
La constante actitud negacionista de Jair Bolsonaro frente al COVID-19 no ha hecho más que potenciar las debilidades de Brasil para enfrentarlo. El 16 de abril el país contaba con 30.425 positivos oficiales y 1.924 muertos, de lejos las mayores cifras de América Latina y las segundas del continente. Para peor, la tasa de letalidad es de 5,3%, también entre las más elevadas de la región. Como todavía no se ha llegado al pico del contagio todo hace pensar que la situación sanitaria empeorará en las próximas semanas y de forma paralela lo hará la coyuntura económica, salvo que se produzca un despliegue masivo de iniciativas gubernamentales destinadas a paliar los efectos negativos de la crisis, algo de momento impensable.
El dramatismo de la situación se agrava por la inacción de un presidente que solo es capaz de reaccionar espasmódicamente ante la magnitud de la pandemia, a lo que hay que agregar las serias contradicciones existentes dentro del gobierno, dividido entre el sector más radicalizado que lo apoya y los ministros más posibilistas que lo confrontan. También están los desencuentros cada vez más profundos entre Bolsonaro y el Parlamento, el Supremo Tribunal Federal, los gobernadores y alcaldes, parte del establishment económico, la prensa (su verdadera bestia negra) e incluso los militares, hasta ahora uno de sus principales apoyos.
Si prosigue el desgobierno la nación se dirigirá hacia la catástrofe absoluta
Bolsonaro y su "gabinete del odio", donde sus tres hijos juegan un rol destacado, entraron en abierta contradicción con el ministro de Sanidad, Luiz Henrique Mandetta, a quien finalmente echaron, molestos tanto por las medidas activas que había impulsado como por su creciente valoración pública, superior incluso a la del presidente. Mandetta estuvo respaldado por los ministros Paulo Guedes, Economia y Sérgio Moro, Justicia. Simultáneamente, el vicepresidente, el general Hamilton Mourão, y buena parte de los militares integrados en el gabinete cuestionaban la deriva presidencial, y de hecho lo siguen haciendo.
Algo similar ocurre con la mayoría de los gobernadores que exigen políticas más enérgicas, comenzando por el confinamiento social. João Doria y Wilson Witzel, los gobernadores de São Paulo y Rio de Janeiro, los dos estados económicamente más importantes, están en la vanguardia del enfrentamiento y le reclaman al presidente una dirección coherente y un mayor diálogo entre los distintos niveles de la administración. La pasión trumpiana de Bolsonaro por la cloroquina es solo un ejemplo que retrata a un presidente más dado a buscar atajos ideológicos que a seguir los consejos de médicos y expertos en la lucha contra la pandemia.
El dramatismo de la situación que vive el país se agrava por la inacción del presidente
Detrás de estos conflictos también está el objetivo político de posicionarse frente a las elecciones de 2022, en las que Bolsonaro busca ser reelegido. Pero, él sabe que solo puede ganar con buenos resultados económicos, y de ahí su interés en mantener activo el sistema productivo. Por eso su inquina contra aquellos ministros que se creen "estrellas", como Mandetta, que fue aupado por su gestión de la crisis, y cuya popularidad podría catapultarlo a la presidencia, como ocurrió con Fernando Henrique Cardoso, tras su exitosa gestión del Plan Real en el combate contra la inflación en 1994. Por eso es importante saber que hará Mandetta fuera del poder. También está Doria, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), que aspira a construir una gran alianza de centro derecha para triunfar.
Los dos frentes a los que debe atender Bolsonaro son el sanitario y el económico y en ambos ha estado presionado por Mandetta y Guedes. Habrá que ver a quien nombra Bolsonaro en su lugar. Un estudio reciente de la Fundación Getúlio Vargas señala la insuficiencia de las medidas gubernamentales para atajar la crisis y se centra en su posible repercusión económica. En el peor escenario, el PIB se reduciría un 7%, la tasa de paro subiría al 23,8% (12,6 millones de parados) y se perdería un 15% de la renta de los trabajadores. Inclusive con las medidas ya adoptadas por el gobierno para garantizar los ingresos laborales, valoradas en 170 millones de reales, la masa salarial podría contraerse un 5,2%. Sin esas medidas la caída sería mucho más pronunciada y la baja de la renta laboral sería del 10,3%. De ahí las críticas a la política zigzagueante de Bolsonaro.
En Brasil, como en el resto del mundo y de América Latina, las perspectivas económicas son muy poco halagüeñas. De hecho, el peculiar populismo de Bolsonaro podría llevar a Brasil al abismo, lo que implicaría fuertes tensiones políticas. Sin embargo, por ahora funcionan los pesos y contrapesos institucionales que están evitando la catástrofe absoluta, aunque nadie apuesta de momento por la desititución, vía impeachment, de Bolsonaro. Ahora bien, de seguir el desgobierno y los desplantes presidenciales, todo podría llegar a cambiar.