
La crisis del coronavirus marcará un antes y después en muchos aspectos de nuestras vidas. Una vez superada la pandemia, sus consecuencias sociales, psicológicas y económicas derivarán en profundos cambios en nuestra forma de entender las relaciones humanas o la sostenibilidad del sistema productivo. Este proceso provocará el replanteamiento de diferentes aspectos que afectan a nuestra vida, entre ellos cómo entendemos el trabajo, particularmente en España.
Son tiempos muy complicados para las organizaciones, con mayor o menor gravedad dependiendo del sector de actividad. En particular, muchas empresas del sector servicios deben ahora hacer frente a un acertijo que se antoja imposible de resolver: cómo tratar de mantener capacidades, actividad e ingresos mientras gestionan trabajadores separados físicamente, viviendo un desgastante encierro forzoso.
El coronavirus ha precipitado la necesidad de apostar por la flexibilidad
Saber que nuestros proveedores y clientes enfrentan la misma tesitura ayuda a relativizar y contextualizar la situación, pero no resuelve la cuestión de cómo las empresas deben operar de forma óptima en "la era del coronavirus".
Una figura clave en este proceso son sin duda los gestores de equipos y los mandos intermedios, a quienes, como nunca, se les pedirá que ejerzan un claro liderazgo. Ser un buen líder implica combinar diferentes cualidades, como ser un ejemplo para otros, alinear los esfuerzos del equipo, motivar o saber escuchar. Pero quizás una de las habilidades más necesarias para los momentos de adversidad es la relacionada con el pensamiento positivo, es decir, con saber transformar cada desafío en una pequeña oportunidad. Y estos son días particularmente propicios para convertir muchas de las barreras en oportunidades de crecimiento.
Un obstáculo obvio es el que hasta ahora a ahora mostraban muchas organizaciones a la hora de implementar y ampliar esquemas de teletrabajo y trabajo flexible. En Mercer estamos muy familiarizados con el concepto de flexibilidad: en nuestra colaboración con diversas compañías en el mundo llevamos años defendiéndolo y aplicándolo como una clave esencial para optimizar los entornos laborales. Esta "era del coronavirus" ha precipitado la necesidad de apostar por la flexibilidad: no hay más remedio. Esto, en un futuro, va a ser bueno tanto para los profesionales como para las organizaciones.
Quien dice flexibilidad, dice también modernización: muchas empresas, para mantener su actividad, están ahora obligadas a actualizar sus herramientas tecnológicas para facilitar el trabajo remoto de sus plantillas. Y, al mismo tiempo, los empleados se acostumbrarán a desarrollar sus capacidades de autogestión en entornos más digitales.
Todo ello, a su vez, abre la oportunidad para dos aspectos muy relevantes en las organizaciones del Siglo XXI: por un lado, el desarrollo de la confianza, una variable clave para que florezca el talento y la innovación; y, por otro, la capacidad de los líderes para generar espacios para que los empleados crezcan de manera efectiva. Y para todo ello será siempre fundamental ofrecer una comunicación transparente y constante a todos los niveles.
En suma, estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo paradigma en el empleo. Cuando todo pase –y pasará—, podremos decir que esta terrible crisis tuvo, al menos, algo positivo: abrió oportunidades para desarrollar nuevas formas de trabajo que nos harán a todos más fuertes de cara al futuro.