Opinión

Inflación o deflación: la pandemia no es una guerra

Es complicado hacer predicciones sobre el comportamiento del IPC tras la pandemia

Una de las cuestiones más interesantes y difíciles de responder sobre los efectos económicos de la Covid-19 es si la crisis y la posterior recuperación provocarán un incremento o una reducción de las tasas de variación de los precios. En la lucha contra la pandemia se está utilizando frecuentemente la retórica bélica para explicar la situación, para dar soporte a las difíciles decisiones políticas que hay que tomar o, incluso, para subir la moral de la población agrupándola en torno a una épica contra un enemigo común de forma semejante a lo que se hace en un conflicto bélico. Pero el símil no hay que llevarlo al extremo. Y, si la lucha contra una pandemia es distinta a una guerra en el terreno sanitario, también lo es en el económico.

En términos económicos, en una guerra se producen, simultáneamente, un choque de oferta negativo y uno de demanda positivo. El choque de oferta negativo proviene de la reducción de la fuerza laboral - los soldados que se reclutan dejan de trabajar en el sector productivo -; se interrumpe el comercio internacional, dificultando el aprovechamiento de las ventajas comparativas que otorga el comercio; y se destruye parte del capital físico y humano por la acción del enemigo. Todo ello reduce la oferta de bienes y servicios disponibles para la población durante la duración del conflicto. En el lado de la oferta, la única parte positiva desde el punto de vista económico es que, si el conflicto dura lo bastante, las naciones en guerra suelen realizar un esfuerzo importante en investigación y desarrollo, que muchas veces tiene aplicación en el ámbito civil una vez reinstaurada la paz.

Economías como la española que dependen del turismo tendrán una apertura lenta

Al mismo tiempo, durante las guerras, se produce un choque de demanda positivo importante ya que los gobiernos expanden sus compras de material de defensa y de todo tipo de bienes para mantener en funcionamiento su capacidad de combate. Esto reduce aún más los bienes y servicios disponibles para la población. La demanda creciente y la oferta menguante generan tensiones inflacionistas que pueden dejar a una parte de la población sin productos básicos para la subsistencia. Por ello, en los largos conflictos bélicos, se imponen cartillas de racionamiento para los productos que pretenden garantizar así un mínimo a cada ciudadano, aunque conllevan un aumento del mercado negro.

Pero una pandemia no es una guerra. La pandemia, y las medidas de confinamiento decretadas por todos los gobiernos para combatirla, provoca simultáneamente dos choques negativos: uno de oferta y otro de demanda. El de oferta lo causa la reducción por el confinamiento de la oferta laboral, la interrupción del comercio internacional, la obligación a adoptar nuevos métodos de trabajo que pueden reducir la productividad, y sobre todo el cierre de actividades de cara al público. A su vez, la demanda se deprime ante la reducción de las rentas de empresas y familias que no pueden vender sus productos o trabajar, pero también ante el aumento de la incertidumbre que impulsa el ahorro precautorio y reduce las inversiones y compras de bienes de consumo duradero, y ante las restricciones de liquidez a las que se ven sometidos los agentes económicos.

Los patrones de demanda y los patrones de producción cambiarán

Cuando concluye una guerra ambos choques se revierten. Los soldados vuelven a sus hogares y recuperan sus trabajos, se reconstruye la infraestructura destruida y se reinicia el comercio; por tanto, la producción de bienes y servicios vuelve a crecer. A su vez, el gobierno reduce sus compras, lo que reduce la demanda pública de bienes y servicios, pero simultáneamente aumenta la demanda privada. Se puede producir un pequeño desfase, ya que la caída de la demanda pública puede ser más rápida que la expansión de la privada, pero suele ser de corta duración. Así ocurrió en 1945 cuando, ante el fin de la guerra, se cancelaron contratos públicos y la demanda privada tardó unos meses en reaccionar, hasta que se repatriaron los soldados,

Pero la salida de la pandemia va a ser muy distinta. Además, no tenemos experiencia previa para poder estimar cómo van a reaccionar la oferta y la demanda. Cuando pase la fase aguda de la pandemia, ambos choques negativos de oferta y demanda se revertirán, pero la cuestión es a qué ritmo. La recuperación de la oferta dependerá de la composición sectorial de la economía y de qué parte del tejido productivo se haya destruido durante la etapa de aislamiento. Las economías con más peso del sector servicios y, en especial, las más dependientes del turismo, tendrán una apertura más lenta; y las economías más atomizadas tendrán más probabilidad de que su tejido productivo se haya destruido en mayor medida durante la crisis. A ello se añade que pueden ser necesarios cambios estructurales en las formas de producción o prestación de servicios que supongan un aumento de costes y, por tanto, de los precios. Además, la recuperación de la oferta se verá también algo frenada por la normalización de los precios de la energía, ahora anómalamente bajos.

Por su parte, la demanda se verá influida por dos fuerzas contrapuestas. Por una parte, ante la situación inicial de desempleo y la incertidumbre reinante es muy posible que empresas y familias aumenten su tasa de ahorro para protegerse. Por otra, la recuperación de la actividad y la demanda embalsada de los meses de confinamiento impulsarán las compras a la salida de la crisis.

Es difícil saber en estos momentos cuál de todos los efectos será predominante. Si la demanda se recupera más deprisa que la oferta, tendremos un cierto repunte inflación; si ocurre lo contrario se observará una desaceleración de esta. En el momento actual de confinamiento, los precios han tendido a bajar, pero sobre todo debido a la evolución de la energía, sin que haya una tendencia clara en la inflación subyacente que nos dé una pista sobre si está predominando el choque negativo de oferta o el de demanda.

Cuando se vayan levantando las restricciones, desconocemos qué se recuperará antes si la demanda o la oferta, tanto en el conjunto de la economía como en cada sector. Así, por ejemplo, las restricciones que se mantendrán largo tiempo en hostelería y restauración limitarán la oferta, por lo que una recuperación de la demanda debería provocar una cierta subida de precios. Sin embargo, no podemos estar seguros de cuánto se vaya a recuperar la demanda en estos sectores debido al miedo al contagio. Por su parte, es posible que aumente la demanda de bienes industriales si se desplaza hacia ellos demanda que antes se dirigía el sector servicios, lo que podría provocar cierto incremento de precios de estos; pero también es necesario tener en cuenta que este es un sector que suele poder incrementar la producción sin elevar en exceso sus costes.

En definitiva, es difícil aventurar qué pasará con la oferta y la demanda de los distintos sectores cuando se levanten las restricciones y, por tanto, qué pasará con los precios en cada sector y en la economía en su conjunto. Lo que es seguro es que los comportamientos de las empresas y consumidores no va a ser iguales a los de antes de la pandemia. Se producirán cambios, permanentes o transitorios, en los patrones de demanda y en las formas de producción, y las economías más flexibles y con mayor capacidad de adaptación a estos cambios serán las más exitosas en el proceso de recuperación.

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