En la crisis económica generada por la pandemia del COVID-19, los bancos van a actuar como mecanismo de transmisión de buena parte de las ayudas estatales. En España y para las empresas, sobre todo con préstamos con aval parcial del ICO.
Esta tarea, que no difiere de la actividad cotidiana bancaria, es ahora importantísima en el contexto en que nos encontramos. Supone una oportunidad no exenta de peligros para los bancos de mejorar su imagen ante la sociedad, haciendo que el crédito fluya y ayudando a la reactivación de la economía. Pero esta coyuntura es un arma de doble filo. Actuar como transmisores de las ayudas estatales entraña, en este momento, una espinosa disyuntiva a la que los bancos se enfrentan cotidianamente, pero que ahora tiene una trascendencia sensiblemente mayor: decidir qué empresas reciben asistencia financiera y cuáles no. Esta decisión nos recuerda, salvando las distancias, la que los médicos se veían abocados a tomar en los momentos de máxima saturación de las UCI respecto de los pacientes.
Supone una oportunidad para que el sector financiero mejore su imagen
El real decreto ley que regula las ayudas deja que sean los bancos quienes seleccionen a las empresas beneficiarias, entre otras razones porque ponen los fondos y una parte a riesgo propio. La finalidad de las ayudas de la norma es evitar que los problemas de liquidez de las empresas se conviertan en irreversibles. Por ello, al elegir a las empresas destinatarias de las ayudas deberían preferirse aquellas que estuvieran en buena forma antes del COVID frente a aquellas que ya padecieran dificultades previas al virus. De nuevo salvando las distancias, como los médicos. Lo que ocurre es que muchos negocios que gozaban de buena salud no se recuperarán fácilmente y otros no podrán restablecer la normalidad de sus operaciones hasta trascurridos tal vez meses. No resulta tarea fácil.
Los bancos han de hacer este análisis de las compañías aplicando sus sistemas de medición de riesgos, seguramente no preparados para este extraordinario nivel de incertidumbre sobre el futuro (las evaluaciones de riesgo suelen contemplar situaciones previsibles en circunstancias normales, pero no ante un cisne negro). Su análisis tendrá que ser especialmente fino. A pesar de esto, muchos de los créditos que se concedan junto con otros ya concedidos antes de la irrupción del virus no podrán devolverse (basta pensar en los pésimos datos de empleo publicados recientemente). Si se seleccionan erróneamente empresas destinatarias de las ayudas y sube la morosidad de las financiaciones en general, se pondría en riesgo la propia solidez del banco e incluso del sistema financiero. No se trata de endeudar sobre manera a nuestras empresas pero tampoco de descargar todo el peso en los bancos.
Esta selección de las empresas y la forma en la que los préstamos se materializarán (se echan en falta otras vías de facilitarles liquidez y operatividad pero eso da para otro artículo) las están siguiendo con atención distintos actores. De una parte, el supervisor bancario, que ya ha advertido de algunas conductas que no tolerará en la concesión de créditos; de otra parte, por el gobierno y los partidos políticos, dado que enfocan la financiación a empresas y hogares como la piedra angular de la reactivación económica (y ya algún dirigente político se ha pronunciado en contra de la actuación bancaria hasta la fecha) y, por último, pero no menos importante, por la opinión pública.
Los supervisores, reguladores y el gobierno, de momento, apoyan a los bancos y les están facilitando algunos de los instrumentos precisos para realizar esta labor, como son medidas de flexibilización de las exigencias de solvencia y liquidez o programas de estímulos de los bancos centrales con compras masivas de activos,instrumentos equivalentes a lo que en los hospitales serían los tan escasos EPI, que nuestro personal sanitario ha venido reclamando.
La cuestión peliaguda vendrá cuando se precisen los respiradores, situación que llegará en cuanto se recrudezca la crisis de la economía real que el parón por este coronavirus ya está generando. Conviene que los supervisores, los reguladores, el gobierno y el sector bancario comiencen ya a abordar y anticipar cómo se actuará entonces para evitar la improvisación que ha caracterizado una buena parte de la gestión de esta crisis.
Por todo ello, los bancos, que no son los causantes de la crisis y sí pueden tener un papel importante en su mitigación, se juegan mucho. Salvar una empresa no es exactamente salvar una vida, pero sí es preservar el nivel de vida de empresarios, trabajadores y proveedores que dependen de ella. Tal vez aspirar a que la sociedad salga a aplaudir al balcón a los bancos sea un anhelo inalcanzable, pero sí sería posible un reconocimiento a una labor esencial para la reactivación económica si los bancos esta vez lo hicieran bien.
Si nuestros bancos son capaces de poner en primer término el interés de nuestras empresas, sus pacientes, y actuar con honestidad y cautela, sabiéndolo explicar y justificar para contrarrestar las críticas que recibirán, tal vez se pueda, si no redimir, sí mejorar su reputación actual. En mi opinión la receta está en la conducta, sin duda con unas medidas prudenciales que sean adecuadas, pero, como en el caso de los médicos lo que los hace admirables es su conducta.