Opinión

Transición energética: proceso ineludible

Las renovables acabarán expulsando a la generación con fósiles

Defender la corriente negacionista del cambio climático resulta cada vez más insostenible. Los datos no solo corroboran la tesis del calentamiento global, sino que, además, indican que es un proceso que se está acelerando.

El pasado julio fue el mes más cálido desde que comenzaron los registros hace más de un siglo. El hielo del Ártico ha perdido el 40 por ciento de su grosor en los últimos 30 años. En 2018 se registraron 74 ciclones en el hemisferio norte, casi un 20 por ciento por encima de la media histórica. La acumulación de récords ha dejado de ser una anomalía; al contrario, nos hemos acostumbrado a la sucesión de cifras extraordinarias.

El cambio climático es probablemente el mayor reto al que se enfrenta la humanidad

El calentamiento global constituye un reto mayúsculo. Las consecuencias del aumento del nivel del mar, del avance de la desertificación o de la formación de fenómenos climatológicos extremos son incalculables; probablemente el mayor desafío al que se enfrenta la humanidad.

La comunidad cientÍfica alertó, en la Cumbre de Clima celebrada en Nueva York en septiembre, de la necesidad de incrementar sustancialmente los esfuerzos para disminuir las emisiones de gases contaminantes. De lo contrario, las temperaturas podrían aumentar más de 3 grados a lo largo de este siglo respecto a los niveles preindustriales, prácticamente el doble del compromiso fijado en el Acuerdo de ParÍs.

El margen de maniobra es cada vez menor; sin embargo, no es demasiado tarde. La innovación tecnológica en los últimos años ha abierto una ventana de optimismo. La drástica caída del coste de la energía eólica y de la fotovoltaica, por debajo de los combustibles fósiles en algunos casos, supone un logro de enormes dimensiones. Las energías limpias son, ahora mismo, imprescindibles desde la perspectiva medioambiental y, también, rentables en términos económicos. No sorprende, pues, que la capacidad instalada de renovables en el mundo se haya duplicado desde 2010, y, en los próximos cincos años, se calcula que aumentará en más de 1.000 GW, una cifra que equivale a diez veces el tamaño del sistema eléctrico español.

El reto de los países petroleros en un mundo de energías renovables será mayúsculo

El auge de las energías limpias constituye, además, el pilar sobre el que se asienta el siguiente objetivo: electrificar todo lo posible la economía para descarbonizar aquellos sectores dependientes de los hidrocarburos. El primer gran capítulo se está escribiendo en el transporte terrestre. Más de dos millones de vehículos eléctricos ya circulan por las carreteras. La industria todavía tiene que superar algunas barreras, como la autonomía de las baterÍas o la carencia de una red de puntos de repostaje; sin embargo, estas deficiencias se están corrigiendo a gran velocidad y, probablemente, tan solo nos encontramos ante la punta del iceberg. Algunas estimaciones, como las de la Agencia Internacional de la Energía, auguran un crecimiento exponencial en los próximos años y, en 2030, el número de vehículos eléctricos podría superar las 100 millones de unidades.

La transición energética parece imparable; al igual que la mayor sensibilidad de la ciudadanía a medida que nos acercamos al precipicio ecológico. Esta transformación invita a cuestionarse si un mundo desconectado, al menos en buena medida, de los hidrocarburos es posible. El proceso de diversificación emprendido por la mayoría de las compañías petroleras refleja que este escenario podría estar más cerca de lo que pensamos. De producirse, dibujará un entorno extraordinariamente exigente para los tradicionales países petroleros. La capacidad de adaptación de estas naciones diferirá enormemente en función del clima de negocios, el marco político y el margen de seguridad acumulado en los años de bonanza –principalmente en forma de fondos soberanos-. No se puede descartar que algunos de ellos tengan serias dificultades para acometer esta transición, un riesgo que no se debe subestimar dado el abanico de consecuencias que entrañaría; entre otras, la posibilidad de que se produzcan episodios de conflictividad.

Al mismo tiempo, bajo la descarbonización de la economía subyace un negocio formidable y, sobre todo, una oportunidad –en términos geopolíticos- para liderar los sectores más vanguardistas. Hasta ahora, nadie mejor que China ha sabido leer el enorme potencial detrás de la transición energética, un movimiento más dentro de la creciente competencia entre el país asiático y Estados Unidos.

Merece la pena plantearse, también, cómo serán los pilares de la arquitectura de la energía que se está construyendo. A diferencia de los hidrocarburos, un mercado que opera en condiciones cercanas al oligopolio, las renovables abren la puerta a la democratización de la energía, algo impensable hace unos años. Prácticamente cualquier Estado puede avanzar en la autosuficiencia combinando las distintas tecnologías: eólicas (on shore y off shore), fotovoltaica, hidráulica, etc. La universalización de la producción de energía mitigará muchos de los riesgos inherentes al mercado del petróleo y conducirá a una reorientación de las relaciones internacionales.

Así pues, las implicaciones de la transición energética no se circunscriben al ámbito medioambiental y económico, sino que tiene un alcance más profundo, donde variables como las aspiraciones geopolÍticas juegan un gran papel. Los riesgos mencionados y los escenarios planteados no se materializarán en el corto plazo, sino progresivamente, a lo largo de los años o décadas. Nos dirigimos, en definitiva, hacia un paradigma energético sin precedentes. CESCE es consciente del reto que este proceso supone para las empresas españolas y, por ello, apoyará activamente su internacionalización mediante la cobertura de los riesgos asociados a sus operaciones de exportación e inversión en el exterior.

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