
"Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, como se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor; cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor".
Recurro a este poema clásico de Jorge Manriqe, que traspasó los cánones de la literatura universal, para glosar in memóriam la vida de Alfonso de Salas, con el que he trabajado codo con codo durante los últimos 14 años.
Para los que amamos la profesión de periodista, creo que su historia está llena de heroicidades, como la de Rodrigo Manrique, que glosó el citado poeta y guerrero en las "Coplas por la muerte de su padre."
He leído en los días posteriores a su fallecimiento muchas historias sobre si era un gran editor y maestro de periodistas ó manager de directores. Para mí Alfonso fue, sobre todo, una gran persona. Un tipo accesible y sencillo, de buena conversación y mejor llantar, que sabía escuchar y tomar el pulso de las cosas.
Se pasó la vida intentando desenmascarar la realidad. Por eso, cuando descubría una noticia que era cierta, siempre defendía que se publicara, pasando por encima de cualquier tipo de presión política ó económica.
"Si es verdad se publica", fue su lema. Tenía la virtud de anticiparse a los acontecimientos
Marqués de Montecastro y LLanahermosa, estaba de vuelta de los títulos y de los elogios que recibía de los demás, lo que le permitía afrontar su existencia con pulcritud, burlándose de los oropeles, que condicionan la conducta de otros.
Contaba con fruición y brillo en los ojos, como rompió la amistad de su hermano Juan Tomás de Salas, que lo había acogido en Diario 16, para irse a fundar El Mundo con un joven periodista, Pedro J. Ramírez, al que había salvado en varias ocasiones del despido y al que le costó tiempo centrar en la información comedida y veraz, según decía. Pero eso es harina de otro costal.
A Alfonso no le tembló el pulso en sacrificar la relación con su hermano mayor, que había sucumbido a los cantos de sirena del ex presidente Felipe González. Se autodespidió y se marchó, con una mano delante y otra detrás, a levantar un periódico que contara la verdad, sin tapujos ni presiones. Una gesta, en mi opinión, muy valiente y difícil de igualar. Y más en los tiempos que corren.
Desde hace más de un año preparó su sucesión. "Me lo he pasado muy bien", dijo al despedirse
En 2006 creó elEconomista, junto a uno de los fundadores de El Mundo, su fiel escudero echador de números, Juan González, y de otra persona, en la que llegó a depositar toda su confianza, con la que terminó mal, y que de momento no mencionaré para honrar su voluntad.
Le conocí un año antes del nacimiento de elEconomista, casi por casualidad, de la mano de un amigo común, Enrique Beotas, otro monstruo de la comunicación ya desaparecido. Ambos sentimos como un flechazo, de esos que ocurren raras veces en la vida, pero que ya perdurará eternamente.
Juntos hemos vivido momentos muy difíciles, porque al año del nacimiento de elEconomista, sobrevino la crisis más dura de la historia contemporánea, y eso une mucho. Con el periódico aún por consolidar, tuvimos la suerte y la visión de echar toda la carne en el asador de internet, cuando aún casi nadie ponía la mano en el fuego por el futuro de la red. Pronto nos convertimos en los líderes de la prensa económica por número de lectores. Una circunstancia que ampliamos en los últimos meses, con tres millones de usuarios, alrededor del 30% del tráfico, según el medidor de Comscore, sobre nuestro inmediato rival, el diario Expansión.
Entre las primeras batallas periodísticas, recuerdo el crudo enfrentamiento con el extinto presidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, quien nos llegó a prohibir el acceso a su sede central porque no le gustaba la información sobre su persona. Narramos con años de anticipación algunos de los incoherencias políticas, que luego llevarían a la entidad financiera a la ruina.
También resultó muy cruento el choque con el Gobierno de Zapatero, que se negó a ver la crisis y convirtió a España en un solar de paro y destrucción de riqueza. Nos amenazó con secuestrar, antes de que saliera a la calle, la edición en la que contamos que Zapatero había solicitado en secreto una línea de liquidez al FMI para evitar la intervención de España. Petición que el propio Zapatero confirmó en las memorias publicadas tras abandonar el Gobierno.
El editor De Salas tenía la piel curtida en batallas mucho más sangrientas contra los ejecutivos de González y siempre se mantuvo en su sitio. "Si es verdad, se publica", ese fue su lema y seguirá siendo el santo y seña de elEconomista.
Alfonso bebía los vientos por la política, marcada por las riñas callejeras, pero enseguida se adaptó al ritmo más pausado y discreto de la información económica y financiera. Las relaciones cordiales y la información sosegada del periódico y de su web en defensa del libre mercado, del mundo empresarial y de la estabilidad institucional son nuestro estandarte y lo serán en el futuro.
Los cientos de mensajes de condolencias recibidos tras su fallecimiento, entre ellos los de los primeros espadas de las grandes multinacionales españolas, elogian su decidida apuesta por la información de calidad y contrastada, que defendió desde la Transición en Cambio ó Diario 16.
Su fino instinto político, le llevó a descubrir antes que nadie a Albert Rivera, luego a Pablo Casado y, por último, a Santiago Abascal. Recuerdo, como si fuera ayer, cuándo pronosticó que cada uno de estos políticos llegaría lejos, antes de que nadie creyera en ellos. Recientemente se desencariñó de alguno, tras sus actuaciones erráticas.
En los últimos tiempos, en los que su larga enfermedad lo mantuvo apartado de la primera línea de gestión, se zambulló en los libros de historia sobre los conquistadores españoles en América. Lamentaba el desconocimiento general y la falta de orgullo patrio sobre sus gestas. La singladura épica de Magallanes y Elcano al dar la primera vuelta al mundo hizo volar su imaginación por las luchas entre piratas y corsarios en los mares del Sur, entre sus recientes lecturas.
Si tuviera que destacar una característica que lo retrate es que siempre tenía las cosas meridianamente claras, sabía adelantarse a los acontecimientos, antes de que los demás los viéramos. Eso nos permitió anticiparnos a la crisis financiera, fortalecer el capital y mantener unida la estructura accionarial ante la llegada del temporal, pese a las bajas sufridas entre los socios. Tampoco desfalleció en mantener la apuesta por internet.
Desde hace más de un año, de la mano del vicepresidente primero, Antonio Rodríguez Arce, y del resto del socios y miembros del consejo de administración, puso en marcha su sucesión con la precisión de un cirujano, consciente de que se sacrificaría a sí mismo.
La entrada de Pablo Caño como consejero delegado, asumiendo todos los poderes ejecutivos en enero pasado, ha permitido culminar la alianza societaria iniciada por él con Raúl Beyruti, dueño del grupo GIN, que es ahora el primer accionista individual y vicepresidente. Caño ha comenzado a pilotar una transformación digital para poner a elEconomista a la vanguardia de los medios de comunicación en el empleo de datos para ganar suscriptores en el futuro.
Una de sus obsesiones, desde hace meses, era que todo estuviera en orden cuando él tuviera que partir para que el proyecto siga su certera singladura, como los grandes navegantes que tanto le apasionaba leer. En octubre tenía pensado dejar todos sus cargos y quedarse como presidente de honor, para descansar. Le faltaron solo unas semanas para poder cumplir su objetivo, tener más tiempo para disfrutar de su familia y de los largos paseos por la sierra abulense de Gredos, a donde se escapaba siempre que podía.
Con esa manía anticipatoria suya, nos telefoneó unas horas antes de marcharse definitivamente para ponernos los deberes a cada uno y recordarnos las tareas pendientes. Hasta el último aliento de su vida estuvo dedicado elEconomista y a su familia.
Falleció, como se suele decir, con las botas puestas. Pero estoy seguro de que feliz. En su última conversación conmigo, me dijo que no tuviera pena: "Nos lo hemos pasado muy bien". Y es verdad. No queríamos creerte cuando insistías en que estabas "muy malito", porque será difícil acostumbrarnos a seguir sin ti.
"Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no se encuentra gracia en sí mismo. Muere lentamente quien destruye su amor propio (...)" (Pablo Neruda). Pero tú, mi querido presidente, siempre vivirás entre nosotros.