
Nos encontramos en una situación de emergencia sin precedentes en los países desarrollados desde la 2ª Guerra Mundial o desde la Guerra Civil en el caso de España y, por tanto, en una economía de guerra donde todos los países aliados deben coordinar sus esfuerzos y poner en marcha toda la artillería disponible, pesada y ligera, por tierra, mar y aire. En este sentido, la UE está frente a la principal prueba de fuego de su historia, más compleja que la habida en la época de los rescates y de la que, o bien sale muy reforzada, o termina muy dañada y fragmentada poniendo en riesgo el euro y el proyecto de construcción europea. Pero posiblemente y gracias a un virus, la UE va a dar un gran paso hacia su completa integración fiscal.
Y es que esta guerra sanitaria y económica no se ganará si se lucha cuerpo a cuerpo de forma individualizada, sino que debe ser todo el bloque de países que de forma coordinada lance todo lo que tenga a mano para atacar por un lado la crisis sanitaria y, por otro, el fuerte golpe económico que ya se cierne sobre nuestras cabezas y que puede tener consecuencias graves y estructurales para las economías. Lo que se persigue es que el shock sea limitado en cuantía y en el tiempo y para ello se está buscando todo el arsenal disponible, comenzando por las medidas que cada país ya ha tomado para afrontar la crisis, la congelación de las normas fiscales de convergencia, la creación de un programa de compra de bonos públicos y privados por valor de 750.000 millones de euros y ahora se debate el uso del fondo de rescate que se creó en la anterior crisis, el llamado mecanismo de estabilidad (MEDE). Este es un fondo ya constituido en el que cada país tiene una participación en función de su peso económico, utilizado en los pasados rescates y que tiene actualmente una dotación de 410.000 millones; fue pensado para situaciones puntuales de financiación de algunos países, no de todo el conjunto.
La otra herramienta poderosa que está en el candelero político es la emisión de eurobonos para hacer frente a esta situación que nos acontece derivada de la pandemia por COVID-19, llamados también coronabonos y que consiste en la emisión de instrumentos de deuda que está respaldada por el conjunto de los países de la eurozona. Esta herramienta permite mutualizar la deuda y los riesgos de todos bajo un único paraguas, de modo que existen claros beneficios, entre los que se encuentra el menor coste de financiación de los Estados por el hecho de ser una deuda mancomunada de la que todos responden solidariamente independientemente de si la deuda es propia o ajena. De igual forma permite aumentar la liquidez, una transfusión de la sangre que corre por las venas del tejido empresarial y de las familias, evitando que se rompa la cadena de cobros y pagos. Amortiguará los efectos económicos de la crisis y reducirá la capacidad de algunos inversores para especular con la deuda soberana, además de que permite a la UE competir con otras economías grandes, como EEUU, por los recursos de los inversores en vez de hacerlo a nivel de cada país. Sin embargo, hay países muy reticentes como Alemania y Países Bajos que están en contra de este concepto mientras que otros como Italia, Francia, Portugal y España cruzan sus dedos con la esperanza de que se haga realidad.
La mejor alternativa es utilizar el fondo de rescate que se durante la anterior crisis económica
Aunque no están las cosas para reírse, voy a intentar poner una nota de humor para que cualquiera pueda entender qué son los eurobonos, una de las armas pesadas de la UE, y sus reticencias. Imaginemos a un alemán, un italiano, un holandés y un español que trabajan en la misma compañía y deciden salir una noche a tomar unas cervezas y cenar. Una vez en el restaurante, llega el camarero y toma nota de la comanda. Mientras que el alemán y el holandés piden sólo un plato ligero, agua y café de postre porque están a dieta, el italiano y el español se piden los platos más caros (entrantes y plato principal) acompañados de unas botellas de los mejores vinos de reserva para regarlos, postre de diseño, chupito y cubata, ante la disimulada, pero atónita mirada de los otros. Cuando llega la hora de pedir la cuenta, el camarero se acerca mostrando la aterradora imagen de lo que ha costado la noche, coge la cuenta el español y en voz alta dice algo así como, "han sido 356 euros, tocamos a 100 euros por persona, hacemos un bote y lo que sobre para las copas de después" ¿nos suena familiar? Evidentemente el alemán y el holandés no quieren mutualizar el gasto. Acabamos de describir la esencia de los eurobonos.
Este ejemplo permite comprender el rechazo de países como Alemania o Países Bajos, que exigen que se pongan límites y estrictas condiciones porque podría ocurrir que países necesitados no mejoren sus cuentas públicas a sabiendas de que siempre estarán ahí disponibles los recursos del conjunto para mantenerse a flote. Ello eternizaría las situaciones de desequilibrio fiscal de algunos países a costa de los que más tienen, de nuevo la historia de la hormiga y la cigarra.
Por otro lado, el uso de eurobonos ya es un paso más en la pérdida de soberanía económica que aún queda a los países, por ahora soberanos de su deuda, pero actores pasivos en la medida que una entidad supranacional fuese quien decidiese las emisiones a realizar y la distribución de los fondos obtenidos entre los miembros. Y es que, en un mundo globalizado, los contagios no solo son sanitarios. En un entorno donde los países comparten moneda, el contagio de los despropósitos de unas economías hacia otras con mayor salud puede ser muy rápido, viral y mortal, como si hubiese vasos comunicantes, generando una especie de metástasis en todo el organismo europeo; eso sí, a menos que se pongan límites y reglas de obligado cumplimiento por todos, algo que sabemos que no suele cumplirse a la vista de los resultados.
Por todo esto, la alternativa más viable es el uso del MEDE que, aunque también tiene riesgo moral, es más limitado y conlleva una serie de condicionantes y restricciones que lo hacen más viable a través de líneas de crédito para los países que lo necesiten, y que podrían articularse mediante los coronabonos en un ámbito más restringido y acotado, a medio camino hacia la integración total.