Opinión

El Covid-19 pone a prueba a América Latina

Diferentes posiciones de los países para hacer frente a la pandemia

En un contexto generalizado de revalorización del papel del Estado y de lo público, la crisis del COVID-19 en América Latina ha servido, como en otras partes del mundo, para medir la capacidad de liderazgo de los presidentes regionales. Y si bien es absolutamente impensable que todos se muevan del mismo modo y en la misma dirección, un selecto grupo ha destacado sobre el resto.

La mayoría ha apostado por cerrar fronteras, prohibir reuniones masivas, suspender clases y por seguir políticas de cuarentena o confinamiento. Entre ellos brillan con luz propia Martín Vizcarra y Alberto Fernández, aunque no son los únicos en impulsar las políticas más adecuadas, mientras podemos ubicar en una posición claramente opuesta a Andrés Manuel López Obrador y a Jair Bolsonaro. Finalmente, como farolillo rojo o furgón de cola de toda la región se posiciona, sin duda alguna, Daniel Ortega.

El negacionismo de AMLO y Bolsonaro evidencia que ni entienden lo que está pasando

Pese a su marcado sesgo populista, el salvadoreño Nayib Bukele no solo es un maestro de la comunicación, sino también acostumbra a hablar muy claro. Por eso ha sido muy duro con la actitud "negacionista" de López Obrador y Bolsonaro y señaló de forma contundente: "Simplemente no entienden lo que está pasando". Esta es precisamente la base del problema: la desconexión con la realidad. Frente a ella, los presidentes de México y Brasil valoran más sus visiones ideológicas y sus objetivos políticos.

No es casual que pese a estar en las antípodas del espectro ideológico ambos sean catalogados de populistas. Tanto López Obrador como Bolsonaro se presentan como outsiders y optan por el contacto directo con el pueblo, sin la intermediación de los partidos políticos. Por eso y pese a sus ocurrencias, sus políticas erráticas han comenzado a chocar con los otros niveles de la administración, tanto regional (gobernadores) como local (alcaldes). Todos reclaman de sus presidentes medidas de contención más duras, para garantizar distancia social, limitar la extensión del contagio y minimizar el impacto económico, especialmente sobre los sectores más vulnerables.

Si no toma medidas, Nicaragua se dirige al drama político y a la catástrofe humanitaria

El mayor número de casos en Brasil y el menor control territorial de Bolsonaro explican por qué este debe soportar, de momento, una mayor contestación interna. Dado su empeño en seguir rechazando cualquier medida que suene a cuarentena o cierre de aulas, Bolsonaro se ha ido quedando cada vez más aislado, incluso ante los empresarios que inicialmente lo apoyaron. Candido Bracher, presidente del mayor banco del país, Itaú, dijo que sentía "la falta de un administrador de la crisis, de alguien que coordine todos los esfuerzos del gobierno y pueda administrar el variado arsenal de medidas para combatirla".

Pero, es en Nicaragua donde se observa la mayor distancia entre la acción (o la inacción) del gobierno y la realidad. Tanto el presidente Daniel Ortega como su vicepresidenta y esposa Rosario Murillo han optado por anteponer sus creencias y presunciones a la evidencia científica y las recomendaciones de los expertos. En los hospitales los médicos se quejan de que no se les permiten usar mascarillas ni guantes y que tampoco pueden hablar sobre la pandemia con sus pacientes para evitar la "histeria colectiva". Si en su día la familia Somoza conducía el país como si fuera su finca particular hoy hemos vuelto a una situación semejante.

La consigna es mantener la normalidad a toda costa. Dejar que el turismo siga fluyendo como lo hacía en el pasado inmediato y que los cruceros sigan atracando en los puertos como si nada ocurriera. En señal de buena voluntad se envía a los niños a dar la bienvenida a quienes desembarcan. Pese a ello, los problemas comienzan a amontonarse como muestran las cancelaciones masivas en los hoteles y la creciente reducción en los vuelos hacia y desde Managua.

Esta semana, en una de sus alocuciones diarias, Rosario Murillo dijo que era importante "no caer en pánico", "mantener la calma, prudencia, la paciencia y la confianza en Dios, cuidándonos, queriéndonos, protegiéndonos todos". Esto es coherente con la marcha que en su día impulsó la vicepresidenta, bajo el lema de "Amor en los tiempos del COVID-19". Pese a sus creencias singulares, Murillo debe dar la cara frente a la ausencia casi absoluta de Ortega. Su silencio contrasta con el de otros presidentes regionales.

Mientras tanto continúa la represión brutal contra el pueblo nicaragüense. Si aumenta el contagio, hasta ahora públicamente solo se reconocen dos afectados aunque probablemente sean bastantes más, el drama político se superpondrá a la catástrofe humanitaria. En este contexto, Nicaragua se encuentra entre el clamoroso silencio de Daniel Ortega y los llamados poliamorosos de Rosario Murillo, que de seguir así harán crecer el autismo del gobierno pseudosandinista de un modo exponencial.

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