
Una de las conclusiones más evidentes tras el Brexit es que los inversores no son hábiles a la hora de predecir y valorar el riesgo político. Tras acumular varios días de subida descontando una victoria del remain, los fuertes movimientos en los mercados apenas conocerse el resultado del referéndum ponen de manifiesto que a la mayoría les cogió con el pie cambiado (y eso que las encuestas previas no daban un resultado claro).
Lo curioso es que al cabo de unos días, algunos de los principales índices bursátiles (como el FTSE 100) ya habrían recuperado los niveles pre Brexit, algo difícil de entender si se analizan con cierto rigor las futuras consecuencias económicas de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Presumiblemente los inversores reaccionaron positivamente tras el anuncio de los principales bancos centrales (principalmente del Bank of England) de tomar de nuevo medidas macroeconómicas extraordinarias para contrarrestar cualquier situación de pánico, algo que desgraciadamente se está convirtiendo en una rutina peligrosa en los últimos años.
Para descarga de muchos inversores, incorporar correctamente el riesgo político en el precio de los activos financieros cotizados no es una tarea sencilla. A diferencia de parámetros cuantificables como el crecimiento económico, la inflación o el nivel de la divisa, el riesgo político no es una variable numérica que pueda ser insertada en una fórmula. Aunque existen diversas empresas que publican índices del riesgo político de cada país (por ejemplo el PRS Group) no hay un metodología comúnmente aceptada al respecto.
De hecho, generalmente se considera que el riesgo político está incluido en el precio de los activos cotizados, como un elemento más a tener en cuenta para determinar el nivel de riesgo (y por lo tanto la rentabilidad exigida) de un activo. Así, si un bono cotiza a una yield (tasa de rentabilidad) superior que otro bono, ello indica que los riesgos (incluido el político) son mayores en el primer activo que en el segundo. Pero dicha teoría financiera presenta dos problemas que se han puesto de manifiesto con el Brexit. En primer lugar, ¿qué se entiende por riesgo político? Dicho término incluye todas aquellas acciones políticas que tengan repercusión en la economía en general, y en particular en los sectores y las empresas, como cambios normativos o regulatorios, modificaciones fiscales, etc.
Es decir, todo aquello que forma parte del día a día de los gobiernos. Pero ¿qué sucede cuando se trata de un referéndum sobre la salida de la UE? Evidentemente, es un hecho extraordinario, cuyas consecuencias futuras son todavía inciertas, por lo que incorporar dicho riesgo en el precio de los activos afectados no es fácil, más allá de aplicar una prima de castigo por la incertidumbre que ello conlleva.
Además, si los precios de la deuda pública son la principal referencia para estimar el riesgo político de un país, ¿por qué los gilts cotizan en máximos históricos? Precisamente, el mercado de renta fija pone de manifiesto el segundo de los problemas mencionados anteriormente, ya que ¿hasta qué punto son los yields de los bonos una buena referencia cuando el mercado está dominado por la política monetaria ultra expansiva de los bancos centrales? En otras palabras, si los bancos centrales llevan años inundando el mercado de liquidez, es evidente que el precio de dichos activos no refleja correctamente sus riesgos (incluyendo el político).
Por lo tanto es necesario buscar nuevas referencias. En el caso del Brexit la divisa es, por el momento, el único activo que ha puesto en precio los riesgos del referéndum, aunque algunos analistas ya han destacado las ventajas que una libra esterlina barata tiene para la economía británica (está claro que quien no está contento es porque no quiere). ¿Qué pasará con otros eventos políticos como las elecciones en Estados Unidos o un previsible referéndum sobre la reforma constitucional en Italia? Sin duda, bien harían los mercados en analizar mejor el riesgo político y sus implicaciones, especialmente si el resultado es Trump & No.
Los grandes triunfadores, sin duda, han sido los activos que ofrecen seguridad. El oro subió casi un 9%, las monedas refugio (dólar, yen y franco suizo) se revalorizaron y la deuda pública inglesa, estadounidense y europea de la máxima calidad se beneficiaron de los fuertes avances registrados durante la última semana de junio.