Opinión

Es momento de contar con las empresas familiares

Sin las empresas familiares será imposible salir de esta crisis

Las empresas familiares españolas, que constituimos el tejido productivo y de generación de empleo más importante del país, como ocurre con en el resto del mundo, seremos nuevamente el pilar fundamental para superar la crisis sobrevenida por el coronavirus. Es seguro que precisaremos de mucho esfuerzo para superarla. Pero terminaremos saliendo adelante apelando al sentido común y aplicando planes y estrategias muy ajustados a la realidad, que es el terreno en el que nos movemos los empresarios.

La prioridad que tenemos ahora como sociedad es neutralizar la extensión del virus, o al menos frenarla para que los posibles contagios puedan ser atendidos con normalidad por nuestro sistema sanitario. Y prácticamente, de forma simultánea, reactivar la economía para tratar de minorar al máximo los efectos de la crisis, que nos trae unas previsiones devastadoras.

Sin tejido productivo es difícil que se pueda mantener el Estado de Bienestar

Datos como los ofrecidos hace unos días por el mismo Gobierno, que apuntan en el más favorable de los escenarios a una caída del 9,2% en el PIB este año (lo que no llegó a caer la economía a lo largo de los tres años que duró la recesión de 2008), nos ponen en alerta y nos anticipan la dimensión del sacrificio que tendremos que afrontar. Sólo en el primer mes de la cuarentena, 122.000 negocios en España echaron el cierre y son ya cuatro millones de trabajadores lo que están sometidos a un Erte, aparte de otros 600.000 parados más.

Desgraciadamente, esta crisis coincide con una coyuntura de extremada debilidad financiera del Estado, que limita el margen de las Administraciones Públicas para mitigar sus efectos en los ciudadanos. Siguiendo con las previsiones macro del Gobierno, multiplicaremos por tres el actual déficit público, hasta situarlo en el 10,34% del PIB, y la deuda se disparará hasta el 115%. Por tanto, en adelante, para que la maquinaria del Estado no pare, seguiremos dependiendo de la deuda pública que seamos capaces de colocar en los mercados y, no nos engañemos, de los recursos que, vía impuestos, seamos capaces de aportar trabajadores y empresas.

Por todo ello, quizás más que nunca, estamos obligados a proceder con prudencia y a reforzar la confianza de cara a acreedores e inversores con cada decisión de índole económica que adoptemos. Se necesita prudencia y ortodoxia para sacar adelante, con el máximo consenso político, social y empresarial, un plan de reactivación económica que será el que nos permita afrontar en mejores condiciones el futuro.

Estar ceñidos a la realidad, por ser nuestro territorio natural, es lo que ha permitido a las empresas familiares comenzar ya a adaptar sus estructuras y modificar sus planes con el fin de asegurar la protección de sus empleados, tratar de reducir sus riesgos financieros y modificar sus planes para resistir el nuevo escenario de mercado. Nuestra voluntad está comprometida primero con las personas y, por consiguiente, con los territorios donde se asientan. Y siempre con la vista en largo plazo, lo que constituye la mejor garantía para edificar un futuro próspero y sostenible.

Los ciudadanos y las instituciones deben saber que, a pesar de los negros nubarrones, podrán seguir contando con las empresas familiares. Pero también necesitamos ahora que, dentro de los márgenes posibles, el Gobierno ponga todo su acento en intentar preservar por todos los medios el tejido productivo.

Necesitamos que se siga afluyendo liquidez nuestros negocios y que contemos con la máxima flexibilidad para organizar nuestras plantillas y nuestros procesos y podernos adaptar así a la nueva realidad que nos impone la crisis y las nuevas características del mercado que se derive de ella. Y seguramente sea el momento también de intentar mover la economía mediante incentivos a la demanda, prioritariamente dentro de sectores con fuerte tracción para otros segmentos de la economía, o de reconsiderar normativas para hacer de España un país atractivo para aterrizar nuevos proyectos productivos con alto valor añadido. Y eso pasa, además, por incentivar la creación de empleo y reconsiderar la fiscalidad empresarial.

Sin economía, sin un tejido empresarial potente, será difícil que podamos mantener nuestro Estado de bienestar. Las empresas familiares seremos los primeros en arrimar el hombro y sabremos estar a la altura de las circunstancias.

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