Opinión

El problema latente de la guerra comercial

  • La economía se ja acostumbrado a los estímulos monetarios
  • Existe el peligro de un mayor crecimiento de la desigualdad

Era solo cuestión de tiempo que la escalada de las tensiones entre China y Estados Unidos llevara a muchos más economistas a advertir sobre una recesión económica global inminente, combinada con una inestabilidad financiera. Ya el pasado 5 de agosto, Bloomberg News señalaba que la curva de los intereses del bono estadounidense "presenta la advertencia sobre la contracción más virulenta desde 2007". Y Larry Summers, exsecretario del Tesoro de Estados Unidos, que también estuvo íntimamente involucrado en los esfuerzos de gestión de la crisis en 2008-09, recientemente tuiteó que "podemos estar ante el momento fi-nanciero más peligroso… desde 2009".

Muchos economistas sostienen que resolver las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China es la mejor manera de evitar una disrupción económica y financiera global importante. Sin embargo, si bien es necesaria, estaría lejos de ser suficiente.

No me malinterpreten: el foco en el deterioro de las relaciones entre China y Estados Unidos es absolutamente entendible. Después de todo, el agravamiento de su disputa aumenta el riesgo de una guerra comercial que, sumada a una guerra de divisas, conduciría a resultados proteccionistas (es decir, donde todos salen perdiendo) que se propagarían por toda la economía global. Ante un deterioro de las perspectivas de crecimiento, en cierto países (el más reciente, Alemania) saldrían a la luz cuestiones vinculadas a la deuda y al apalancamiento, sumando inestabilidad financiera a un cóctel económico que ya es nocivo. Y ahora que la disputa entre Estados Unidos y China se extiende más allá de la economía e incluye cuestiones de seguridad nacional y de política doméstica, el mejor escenario para el comercio es una serie de treguas; pero el resultado más probable es una escalada de las tensiones.

Sin embargo, cuando se las analiza en el contexto más amplio de la década pasada, las tensiones comerciales terminan siendo un síntoma más que una causa del malestar económico y financiero subyacente del mundo. En verdad, un foco excesivo en los riesgos comerciales está desviando la atención de los responsables políticos de otras medidas necesarias para garantizar un crecimiento más rápido y más inclusivo en un entorno financiero verdaderamente estable.

Los responsables de las políticas también deben lidiar con la creciente presión política sobre los bancos centrales, con el crecimiento de la desigualdad (de ingresos, riqueza y oportunidades), o el avance de los movimientos anti-establishment. A todo ello se une la pérdida de confianza en los gobiernos y en la opinión de los expertos, las tensiones económicas y geopolíticas regionales, el creciente riesgo de una inestabilidad financiera, la pérdida de rendimiento de los activos financieros que hasta ahora se consideraban más seguros y una sensación generalizada de inseguridad económica.

Como sostuve en mi libro The only game in town, todos estos desenlaces recientes -y también, por supuesto, las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China- están relacionados de manera significativa con dos características básicas y persistentes de la economía global desde la crisis financiera de 2008.

La primera es el período prolongado en el cual el crecimiento económico no sólo ha sido demasiado bajo sino también insuficientemente inclusivo. Como resultado de ello, crecientes segmentos de la población se han sentido marginalizados, alienados y enojados -lo que lleva a resultados electorales inesperados, al ascenso de los movimientos populistas y nacionalistas y, en unos pocos casos, al malestar social.

La segunda característica post-crisis es la dependencia persistente y excesiva de la medicina adormecedora pero distorsionadora de la liquidez de los bancos centrales, en lugar de una combinación de políticas más equilibrada que busque aliviar los impedimentos (principalmente estructurales, pero también cíclicos) para un crecimiento más rápido y más inclusivo. La política monetaria no ha sido muy efectiva a la hora de impulsar el crecimiento sostenible, pero ha hecho subir los precios de los activos significativamente. Esto ha generado quejas acerca de que el sistema favorece a quienes ya son ricos y privilegiados, en lugar de fa-vorecer a la población en general, mientras perjudica a los grupos ya más perjudicados.

Si estas dos características persisten, la economía global pronto llegará a una fragmentación con unas perspectivas de futuro inciertas. En esta encrucijada, el camino actual cada vez más insostenible dará lugar a un resultado más negativo que implique recesiones, inestabilidad financiera y crecientes tensiones políticas y sociales o, con una mirada más optimista, a un incremento del crecimiento inclusivo y a una estabilidad financiera genuina en tanto el sistema de gobernanza finalmente responda a la presión popular.

Un necesario punto medio

Es más, la búsqueda de un punto medio en esta encrucijada es en sí mismo cada vez más complicado. En particular, el uso prolongado de políticas monetarias poco convencionales ha implicado costes y riesgos que se han intensificado con el tiempo. Estos incluyen ataques a la autonomía operativa de los bancos centrales, la distorsión que muestran mercados tan importantes y hasta ahora fiables como el propio de la renta fija y la dependencia de un permanente exceso de liquidez, particularmente en el sector no bancario. Como consecuencia, un error político o un traspié del mercado podrían hacer que el deterioro fuera mucho más rápido y muchísimo más agitado.

Para evitar un desenlace desagradable en la economía global y el sistema financiero, China y Estados Unidos necesitan resolver sus diferencias en el contexto de un acuerdo de políticas más integral que también involucre a otras economías importantes (especialmente Europa).

Los esfuerzos por revitalizar un comercio libre, pero más justo, deberían empezar por ocuparse de las quejas norteamericanas y europeas genuinas frente a China en relación al robo de propiedad intelectual, la transferencia obligada de tecnología, la excesiva subvención y otras prácticas comerciales y de inversión injustas. Y esto a su vez debería servir como la base para un esfuerzo multilateral integral destinado a eliminar las restricciones al crecimiento real y potencial.

Una iniciativa de este tipo incluiría una rehabilitación y modernización de las infraestructuras en Europa y Estados Unidos, políticas fiscales más equilibradas en Europa y una fuerte arquitectura económica regional, redes de seguridad social más fuertes en todo el mundo y una liberalización y desregulación selectiva en China y Europa.

Con una acción global concertada de este tipo, la economía mundial podría transitar la encrucijada que se le plantea favorablemente. Sin ella, los lamentos actuales sobre la inestabilidad y la inseguridad económica y financiera podrían palidecer en comparación con lo que viene a continuación.

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