La Reserva Federal estadounidense (Fed) y el Banco Central Europeo (BCE) se encuentran en un momento delicado. La subida de tipos de interés es el arma principal que utilizan los dos bancos centrales para frenar a una inflación que todavía sigue desbocada, pero el incremento en el precio del dinero está teniendo consecuencias indeseadas para la estabilidad financiera, algo que ha quedado patente en las últimas semanas con el colapso de varios bancos en EEUU y el temor de los mercados a un posible contagio en Europa.
Los dos bancos centrales llevan meses obligados a participar en un juego de equilibrismo. Por un lado, deben cumplir su mandato y reducir la inflación, pero por otro, corren el riesgo de generar una recesión económica si el aumento de tipos ahoga en exceso al flujo de crédito y la actividad económica, además de empeorar la situación de los bancos y empresas que no hayan gestionado bien los riesgos que asumen. Uno de los mantras más repetidos en las últimas semanas por parte de los analistas es que "cuando los bancos centrales suben los tipos, se empiezan a romper cosas".
Lo que ha ocurrido en los mercados en las últimas semanas demuestra que esto es así, y confirma que los dos bancos centrales deben andar con pies de plomo en el proceso de normalización monetaria, para evitar alimentar el inicio de una crisis financiera. El problema es que, en el otro lado de la balanza, se encuentra una inflación que no termina de inclinarse a la baja, y que está obligando a los señores del dinero a subir los tipos de interés, con el riesgo de que la economía descarrile.
El plan de la Reserva Federal
En la reunión de esta semana Powell dejó caer que el organismo utilizará los tipos de interés para contener a la inflación, al mismo tiempo que hace uso de la gestión del balance para sostener al sector bancario. Esto es algo que ya está ocurriendo: aunque oficialmente la Fed está en proceso de reducción de balance, este creció en casi 300.000 millones de dólares en la primera semana tras la caída de Silicon Valley Bank, debido a la petición de liquidez por parte de las entidades americanas, que acudieron a la Fed para capear esta crisis. Esta parece que será la herramienta de la institución para cuidar del sector bancario durante los próximos meses.
Los propios bancos centrales tienen también el encargo de supervisar la buena salud del sector bancario, tanto en Europa, como en EEUU, algo que les obliga a monitorizar y controlar el impacto que tienen sus propias políticas en las compañías de este sector. Si la banca tiene problemas, los bancos centrales deberían ser los primeros en saberlo.
Un problema para los bancos centrales es que parece imposible priorizar entre la inflación y los problemas de las entidades financieras, ya que una y otra están entrelazadas: la estabilidad de precios necesita de la estabilidad financiera.
La buena salud de la banca es, en sí misma, una parte de la estabilidad de precios, ya que las entidades bancarias son una pieza central en el mecanismo de transmisión de la política monetaria: si el BCE o la Fed suben los tipos de referencia, estos se trasladan a la economía real a través del sector bancario. Si la banca tiene problemas, también los tendrán los bancos centrales para conseguir que sus políticas tengan efecto.