
Decepcionante, neutro, inocuo. Estos son algunos de los calificativos que una mayoría de ciudadanos de a pié y un número no pequeño de comentaristas , esperando quizas una contudencia mayor, han dedicado al discurso de Navidad del Rey Felipe VI.
Desconociendo unos y obviando deliberadamente otros que los discursos del Jefe del Estado son, por imperativo legal, supervisados y revisados necesariamente por el Gobierno, y que la neutralidad política del Rey es una de las características congénitas de todas las monarquías parlamentarias como la española.
Felipe VI no podía, ni debía, ir mucho más allá de lo que fue en su alocución aunque leyendo entre líneas se pueden deducir dos mensajes tan firmes como nítidos: la defensa a ultranza de la Constitución y la reivindicación de la sociedad civil como motor y garantía del progreso y el futuro de la nación española.
Constitución y sociedad civil que fueron, probablemente, las dos palabras más utilizadas por el Rey en su discurso, siendo especialmente claro su apelación al Congreso de los Diputados para que a la hora de investir al candidato a la Presidencia del Gobierno se respetará, por encima incluso de los posibles acuerdos entre partidos, el interés general y los valores y principios de nuestra Carta Magna como símbolo y garante de la democracia y la unidad de España.
Un aviso tan cristalino como el de su esperanza en la sociedad civil de este país por encima de una clase política, a la que no se refirió, y en que es palpable su mediocridad y el desprestigio del que goza entre unos ciudadanos, cada vez más consciente de que quienes debieran representarles sólo se ocupan y preocupan de sus ambiciones personales y sus intereses partidistas.
Lo decepcionante y lo preocupante no es el discurso real. Lo verdaderamente grave es el silencio del Gobierno ante los tan consabidos como incongruentes ataques de los independentistas a las palabras del Monarca, y también sus oídos sordos a la defensa y el respeto de la legalidad constitucional, amenazada por las negociaciones y la entrega del candidato a presidente a unos socios cuyo único objetivo es destruir la nación que él pretende gobernar.
Ataques estos de los independentistas que más parece fruto de los efluvios espirituosos propios de los excesos navideños y del odio a España que de una reflexión seria y responsable como debería corresponder a quienes ostentan cargos públicos. Así, comparar el discurso del Rey con un mitin de Vox como ha hecho el diputado Rufián de ERC no sólo es una muestra de intolerancia propia de quienes como él son el más claro ejemplo de ese extremismo radical que les caracteriza. Cree el ladrón que todos son de su misma condición que dice el refranero.
Y, ¿qué decir de ese Quim Torra, pregonando que en España no se respetan los derechos humanos? Un presidente de la Generalidad de Cataluña que ha vulnerado la legalidad y en trámites de inhabilitación, que se erige en la voz y la personificación de todos los catalanes aunque excluye y desprecia a más de la mitad, cuyo historial está plegado de actuaciones y manifestaciones totalitarias y xenófobas que dicen muy poco a favor de su condición de humano. A lo mejor es a eso a lo que se refiere.