
Hoy se celebra el 175º aniversario de la primera sesión bursátil que acogió el parqué madrileño.
Si la vida es una acumulación de historias y vivencias, imagínese la cantidad de ellas que se pueden coleccionar en casi dos siglos de existencia. Por eso la trayectoria de la Bolsa de Madrid, que hoy celebra el 175º aniversario de su primera sesión bursátil, es tan rica. Lejos de la imagen fría e impersonal que suele acompañar a los parqués, el madrileño es un auténtico museo de historias.
Porque la Bolsa de Madrid desprende vida. Sobre todo, porque el corte clásico del Palacio de la Bolsa, situado en la madrileña Plaza de la Lealtad, huele a pasado, a ese romanticismo que inspiran siempre los tiempos en los que no había ordenadores ni Internet y todo era manual. Sólo con cruzar el umbral de la entrada principal, el visitante ya percibe que está entrando en un lugar importante, una sensación que se constata si tiene la fortuna de pasear por el luminoso parqué y por sus lujosos salones. Y, por supuesto, por su Biblioteca, un lugar que habla con sus silencios.
No hacen falta palabras cuando los sentimientos fluyen, y los centenares de miles de páginas conservados en esa dependencia no sólo recogen números y estadísticas, sino que también albergan relatos y anécdotas que evocan ilusiones proyectos, esfuerzos y sueños.
De la ilusión...
La propia Bolsa de Madrid es hija de una ilusión, la que latía en los gobernantes de finales del siglo XVIII. "A partir del año 1780 iba naciendo en España un clima de bolsa", escribió Joaquín Garrigues y Díaz Cañabate en el prólogo de un libro sobre la historia del mercado madrileño.
De hecho, poco después ser nombrado rey de España, José Napoleón alumbró en 1809 el primer proyecto serio de constituir una bolsa en Madrid. Aunque no prosperó, sí sembró una semilla que arrojó finalmente su fruto en 1831. La ley que fundó la Bolsa de Madrid, redactada por Pedro Sáinz de Andino, se fechó el 10 de septiembre y se publicó en la Gaceta de Madrid -el BOE de la época- entre los días 27 y 29 del mismo mes. Y tres semanas después, concretamente el 20 de octubre, se celebró la primera sesión de la historia del mercado madrileño.
Pero, cuidado, que la perspectiva actual puede engañar. Hace 175 años no había tantos intermediarios bursátiles, ni se negociaban miles de millones de euros cada sesión ni se conocían las cotizaciones al segundo. La jornada de aquel 20 de octubre apenas duró tres horas, de las 12 a las 15 horas, sólo contó con cinco agentes de cambio y aunque a las tres de la tarde ya se disponía del primer boletín de precios no se publicó hasta el 22 de octubre en la Gaceta de Madrid.
...a la realidad
Pero la satisfacción propia de aquellos momentos iniciales se topó con una realidad que le ofreció la peor de sus caras. Primero, porque la sociedad no tributó una cálida acogida a su nuevo integrante. La actividad bursátil fue atacada al ser vista como algo inmoral e impropio de las personas de bien. Y segundo porque la ilusión, si camina sola, no siempre es suficiente.
Precisamente eso, caminar, o mejor dicho, deambular, fue lo que se vio obligada a hacer la Bolsa de Madrid en sus primeros 62 años de historia, en los que no contó con una sede fija. Trató de echar raíces hasta en ocho lugares distintos, un trasiego que inspiró la ironía de los cronistas. En 1832, cuando la Bolsa de Madrid abandonó su sede en la Casa de Filipinas, un artículo, titulado ¡Ay mi bolsa! y firmado por Fray Gerundio, decía: "Y la Bolsa está así, pues, así como he dicho: el dueño la despide, el Gobierno no la hospeda, ella no se sale y en lugar de jugarse a la Bolsa se juega con la Bolsa, que todo es jugar, y ¡ay mi Bolsa de mi alma! [...] Hermano Gobierno: quien Bolsa tenga, que la atienda, y si no, que la venda".
Finalmente, ya en 1893, el mercado madrileño dio a parar con sus huesos a la Plaza de Lealtad, donde aún hoy sobresale el esplendor del Palacio de la Bolsa, con sus seis firmes pilares como vigías y con su reloj como testigo de la historia.
Menos voz, más nostalgia
Y a fe que lo ha sido, porque sus agujas fueron las únicas que siguieron trabajando cuando la Guerra Civil provocó que la actividad bursátil se suspendiera entre mediados de julio de 1936 y marzo de 1940. Ya de vuelta, el mercado comenzó a remontar el vuelo. Contribuyó a ello el crecimiento del sector inmobiliario en los años cuarenta, la llegada de nuevas compañías al parqué y los sucesivos planes de desarrollo diseñados por el Gobierno desde finales de los cincuenta.
Pocos años después, los fieles del mercado detectaron uno de los grandes e ineludibles cambios que esperaban a la vuelta de la esquina. "Cierto que la mecanización moderna y la invasión masiva de los corros -las reuniones de inversores para comprar y vender acciones- están acarreando la deshumanización de la Bolsa", reconoció José Antonio Torrente en el libro Historia de la Bolsa de Madrid en 1974. Si en ese momento los corros parecían ser el gran enemigo para la actividad bursátil tradicional, ¡qué dirían ahora, cuando la informática lo preside todo y ya no hace falta ir con el traje, la corbata y los zapatos nuevos al parqué para comprar y vender acciones!
Hoy, si mira a los ojos al puñado de personas que sigue acudiendo a diario a la Bolsa para seguir las cotizaciones, seguramente encontrará un punto de nostalgia en ellos. Es una sensación que habita en todo el edificio. Pero así es el progreso. Por suerte, los libros hablan. Y la Biblioteca, como la Bolsa de Madrid, sigue abierta.