
En los inicios de todo este drama del Covid-19 fuimos muchos los que pensábamos que cuando todo terminara íbamos a salir de la pandemia más unidos y más fortalecidos. Craso error. Porque la realidad ha venido a demostrarnos que toda nuestra ingenuidad, nuestra vocación democrática y de tolerancia iba a estrellarse contra la incompetencia de un Gobierno dividido y desbordado, la mediocridad de una gran parte de la clase política ejerciente y con el fanatismo y la irracionalidad de los extremistas que se retroalimentan en su agresividad y en su incultura.
Una agresividad y una insensatez que desde los discursos de algunos líderes políticos y en el Parlamento ha empezado a trasladarse ya a la calle y amenaza con devolvernos a los oscuros tiempos de las dos Españas de las que se lamentó Antonio Machado y pone en jaque el espíritu de reconciliación y convivencia en libertad que simbolizan el régimen de la Transición y la Constitución de 1978. Ese sistema y ese ordenamiento jurídico que los bolivarianos del populismo radical y el nacionalismo intolerante se han empeñado en destruir porque representan todo lo que a ellos les es ajeno y lo que odian: la libertad, la democracia, el librepensamiento y el respeto a los contrarios.
El centroderecha y la socialdemocracia deben defender juntos el orden y la Constitución
Ellos son quienes han utilizado la calle y las instituciones para dinamitar el Estado de Derecho, los que utilizaron la siempre repugnante y condenable práctica de los escraches que, entonces, calificaban de "jarabe democrático" y que ahora es "ira de los cayetanos" cuando les hacen beber su propia medicina. Son ellos también los que auspiciaron y sustentan el renacimiento de la ultraderecha porque la necesitan para generar y difundir el caos y la revuelta que es el hábitat que precisan para subsistir.
La agresividad e insensatez de los discursos de algunos líderes políticos ha empezado a trasladarse ya a la calle y amenaza el espíritu de reconciliación y convivencia en libertad que simboliza la Constitución.
Y a este torbellino de demencia están consiguiendo arrastrar a los partidos tradicionales constitucionalistas. A la socialdemocracia y al centroderecha que, tendrían la obligación legal y moral de coaligarse para defender conjuntamente el orden y los principios constitucionales, los valores de las democracias europeas y el estado de bienestar, pero que empiezan a competir con sus extremos excitando los más bajos instintos frente a la razón, sin darse cuenta de que eso les conduce a su propia destrucción y a la ruina económica y social de este país.
En este contexto, las medidas de confinamiento decretadas bajo el "abuso del estado de alarma" - en palabras del expresidente del Tribunal Constitucional Ramón Rodríguez Arribas- son un inmejorable caldo de cultivo para propagar el virus de la intolerancia y del radicalismo. Un campo este de la miseria ideológica en el que la ultraizquierda y la ultraderecha han encontrado en Pedro Sánchez y el sanchismo, el colaborador necesario para impulsar sus proyectos totalitarios y de destrucción.
El abuso del estado de alarma es un inmejorable caldo de cultivo para propagar el virus de la intolerancia y el radicalismo
Comentaba recientemente el nada sospechoso Nicolás Redondo Terreros, en uno de sus últimos escritos que "Sánchez tiene la mayor responsabilidad, pero también la tienen los que callan esperando el momento oportuno, los que miran para otro lado a causa de que no aproveche su posición a la derecha, los que creen que cumplen haciendo diligentemente su trabajo en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos". Pero en este sanedrín de barones socialistas sólo existe el farisaico rasgar de vestiduras y la palabrería insustancial, para después comulgar con las ruedas de molino de Podemos, Bildu o sumisión a los nacionalismos. "A Sánchez sólo puede pararle el PSOE", me apuntaba un veterano dirigente socialista, para apostillar que "lo triste es que hoy el PSOE ni está ni se le espera. Faltan la coherencia y el coraje y sobran el miedo y la molicie".