Opinión

Miedo a volar

La primera vez que subí a un avión no había cumplido los seis años. Era un Junker alemán de aquellos que Hitler había enviado a España. Mi padre era el presidente de la Sociedad Colombófila Montañesa y desde aquellos aviones militares se hacían "sueltas" de palomas mensajeras que retornaban fieles a sus lugares de origen, guiadas por una orientación innata que al niño que yo era le parecía milagrosa. Desde entonces, mi afición a volar no ha hecho más que degradarse. Contaré los avatares de un vuelo a Santander. La cola ante el control de seguridad es grande y cuando le llega el turno, al pasar por el arco suena un pitido. Oye que alguien le ordena: "Déjelo todo ahí. Y también el reloj". El viajero deja monedero, reloj… pero el aparato sigue pitando. "Quítese el cinturón", es ahora la orden. El viajero obedece, pero nota que los pantalones se le van al suelo. Los agarra antes de que se caigan. Al fin, cruza sin molestar al aparato que, esta vez, ha decidido enmudecer. Se pone el cinturón y cuando está recogiendo el monedero, vuelve a oír la voz: "Abra el equipaje", dice. Lo abre. "Ahí. Dentro de la bolsa de aseo", precisa la voz. El viajero obedece. Es más, duda de que en su vida pueda volver a hacer otra cosa que obedecer. "Eso tiene que facturarlo", insiste la voz. "Si facturo perderé el avión". "Ese es su problema". La cosa es una tijerita que el viajero usa para arreglar su barba. La tira en una papelera.

Carrera de un kilómetro para llegar a la puerta de embarque... y allí no ve la preceptiva cola. "He perdido el avión", piensa. Pero el viajero está de suerte. Dirige su vista hacia uno de los paneles y allí está impresa la palabra salvadora: Delayed (retrasado).

Un altavoz anuncia que "por causas técnicas" el vuelo sufrirá un retraso de una hora. La alta precisión con la cual la voz ha explicado el porqué del retraso ("causas técnicas") deja perplejo al viajero.

Llega el embarque. Nueva cola. Autobús y cola para subir al focker. Entonces aparece otro funcionario que le arrebata la bolsa para meterla en la bodega. "Ahí dentro no hay sitio para los equipajes de mano", le informa.

Los imprevistos que puede haber en un vuelo provocan el desconcierto del viajero

El avioncillo va lleno, los asientos son minúsculos y la distancia entre ellos casi inexistente. Con esfuerzo consigue sentarse en su sitio. Detrás de él se incrusta un atleta que le clava las dos rodillas en el respaldo. El avión comienza a rodar, pero enseguida se detiene. "Nos informan desde el control de que ocupamos el lugar decimoséptimo en la fila para el despegue", anuncia el comandante.

Como le han quitado la bolsa, se ha quedado sin la novela, pero el viajero está de suerte y una azafata le sirve un periódico. Allí lee: "El representante de las compañías aéreas europeas se opone firmemente a cumplir la normativa de la UE".

El avión despega. Por milagroso que parezca, no se para en el aire y llega a Parayas (Santander) con dos horas de retraso. Se detiene a unos cuarenta metros de la terminal, pero en Parayas han introducido "mejoras" y ya no dejan que los viajeros se trasladen a pie. Han puesto un autobús y así han conseguido su objetivo: retrasar la salida del viajero hacia la libertad.

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