
Con ocasión del primer centenario del final de la Gran Guerra (2018) se publicaron en España no pocos libros (franceses, alemanes, británicos…) aclarando muchos detalles que habían estado ocultos acerca de los –hoy incomprensibles- inicios de aquella masacre en la que murió buena parte de los jóvenes europeos. El nacionalismo entonces reinante, junto a una intricada política de alianzas geopolíticas, preparó el terreno para que bastara que un nacionalista serbio (un muchacho algo imbécil armado con un revólver) asesinara en Sarajevo al heredero del trono austrohúngaro y a su esposa y se prendiera así la mecha que llevaría a la explosión que destruyó Europa.
Para ello, Rusia y Alemania contaron con dos monarcas, el Zar y el Káiser, que no podían ser más incompetentes y tarados (el Káiser tenía taras mentales y también físicas). Pronto se rodearon todos los gobiernos de unos militares provectos que despreciaban la vida de sus soldados; debieron pensar que estaban en el siglo XIX y que no existían las ametralladoras.
Alemania cargó con todos los destrozos económicos de la Segunda Guerra Mundial
Fue una guerra "de posiciones" criminal desde su planteamiento. Los soldados cavaron las trincheras, en las cuales malvivían y desde las cuales salían para ser masacrados por las ametralladoras del enemigo. Se trataba de un arma a la cual es imposible enfrentarse a pecho descubierto. Quienes ordenaron aquellos métodos eran, simplemente, criminales con uniforme.
Recuerdo que cuando viví en Francia visité sus territorios rurales. En cada pueblo de la Francia profunda figuraban (y figuran) en los monumentos dedicados a la Gran Guerra las listas interminables de nombres de muchachos muertos. En Inglaterra, una de cada tres familias perdió un hijo y algo parecido ocurrió en Alemania, en Austria, Italia y Rusia.
Todo este destrozo quedó oculto tras la II Guerra Mundial, hasta tal punto que la primera película que se atrevió a contar la verdad de aquellos hechos (Senderos de gloria, de Stanley Kubrick) fue prohibida en muchos países simplemente porque ponía a los militares en su sitio, es decir, en el basurero de la Historia. Lo muestra la película: para escarmentar a las tropas con un castigo ejemplar, el general Mireau, uno de los principales responsables de un ataque y de su estrepitoso fracaso, convoca un consejo de guerra en el cual tres soldados elegidos al azar son acusados falsamente de cobardía ante el enemigo y así han de enfrentarse al pelotón de fusilamiento.
En homenaje a Kirk Douglas en su muerte a los 103 años, protagonista y el motor de la película, ésta se ha podido ver ahora en algunas cadenas. Una magnífica película que tras su estreno tuvo buenas críticas y malas recaudaciones.
A la masacre de la guerra siguió la paz de Versalles, que sembró la semilla de una segunda guerra (1939-1945). En Versalles se maltrató a Alemania, cargando económicamente sobre ella todos los destrozos de la guerra. Se sabe bien lo ocurrido más tarde en Alemania, pero se conoce peor lo que sobrevino después de la guerra en Italia. Los italianos, que habían ganado la guerra, se sintieron perdedores en Versalles y sus soldados desmovilizados cayeron en el paro y la miseria. A propósito de esto se acaba de publicar en español un libro interesantísimo de Antonio Scurati titulado M. El hijo del siglo. La M corresponde a un apellido: Mussolini.