinero que pueda venir de Europa, ya sea en forma de coronabonos o de ayudas directas gracias a los contribuyentes comunitarios, también sería hora de que todos fuéramos conscientes de que la fortaleza de nuestros servicios públicos depende fundamentalmente de todos nosotros. Los aplausos y las donaciones son de agradecer, pero el mejor reconocimiento que podemos hacer sería no eludir las obligaciones fiscales y contribuir al gasto público de acuerdo con la capacidad económica de cada uno.

Nuestro sistema tributario es progresivo, es decir, que quién más tiene o gana más impuestos tendría que pagar, pero demasiadas veces quién termina pagando es quien tiene menos posibilidades o recursos para evitar su pago. La próxima vez que nos pregunten si queremos factura, estaría bien que hubiéramos aprendido la lección de las nefastas consecuencias que tiene para las arcas públicas la decisión de querer ahorrar unos euros no pagando uno u otro impuesto, porque en caso contrario seguiremos teniendo unos servicios y prestaciones públicas deficitarios sin asumir nuestra parte de responsabilidad.

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