
Más allá de ciertos adjetivos, como técnico o suave, Argentina entró en el noveno default en sus 210 años de vida independiente. Para evitar la catástrofe y buscar una solución a tan grave problema, el gobierno kirchnerista de Alberto Fernández prorrogó las negociaciones hasta el 2 de junio. Con esta medida, en los más álgido de la pandemia y cuando se espera una caída de más del 8% del PIB en 2020, se evitó que la economía terminara saltando por los aires. Pero, la duda es si el Covid-19 está ayudando a Argentina, al situarla en una posición deudora similar a la de otros países, o no, al obligar a los acreedores extranjeros a aplazar sus decisiones esperando que escampe.
Sin embargo, en un país tan singular como Argentina todo es fugaz y transitorio. También todo es posible, especialmente cuando se habla de deuda y de relación con el mundo exterior. Por eso, muchos bonistas se preguntan si este país es el mismo que en 2001 celebró la cesación de pagos como si fuera una gran fiesta. Entonces fueron 102.000 millones de dólares, el mayor default de la historia económica contemporánea, aunque esta vez, con una deuda superior a los 320.000 millones, se pueden batir todas las marcas.
Sin los socios de Mercosur, las opciones para salir de la crisis serán mínimas
Argentina también es singular al tener una ex presidenta, Cristina Kirchner, como vicepresidenta. Más allá de que una de sus motivaciones para ocupar el cargo sea su necesidad de eludir la presión judicial, al insistir en su posición "épica" sobre la deuda, ella y sus seguidores retoman mensajes pretéritos (como "Basta buitres. Argentina unida en una causa nacional") que poco ayudan a encontrar una salida.
Por eso se mantiene el relato de que el FMI impide el crecimiento, pese a que Kristalina Guiorguieva, su actual directora general, es buena aliada de Argentina. Sin embargo, Kirchner le sigue exigiendo al Fondo una quita del principal de la deuda con el curioso y falaz argumento de que este había incumplido sus estatutos al hacer un préstamo ilegal al Gobierno de Mauricio Macri. Como recordó Claudio Loser, ex director regional del FMI, "la vicepresidenta no ha hecho el estudio requerido", una manera elegante de afearle su desconocimiento.
Se carece de un plan de económico que incluya la líneas para recuperar el crecimiento
En estos días de aflicción y cuarentenas reaparecen hasta los viejos fantasmas argentinos. Uno de ellos es Mario Firmenich, otrora máximo dirigente de la organización terrorista Montoneros, hoy tranquilamente retirado en Cataluña. Firmenich, que nunca saldó sus cuentas con la justicia ni asumió sus errores ante la sociedad argentina, ha recuperado sus recetas apolilladas y propone una alianza con el kirchnerismo a la vez que alerta sobre los peligros nacionales e internacionales de la pandemia.
La distancia que separa al gobierno de los bonistas no es mucha. Algunos la cifran en 5.000 millones de dólares, una cantidad exigua en relación al capital e intereses en juego. Los principales puntos de disputa giran en torno a la quita y al tiempo que Argentina estaría sin pagar (unos tres años). Pero, más allá de la innegable dureza de ciertos fondos, sería importante profundizar en como negoció Fernández.
Tras la derrota de Macri en las elecciones primarias de agosto de 2019, era muy probable que Fernández fuera el próximo presidente, como lo fue. Pese a ello, dejó pasar bastante tiempo hasta afrontar seriamente la negociación de la deuda y nombrar a Martín Guzmán (37) como ministro de Economía, un investigador vinculado a la Universidad de Columbia pero sin experiencia política y excesiva rigidez negociadora. Algunas interpretaciones apuntan a que su proximidad a Joseph Stiglitz en vez de facilitar una solución negociada la complica, dada la radicalidad de ciertas posturas del premio Nobel.
Fernández sabe el riesgo que implica una nueva cesación de pagos. Más en el contexto de la pandemia y de la recesión que no cesa. Sin el acceso a los mercados de capitales internacionales el peligro sería mayor. Por eso es muy probable que se cierre un acuerdo en torno a la deuda, la quita y los plazos. Pero lo más preocupante viene después: ¿cómo salir de la crisis, recuperar la economía, evitar un rebrote inflacionario y la depreciación del peso?
Por no haber, ni siquiera hay un plan económico que incluya las líneas maestras a recorrer para retomar el crecimiento. Se sigue pensando mágicamente en la rápida recuperación del mercado interno. Para eso se pretende proteger a la industria nacional y las energías tradicionales, comenzando por Vaca Muerta. Este nuevo giro proteccionista no solo da la espalda a los grandes desafíos del futuro (la digitalización y las energías renovables) sino también a los tradicionales socios del Mercosur. Y sin ellos las opciones industriales para salir de la crisis serán mínimas.