Opinión

La era de las promesas incumplibles

La semana pasada el partido conservador británico, probablemente el partido político con más solera del mundo, eligió a su nuevo líder y, en consecuencia, Primer Ministro del Reino Unido, a Boris Johnson. En medio de la mayor crisis política a la que se ha enfrentado el país desde la Segunda Guerra Mundial, los tories han preferido el discurso encendido y las promesas vacías frente al pragmatismo y la moderación que representaban los candidatos más próximos a su predecesora.

Recordemos que estamos hablado del partido conservador británico, del partido del que fueron primeros ministros, entre otros: William Pitt, Disraeli, Winston Churchill o Margaret Thatcher. Se trata del partido que representa la esencia británica de sentido común y practicidad. Y, sin embargo, en esta ocasión, ese mismo partido ha decidido dar un salto al vacío y dejar el país en manos de un líder que dice lo que los votantes quieren oír pero que no ha dicho una sola palabra de cómo quiere llevarlo a cabo.

El fenómeno no es nuevo. Es más, se trata de una característica propia de nuestro tiempo. No es sólo que, al haberse importado desde el otro lado del Atlántico el sistema de primarias para la elección de líderes, los partidos tiendan, de forma cada vez más frecuente, a elegir personas con marcado carácter ideológico, gran capacidad de oratoria y poca experiencia de Gobierno. Esto, en cierta medida, sería comprensible ya que los militantes de los partidos tienden a estar más ideologizados que el conjunto de la sociedad. Lo verdaderamente asombroso es que los electores están comprando, salvo honrosas excepciones, el producto, y está eligiendo como gobernantes este tipo de líderes.

Un segundo referéndum reabriría el debate en Reino Unido y causaría una crisis en los conservadores

El populismo en esencia consiste en simplificar los males de la sociedad, a menudo culpando a otros de esos males, y en dar recetas contundentes (normalmente falsas o irrealizables) para resolver estos problemas. Siempre ha existido algo de esto en la política, especialmente en época electoral. Pero una gran parte del electorado no se dejaba engatusar por el marketing político, y al final se imponía la moderación, la sensatez y la elección de la persona capaz. Al final, el cuerpo electoral en su conjunto parecía ser consciente de que estaban eligiendo a un gobernante para cuatro años, y de que, en esos cuatro años, podía ocurrir de todo. Por ello, y así lo entendían los votantes, lo mejor era buscar una persona con capacidad y experiencia, centrada en sus posicionamientos y en la que confiar si sobrevenía una crisis.

Curiosamente, los envejecidos electorados occidentales, cada vez más, votan con el corazón y no con la razón. Vemos líderes que rompen con los consensos previos, dicen barbaridades que dividen a las sociedades y toman decisiones que nos conducen a territorios desconocidos. Y todo ello para dar satisfacción a potenciales votantes que demandan políticas cada vez más radicales, sin compromiso alguno con aquellos con los que no se está de acuerdo. Se ganan así las elecciones con promesas imposibles y luego los electorados se frustran ante el incumplimiento.

El Reino Unido se dirige a toda máquina hacia un Brexit duro, sin acuerdo con la Unión Europea de la que ha formado parte desde 1972. Theresa May era consciente de que, entre la posición extrema de salir de Europa sin acuerdo y la opción de permanecer que había sido derrotada en el referéndum, existe una posición sensata que no satisface plenamente a nadie, pero que pretendía un justo término medio. Esto es, salir de la Unión, pero hacerlo con un acuerdo, aunque eso significara que el Reino Unido seguía teniendo que aceptar ciertas reglas europeas. El sueño de un acuerdo en el que el Gran Bretaña tenía todas las ventajas de pertenecer a la UE y ninguno de sus inconvenientes no era posible. Un segundo referéndum reabriría el debate interno en el Reino Unido y provocaría una guerra civil en las filas conservadoras. La única solución era la que proponía la, hasta hace pocas fechas, Primera Ministra del Reino Unido y que fue rechazada en su país por las posiciones inamovibles de ambos extremos.

Los partidos políticos han cambiado y optan por los populismos y falsas promesas

El caso del Reino Unido es un claro ejemplo. Pero no es el único caso de influencia de las posiciones populistas. En muchos otros países, en cada elección, los parlamentos se fraccionan más, los partidos tradicionales pierden peso, las posiciones se enquistan más y es más difícil formar gobiernos. En Alemania se ha pasado de tener tres partidos con representación parlamentaria a seis, y los partidos tradicionales pierden peso. En Italia, in extremis, se formó un gobierno inestable entre populismos irreconciliables. En Francia, el populismo sólo se ha frenado por una coalición de todos contra el Frente Nacional, y los partidos tradicionales han desaparecido. Y en Estados Unidos no queda rastro de la moderación en unos irreconocibles partidos republicanos y demócratas.

Desconozco el por qué, pero los electorados han cambiado, algo probablemente relacionado con la dura crisis económica y con el auge de las redes sociales, y piden otro tipo de gobernante. O quizás los que han cambiado son los partidos políticos, que eligen otro tipo de líder. Lo cierto es que no parece que estos cambios sean a mejor.

En todo el mundo se están perdiendo esos gobernantes experimentados, que conocían el alma de sus pueblos, que sabían pactar en aras a un interés superior y que tenían una visión de la política más allá de la lucha personal por el poder. Echamos de menos a aquellos que fueron capaces de firmar la paz poco después de la Guerra Mundial, los que construyeron Europa, los que modernizaron sus países, los que derrotaron al totalitarismo y construyeron un orden internacional basado en reglas. La política actual recuerda algo a los años 30. Quizás se nos ha olvidado que los gobiernos pueden llevar a las naciones al desastre, y puede que no recordemos que los malos gobiernos tienen consecuencias nefastas. Mientras vuelve la cordura, esperemos que no suceda nada irreparable

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Comentarios 1

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Juan
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Fantástica reflexión. Enhorabuena!

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