
El brote de coronavirus que comenzó en la ciudad china de Wuhan se ha extendido por todo el país y más allá de sus fronteras, dejando a los gobiernos de todos los niveles de China luchando por limitar la transmisión del virus de persona a persona, ahora conocido como Covid-19.
Claramente, el brote y las medidas oficiales extraordinarias para contenerlo han golpeado duramente la economía de China. Nadie sabe aún cuándo las autoridades lograrán superar la epidemia y cuál será el costo eventual para el PIB. Pero el pueblo chino ha demostrado una vez más su valor y solidaridad ante una emergencia nacional. No hay duda de que China ganará la batalla.
Cuando el virus del síndrome respiratorio agudo severo (SARS) afectó a la economía china en la primavera de 2003, todo el mundo se mostró inicialmente pesimista sobre el probable impacto económico del brote. Pero tan pronto como la epidemia se contuvo, la economía se recuperó con fuerza, y finalmente creció un 10% ese año. Es poco probable que China tenga tanta suerte esta vez, dadas las condiciones económicas internas y externas desfavorables. Así que, con el mortal coronavirus todavía en marcha, las autoridades chinas deben prepararse para lo peor.
Luchar contra la deuda, la inflación o las burbujas de activos es ahora secundario
Los políticos deben responder a la crisis actual de tres maneras. Su primera prioridad debe ser frenar la epidemia sin importar el coste. Dado que los mercados no pueden funcionar correctamente en situaciones de emergencia, el Estado debe desempeñar un papel decisivo. Afortunadamente, la maquinaria administrativa de China está funcionando eficazmente.
En este momento, uno de los obstáculos económicos más graves es la interrupción del transporte causada por los miedos de los gobiernos locales. Si bien se reconoce la legítima preocupación de los funcionarios locales por evitar que el virus se siga propagando, el Gobierno central debe intervenir ahora para facilitar la circulación fluida de personas y materiales, reduciendo así al mínimo las interrupciones de la cadena de suministro.
En segundo lugar, el gobierno debe idear formas de ayudar a las empresas a sobrevivir a la crisis, centrándose en particular en las pequeñas y medianas de servicios. Al mismo tiempo que se preocupa de no crear un riesgo moral indebido, el Gobierno debería recortar los impuestos, reducir los cargos y compensar generosamente a las empresas más afectadas. También debería considerar la posibilidad de establecer fondos de seguro contra la pandemia para que la sociedad en su conjunto pueda soportar las pérdidas relacionadas con el virus de las empresas.
Además, los bancos comerciales deberían esforzarse por garantizar que no haya escasez de liquidez, incluso renovando los préstamos a las empresas con problemas y permitiéndoles posponer las devoluciones. Además, los encargados de formular políticas tal vez tengan que recurrir a medidas poco favorables para el mercado, como los préstamos selectivos y la persuasión moral para orientar la asignación de los recursos financieros, así como posiblemente flexibilizar algunas reglamentaciones financieras.
En tercer lugar, las autoridades deberían aplicar políticas fiscales y monetarias más expansivas, incluso si esas medidas no están destinadas en sí mismas a compensar los efectos negativos de las crisis de la oferta. El Banco Popular de China debería seguir reduciendo los tipos de interés en la medida de lo posible e inyectar suficiente liquidez en el mercado monetario. Aunque la inflación ha aumentado como resultado de las perturbaciones de la cadena de suministro y podría seguir aumentando, el endurecimiento de la política macroeconómica en este momento sería contraproducente.
Asimismo, aunque es poco probable que el Gobierno ponga en marcha proyectos de inversión en infraestructura a gran escala antes de que se haya contenido el Covid-19, el déficit público general podría no obstante aumentar, debido al aumento del gasto relacionado con la epidemia y a la disminución de los ingresos fiscales. En su lucha por controlar la propagación del virus, el Gobierno no debería preocuparse demasiado por si el déficit presupuestario supera el 3% del PIB. La batalla contra el coronavirus será sin duda muy costosa, e invertirá algunos de los recientes logros de las autoridades chinas en materia de control de los riesgos financieros. Por ahora, sin embargo, cualquier problema potencial relacionado con la deuda, la inflación o las burbujas de activos es secundario. Los responsables de las políticas pueden preocuparse por ellos una vez que la situación se haya calmado.
A finales del año pasado, desaté un acalorado debate entre los economistas chinos al argumentar que los responsables políticos del país no deberían permitir que el crecimiento anual del PIB cayera por debajo del 6%, porque las expectativas de una desaceleración se están cumpliendo. A la luz del brote de coronavirus, reconozco que el objetivo de crecimiento del 6% debe ser reconsiderado. Pero incluso si la epidemia reduce el crecimiento en 2020 en, digamos, un punto porcentual, esto probablemente no afectaría negativamente las expectativas de la gente, porque la desaceleración sería el resultado de un choque externo, no de debilidades internas.
El reto más urgente de los responsables políticos chinos ya no es cómo estimular la demanda agregada, sino más bien cómo asegurar que la economía funcione con la mayor normalidad posible sin comprometer la lucha contra el Covid-19. Sin embargo, tarde o temprano la epidemia será vencida y la economía china volverá a una senda de crecimiento normal.
Cuando eso ocurra, volverá a plantearse la cuestión de si China necesita políticas fiscales y monetarias más expansivas para lograr un nivel de crecimiento adecuado. Y la lógica de una postura más flexible seguirá aplicándose.
De hecho, para compensar las pérdidas derivadas del brote, es posible que las autoridades chinas tengan que adoptar políticas aún más expansivas de lo que yo (y otros) habíamos sugerido anteriormente.