
Los juicios morales o éticos, los asuntos de cintura para abajo, aunque hablemos de un católico casado por la Iglesia que acude a misas y funerales con fervor, no son la parte importante de del Bárbara-gate destapado entre la actriz y Juan Carlos de Borbón y Borbón. Allá cada cual: otra cosa es saber dónde va el dinero público utilizado por los servicios secretos, quién decide gastarlo en tapar escándalos y también si la seguridad del Jefe del Estado ha estado siempre garantizada a pesar de su afición a los chalés extrapalaciegos y otras cacerías. Los accidentes del Rey son cuestión de estado. O al menos lo fueron cuando era el Soberano.
La salida a la luz de la relación del rey Juan Carlos y Bárbara Rey empieza a provocar reacciones favorables al soberano y a justificar que los servicios secretos españoles utilizaran 500 millones de Euros de los fondos reservados para comprar el silencio de la vedette. Que esa aventura del monarca fue mucho más que un rumor que circuló durante años no se atreven a negarlo ya ni sus más fieles defensores.
Y ante tanta evidencia ha comenzado a tejerse una estrategia para defender al rey y al estado, con fundamentos de legalidad. En algunos platós de televisión ajenos al mundo del corazón hemos escuchado a conocidos abogados y periodistas presentar a don Juan Carlos como víctima de un chantaje que, de llevarse a cabo, habría hecho un daño impredecible a la institución.
"El dinero de los fondos reservados está para pagar confidentes, contratar espías y evitar daños a la nación, así que bien empleado estaba", argumentaba el director de un medio de comunicación en el debate político de La Sexta Noche. Y otra periodista añadía que los asuntos de faldas del antiguo rey eran privados y sagrados (aunque fueran adúlteros) y tenía todo el derecho a preservar su intimidad, aunque fuera pagando con dinero negro, o reservado, o vaya usted a saber.
Un abogado aseguraba que en todo caso el intento de chantaje de Bárbara Rey habría prescrito y que nada de esta historia, "tan antigua" tenía gran importancia hoy día.La defensa de don Juan Carlos está en marcha ante nuevas informaciones que todavía puedan salir a la luz.
Bárbara Rey conserva todavía a buen recaudo las fotos, el vídeo y las grabaciones de sus conversaciones con el rey, donde entre otros temas don Juan Carlos daba sus opiniones sobre los políticos del momento. "Pero ese rey ya no reina y la monarquía ha empezado de cero", argumentan otros. Tiene suerte el rey emérito. Porque sus aventuras extramatrimoniales han sido muchas y diversas y sus amantes discretas.
El rey ensangrentado
En vísperas de su onomástica, un fin de semana de 1.981, don Juan Carlos ingresaba en el Hospital Central de la Cruz Roja en Madrid con múltiples heridas cortantes en la cabeza y el cuerpo. El rey entró en la clínica en albornoz con el bañador debajo y una toalla ensangrentada envolviendo la cabeza. Los médicos decidieron operarle de inmediato con anestesia general. La intervención duró dos horas y media y la reanimación fue satisfactoria.
Trece horas después, Su Majestad regresaba al palacio de la Zarzuela y volvía a la actividad normal. Los portavoces de palacio explicaron que el rey había atravesado sin darse cuenta la puerta de cristal de la piscina del palacio, en un despiste monumental, a pesar de llevar años disfrutando de esas instalaciones que debería conocer a la perfección, incluso yendo a ciegas y sin luz.
Lo que se comentó entre la alta sociedad de Madrid y la clase política del momento fue otra versión bien distinta. Don Juan Carlos disfrutaba de una piscina, pero no la suya, en el chalé que una atractiva artista tenía en Aravaca, una urbanización cercana a Zarzuela. Y ahí sí que el rey no anduvo muy atinado con la puerta de cristal que separaba la casa del jardín; y se la empotró en todo su cuerpo. Los escoltas que esperaban fuera se encargaron de llevarle de inmediato al hospital.
Mala suerte tuvo el rey aquella calurosa tarde de domingo, pero en cambio su anfitriona, una señora elegante y discreta, jamás ha comerciado con esta historia, ni ha ido contándosela a periodistas "amigos". Un personaje cercano a don Juan Carlos se permitió decirle un día que fuera más prudente cuando se saltaba las normas. Y el rey le contestó: "No te preocupes, que tengo baraka" (en árabe, baraka es suerte). "Hasta que deje de tenerla", añadió el prudente y sabio consejero.