Opinión

La UE debe pensar en su futuro

Algunos Estados miembros no abogan por una mayor unidad en Europa

La salida del Reino Unido de la Unión Europea, se mire por donde se mire, es un fracaso para su proyecto de integración. Y ello, porque, en última instancia, supone que un estado miembro importante, con capacidad de influencia, ha considerado que es mejor estar fuera del espacio económico y político europeo, con todos los costes que esto conlleva, que seguir perteneciendo a la Unión. Es decir, para los británicos, las ventajas de pertenecer a la Europa institucionalizada no compensan la pérdida de capacidad de decisión a nivel nacional.

La gran cuestión ahora no es solo cuál va a ser a partir de ahora la relación entre la UE y el Reino Unido. Esto, con ser importante, no es lo fundamental. Lo más relevante es qué va a hacer la Unión a partir de ahora. Los británicos se han marchado porque, para una parte importante de su población, el proceso de integración europea había ido demasiado lejos.

La Unión Europea actual está divida en dos grandes bloques. Por un lado, aquellos Estados miembros que buscan una mayor integración, es decir, aquellos que quieren hacer realidad el preámbulo y el artículo primero del Tratado de la Unión Europea que aspira a avanzar juntos hacia una Unión cada vez más integrada, cuando dice que dicho Tratado es "una nueva etapa en el proceso creador de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa".

Hay que eliminar la ficción de que todos los países aspiran a integrarse en una estructura común

Y, por otro lado, los que consideran que la Unión Europea es un área económica y de asistencia mutua, pero sin un fin último de integración política.

Los primeros han participado de todos los procesos de integración desarrollados hasta ahora, incluidos los más exigentes como, los acuerdos de Schengen y la Unión Monetaria. Los segundos no han querido participar en todos o en alguno, de estos procesos.

Así, países nórdicos, como Dinamarca y Suecia, pudiendo formar parte del Euro, decidieron no hacerlo por razones de soberanía nacional, siguiendo la estela del Reino Unido. Igualmente, muchos países del Este, aunque, en teoría, están obligados a hacer lo posible para integrarse en la Unión Monetaria, en la práctica, han renunciado a hacerlo. Este sería el caso de Bulgaria, Hungría, Polonia y República Che-ca. Rumanía y Croacia sí han mostrado su disposición a integrarse en un futuro.

Los países que sí quieren avances deben unirse en un núcleo sólido que profundice la Unión

En cuanto a Schengen, el Reino Unido no quiso participar en su momento. Y ello arrastró a la República de Irlanda para evitar imponer así un control de personas entre las dos Irlandas. Tampoco pertenecen al espacio Schengen Croacia, Chipre, Bulgaria y Rumanía, en estos casos, por dificultades se seguridad en el control.

El bloque más integrado lo componen los 15 países que pertenecen a la Unión Europea, que forman también parte del Euro y del espacio Schengen: Portugal, España, Alemania, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, Austria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Finlandia, Grecia, Letonia, Lituania y Malta. Dentro de este bloque, sin embargo, la situación también es heterogénea. Los países del Sur de Europa se vieron más afectados por la Gran Recesión que los países del Norte. Ello se debió a que su incorporación al Euro conllevó una rápida desaparición de sus primas de riesgo, lo que infló el valor de sus activos, en mayor medida de lo que ocurrió en los países que formaban parte del área marco. Cuando la burbuja estalló, el impacto en términos de caída de la producción y el empleo fue mucho mayor en los primeros. Por ello, no es de extrañar que, según el último Eurobarómetro, entre los países que más sentimientos negativos despierta la Unión Europea están Grecia (51% de los encuestados), Chipre (47%), Francia (46%), Portugal (44%), e Italia (40%).

Pero este sentimiento antieuropeo también alcanza a algunos países del Norte, especialmente Países Bajos (43%) y Bélgica (42%). Por el contrario, Alemania, Austria y los nórdicos mantienen sentimientos muy favorables hacia la Unión. Pero ello que no impide que, en to-dos estos países, hayan surgido también grupos políticos con marcado carácter antieuropeo con un claro sesgo en contra de lo que consideran transferencias injustificadas hacia el Sur.

Por tanto, nos encontramos con tensiones centrífugas en todo el proyecto europeo: el este, para el que no es prioritaria la integración; el norte, en el que algunos consideran que la UE es un club excesivamente generoso; y el sur, en el que una parte de la opinión pública considera que el norte impone reglas fiscales que ahogan el desarrollo y el crecimiento económico.

La estrategia que el Reino Unido pretende con el Brexit sólo puede ser exitosa si Gran Bretaña consigue un buen acuerdo comercial y, a su vez, puede establecer una normativa propia en material laboral, fiscal y medioambiental que atraiga inversión desde el continente. Pero, paradójicamente, el Reino Unido precisa que el bloque permanezca Unido, para poder tener un estatus especial que sería imposible si se disgregara la Unión Europea. Y, sin embargo, si el Brexit tiene éxito, podría ser un ejemplo a seguir por otros países europeos, comenzando así una espiral desintegradora que podría acabar con la propia Unión Europea.

Por ello, quizás Europa deberá plantearse su futuro de forma distinta de cómo lo ha hecho hasta ahora. Debería tener claro quiénes son los países que están dispuestos a integrarse de forma más estrecha, y entre ellos, formar un núcleo sólido y cohesionado que profundice aún más en la Unión.

El resto, debería tener un estatus de asociación, que conllevara beneficios mutuos, pero que no supusiera cesiones de soberanía tan severas. Entre estos países tendríamos, con toda, seguridad al Reino Unido.

Lo que no puede permanecer mucho más tiempo es la ficción de que todos los países estamos integrados en una única estructura común, cuando la realidad es que la geometría variable es ya una realidad en Europa. Y la salida del Reino Unido y la negociación de su nuevo estatus lo deja claramente de manifiesto. Mantener esta ficción nos impide profundizar en la Unión a los que estamos convencidos de su necesidad, y crea cada vez más tensiones a quienes no quieren continuar por la vía de una colaboración cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa.

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