Bolsa, mercados y cotizaciones

La carrera presidencial y la economía americana

  • Se trata de una pugna ideológica para conseguir la pieza clave del triunfo electoral

Hay quien dice que las elecciones son ese momento mágico en el que los políticos dicen lo que queremos escuchar mientras fingimos creerlos. Este es un año de elecciones en EE.UU. lo que tendrá consecuencias, no sólo para el país, sino en el resto del mundo, por lo que miles de analistas comienzan a pronosticar sobre el rumbo que tomará la economía mundial según quien gane.

La renuncia de Biden, que era la crónica de una muerte anunciada, dada su manifiesta incapacidad para llevar las riendas de la primera potencia mundial y tras el fiasco de su último debate con Trump, ha sido el pistoletazo de salida en la carrera presidencial de un país tan polarizado que nos va a permitir disfrutar de una nueva temporada del gran culebrón en el que se va a convertir la política estadounidense de aquí a final de año.

No es una lucha entre demócratas y republicanos, sino un duelo entre un Trump crecido tras el atentado, y quien venga a retarle, en este caso, una Harris que no termina de convencer a su partido pero que juega con tres bazas importantes, la primera que es la candidata menos mala según las encuestas al haber rehusado Michelle Obama a ser la candidata demócrata y, la segunda, más emocional, que podría ser la primera mujer afroasiático-americana que se convierte en Presidente de los EE.UU., lo que puede animar el voto de la corriente "woke" de la izquierda globalista. Ambos tienen políticas económicas con diferencias sustanciales donde Kamala Harris promoverá la continuidad de las ideas demócratas mientras Trump afila sus propuestas más liberales pero proteccionistas.

La política demócrata de estos 4 años

En el mercado de trabajo, Biden-Harris han impulsado la subida del SMI a 15 dólares/hora y han puesto el foco en una economía generadora de empleos "verdes", creando puestos de trabajo en torno a la transición energética, en sectores como la energía solar y eólica, altamente dependientes de las subvenciones gubernamentales y criticados por su lenta implementación en comparación con las promesas electorales, igual que ocurre en Europa. Trump, por otro lado, apuesta por un regreso a las fuentes tradicionales de energía, como el carbón y el petróleo, con una liberalización del mercado laboral, con menos regulaciones y ataduras para las empresas, lo que estimularía la creación de empleo.

En cuanto al gasto social, el enfoque demócrata se asemeja a una carta de amor, paz y felicidad, con ese buenismo "woke" que impulsa los programas de bienestar en un mundo ideal, lo que conlleva aumentar los fondos para la educación, la salud, y la seguridad social con el Obamacare, que ha sido la gran prioridad, para aumentar su alcance y accesibilidad y que ha disparado el gasto social sin mejorar los elevados costes del sistema y su excesiva burocracia. Sin embargo, Trump, fiel a su estilo, busca reducir el gasto social, al estilo de los neoclásicos y liberales, donde la mejor política social es una economía fuerte y desregulada que permita a los individuos prosperar sin la "muleta" del gobierno. Su objetivo es desmantelar el modelo Obamacare y promover un sistema de salud privado, menos regulado, basado en la competencia del mercado, con lo que reduciría sus elevados precios y lo haría más accesible para los ciudadanos.

Para financiar el gasto, hay diferentes políticas fiscales, pues para los demócratas hay que subir los impuestos a los más ricos y a las grandes empresas con el impacto negativo que conlleva para la inversión y el crecimiento económico, mientras que Trump apuesta por hacer reducciones sustanciales y masivas de impuestos para fomentar el crecimiento, la riqueza y el empleo.

El acto-consecuencia de Biden

El resultado, en ambos casos, es un déficit fiscal salvaje, que ha generado un fuerte aumento de la deuda pública que actualmente es de 35 billones de dólares, lo que hace que cada ciudadano cargue sobre sus espaldas una deuda de unos 105.000 dólares y cada contribuyente unos 267.000 dólares. En esta línea, la administración Biden ha adoptado una postura complaciente, que ha hecho que la deuda haya aumentado durante su mandato en más de 8 billones de dólares, el incremento más elevado de su historia. Aunque Trump siempre ha criticado el gasto sin medida, sus recortes en impuestos y el aumento del gasto en defensa hicieron que la deuda también aumentase significativamente con el argumento de que el crecimiento económico impulsado por sus políticas acabará con el déficit.

Por último, en el tablero de ajedrez de la geopolítica, ambos tienen enfoques muy diferentes en su relación con los principales bloques regionales y actores, desde China, Rusia y Oriente Medio, pasando por la situación de Ucrania y el papel de la OTAN, sin olvidar el comercio exterior, donde Trump apuesta por un elevado proteccionismo, lo que le ha llevado a renegociar acuerdos comerciales, mientras Biden ha buscado el multilateralismo y la reducción de tensiones comerciales con aliados y socios tradicionales.

En política monetaria, hay que destacar la lucha por la implantación del dólar digital, que no es sólo una evolución tecnológica sino todo un campo de batalla ideológico, en el que para los demócratas es una herramienta para fortalecer la posición de EE.UU. en el sistema financiero global, mientras que para Trump se trata de una peligrosa iniciativa influenciada por el globalismo y que supone un mayor control del estado y una erosión de la soberanía económica nacional.

La batalla entre las políticas económicas de Harris y Trump no es solo un duelo de números y estadísticas; es una pugna ideológica sobre el papel del gobierno en la economía, una visión más intervencionista y redistributiva frente a la desregulación, la autosuficiencia y la libertad individual. Serán los votantes quienes decidan.

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