
Los que formamos parte del sector tecnológico sabemos que este es un momento crucial para estar bien despiertos. Diría que hasta insomnes.
Resulta chocante, quizás por eso, que cada pocos días podamos encontrar un nuevo estudio, una nueva estadística, donde se prueba que la mujer sigue observando desde una prudencial distancia -cada vez menor, todo sea dicho- el éxito que sus colegas están aprovechando con avidez.
El mundo que nos rodea está cambiando rápidamente. Nuestros hábitos de consumo, nuestra forma de trabajar o la manera de relacionarnos con amigos, compañeros e incluso con nuestros propios hijos se transforma continuamente con cada nuevo desarrollo. Un frenesí tecnológico que también ha moldeado, evidentemente, el rumbo de los mercados, siempre al capricho de lo más tendencioso. Si hay algo seguro, es que el futuro quedará supeditado al avance de la tecnología.
Contemplar esta escena es fascinante, pero formar parte de ella lo es aún más. Por ello, el desarrollo de competencias digitales debe ser una prioridad de los gobiernos para con sus ciudadanos, de las empresas con sus empleados, y de las mujeres con nosotras mismas.
El informe Women in Digital Scoreboard, elaborado por la Comisión Europea para analizar el desarrollo digital de la mujer en los Estados miembro, ha dado prueba de ello en su última edición. Más allá de la diferencia entre países -en la que, por cierto, España logra una novena posición en el ranking de los 28-, llama poderosamente la atención que, en términos generales y ampliamente repetido entre nuestros vecinos, los hombres arrojan índices más altos en todos los indicadores de digitalización tenidos en cuenta para elaborar el estudio -agrupados en torno a tres bloques: uso de Internet, habilidades de uso de Internet y especialistas y empleo TIC-.
Entre los datos que podemos encontrar sobre España, hay motivos para sentirnos esperanzadas: sacamos pecho en el uso de Internet para formación y en su utilización para la participación social y política. Pero nos diluimos a la hora de mostrar nuestras habilidades TIC. Y es que, de todos los indicadores, la desigualdad entre graduados en las denominadas carreras STEM -aquellas que agrupan las ramas de Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas - es la más acuciada.
El desarrollo de competencias digitales debe ser una prioridad de los gobiernos
Mientras que las mujeres obtenemos un índice de 13 puntos, los hombres logran 30,10 (una diferencia de 17 puntos que nos coloca entre los países europeos con una mayor brecha educativa en este ámbito). Algo similar ocurre cuando analizamos los valores obtenidos en cuanto al volumen de especialistas TIC, de 1,04 en el ámbito femenino frente al 4,5 del masculino.
Nuestro objetivo debe ser escalar posiciones, romper los roles que nos obligamos a seguir por el mero hecho de ser mujeres y conseguir cerrar la brecha (una brecha que, según revelaba la consultora Ernst & Young y a pesar de que las empresas del Ibex han mejorado su transparencia al respecto, sigue siendo difícil de calcular). Y para ello, nuestra arma más poderosa es la educación, motivar con nuestro ejemplo, a través de nuestros logros, hitos, aptitudes y con la perspectiva de un futuro lleno de oportunidades.
Seamos nuestro propio referente. Hagamos historia para que las generaciones que ya están en las aulas no tengan que imaginar el futuro y puedan proyectar sus aspiraciones en mujeres que marcaron el cambio, líderes que lograron que hablar de diferencias de género al fin sea cosa del pasado.
Ante los vertiginosos cambios que esperamos, respondamos con audacia, con talento y con perseverancia. No olvidemos que ese poder tan intrínseco a las mujeres como es la inteligencia emocional será también una de las claves para un futuro que necesita dotar de humanidad y creatividad a algo tan aparentemente inerte como es la tecnología.
No parece una idea disparatada que el término STEM haya incorporado una nueva vocal de gran significación, la A (STEAM), para sumar a este grupo de disciplinas el Arte, tan transversal y necesario a todos los ámbitos humanos. Un presagio, quizás, del ímpetu y la fuerza con la que todas estas ramas cambiarán el mundo y de las que, por supuesto, estamos obligadas a formar parte.
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