
Acabamos de celebrar en elEconomista.es una jornada bajo el epígrafe el poder de la gestión activa y como conclusión de la misma llevamos a titular en la web, y a doble página en papel, que en España no somos capaces de generar riqueza de nuestro propio ahorro. Las cifras endémicas de lo que hacemos con nuestro dinero rebasan el concepto de preocupación cuando analizamos que los fondos de inversión y las acciones embalsan menos de la mitad del dinero que hay en cuentas a la vista y depósitos. Y, lo peor de todo, el ladrillo se lleva cuatro de cada cinco euros de nuestra riqueza.
El alejamiento de la población real de la industria de la inversión es de tal dimensión que solamente el 3% de los españoles asegura que ahorra a través de productos financieros complejos, entre los que se incluyen fondos de inversión, acciones y títulos de renta fija, mientras que casi el 39% utiliza preferentemente cuentas corrientes e incluso el 23% directamente el colchón como sinónimo del dinero en metálico, según el estudio Educación financiera y decisiones de ahorro e inversión, elaborado por Anna Ispierto, Irma Martínez y Gloria Ruiz, de CNMV.
Aunque tengo muchas dudas sobre un porcentaje tan bajo cuando se piensa que, uno detrás de otro, el número de partícipes y accionistas, incluidas las duplicidades, sería la comunidad más grande de España -más que catalanes y andaluces-, la realidad es que en el ecosistema del ahorro en España hay pocos inversores, quizás dos millones.
La pregunta que me taladra la cabeza es por qué motivo no somos capaces de convertir a los prudentes ahorradores en inversores, y desterrar la pobreza que genera que no se produzca esta migración.
Creo que hay mucha gente que no me entiende cuando explico que el fondo que asesoramos, Tressis Cartera Eco30, nos debe llevar a duplicar cada euro de nuestro ahorro cada década con el objetivo de alcanzar el 7% anualizado con la potencia del interés compuesto -a seis años llevamos un 8% de rentabilidad anual de media-.
Por este motivo me gusta el cálculo de cuál sería la diferencia entre ahorrar 100 euros al mes o invertirlos durante cuarenta años. En el simple supuesto de que todos los meses fuéramos metiendo en una hucha esta cantidad -en la peor de las decisiones que se pueden tomar porque la inflación se comería una gran parte-, acumularíamos 48.000 euros. Si esta cantidad la depositáramos en imposiciones a plazo fijo o cuentas que nos remuneraran al 2%, el resultado sería lograr un patrimonio de 72.500 euros, un 50% más de rentabilidad. Pero la verdadera conversión de un ahorrador en un inversor, la consecución de un 7% de rentabilidad anualizada a largo plazo, llevaría ese ahorro mensual de 100 euros a 269.000 euros... Triplicar lo logrado con depósitos y quintuplicar la renta del dinero debajo del colchón. Un buen plus para la pensión.