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Biden y Sanders cumplen con su papel de favoritos en el segundo debate demócrata, mientras Harris y Buttigieg despuntan

Foto: Reuters.

Todo transcurrió según lo previsto. La segunda parte del primer debate demócrata de cara a las primarias de 2020 para disputarle la presidencia a Donald Trump dejó pocas sorpresas. Este segundo asalto resultó más anodino que el que ganaron Warren, Castro, De Blasio y Booker la jornada previa, pero sirvió para asentar los liderazgos, descartar a varios candidatos y respaldar a quienes aún tienen posibilidades reales, aunque escasas, en la carrera.

El exvicepresidente Joe Biden y el senador por Vermont Bernie Sanders cumplieron con su papel de favoritos, para bien y para mal. El primero se atuvo al guión de vender los logros de la Administración Obama mientras el segundo reiteró su discurso más izquierdista y contra las grandes corporaciones.

Ambos, sin embargo, perdieron los papeles ante los ataques -más que esperados, precisamente por su condición de favoritos- de los otros contendientes. Biden fue el más perjudicado en este sentido ante las críticas de Kamala Harris por no luchar abiertamente contra la segregación racial en los primeros años de su carrera política.

Harris fue, precisamente, una de las consolidaciones de la noche. Al poco de comenzar, con la primera ocasión en que los candidatos empezaron a hablar a la vez, logró una ovación con una frase que traía descaradamente preparada: "América no quiere presenciar una pelea de comida, quieren saber cómo vamos a poner comida en sus mesas". Taimada cuando debía serlo, al borde del llanto en sus reproches a Biden, enérgica para defender los derechos sociales, no desveló grandes promesas pero logró no desentonar e incluso imponerse al dúo que va en cabeza en las encuestas, aunque perdió fuelle según avanzaba el debate.

Estrategia distinta siguió el joven alcalde Pete Buttigieg, que no desentonó entre tanto peso pesado y quien sí hizo gala de ideas renovadoras en consonancia con su insistencia en el cambio generacional en la política estadounidense y se vio ligeramente contra las cuerdas al tener que justificar el rebrote de la violencia con armas de fuego en su municipio.

Los segundos espadas

La senadora por Nueva York Kirsten Gillibrand se convirtió en una de las pocas que superó las expectativas. Aunque interrumpiendo demasiado en los dos primeros bloques del debate, supo encontrar su sitio prometiendo beligerancia contra los más poderosos y poniendo el foco en la corrupción política del país.

El congresista Eric Swalwell y el senador Michael Bennet no hicieron mal papel pero tampoco lograron destacar más allá de momentos puntuales, algo imprescindible si querían tener alguna opción de seguir atrayendo la atención de los medios de comunicación y de los votantes.

Sin embargo, la noche dejó tres grandes perdedores. El exgobernador de Colorado, John Hickenlooper, no tuvo más protagonismo que en su intento de derribar a Buttigieg, una presa menor. Por su parte, el empresario Andrew Yang se ciñó casi en exclusiva a repetir su propuesta de la renta básica universal de 1.000 dólares, que considera solucionaría los problemas de la sanidad, la educación e incluso el cambio climático.

Mención aparte merece la escritora de libros de autoayuda Marianne Williamson, quien fue incapaz de hacer propuestas relevantes más allá de una partida para compensar económicamente la esclavitud de hace dos siglos y fundamentó sus intervenciones en conceptos como el amor, la motivación y la imaginación.

Sanidad e inmigración, los ejes del debate

En lo relativo a los temas tratados, la sanidad fue la gran protagonista. El choque entre quienes defienden un sistema sanitario público universal compatible con la sanidad privada y aquellos que prohibirían la sanidad privada -como Sanders- marcó la primera parte del debate. Además, permitió a los candidatos contar todo tipo de desgracias personales para justificar la importancia de una sanidad de calidad que pueda costearse el ciudadano medio.

La inmigración, sin embargo, sirvió para aunar posturas contra las medidas migratorias de Trump, si bien el nivel de las intervenciones estuvo muy por debajo del día previo. Las propuestas se centraron en recuperar el plan migratorio de Obama con respecto a los menores de edad, terminar con la separación de familias en la frontera y ayudar al desarrollo de los países de origen de estos inmigrantes.

Harris fue quien consiguió desarrollar un argumento más emocional y que más pudo llegar al electorado demócrata, mientras Buttigieg reprochó a los republicanos que se amparen en un lenguaje cristiano acometiendo políticas migratorias que distan mucho de seguir esa doctrina religiosa.

En lo concerniente a las armas de fuego, ninguno se aventuró a prohibir su uso y abogaron por regulaciones más o menos restrictivas, mientras que todos pusieron al cambio climático como uno de los grandes problemas del futuro pero apenas se explicitaron ideas concretas para trabajar en su contra. Sorprende, sin embargo, la escasa aparición en el debate de la política exterior -aunque varios defendieron retomar unas buenas relaciones con la OTAN-, de los derechos del colectivo LGTB o de propuestas sobre el desarrollo económico del país, entre otras cuestiones.

En suma, tras los dos debates que han aglutinado a 20 candidatos, el número de contendientes se va a reducir al menos a la mitad. Biden muy destacado, seguido de Sanders, Warren y Harris permanecerán como los cabezas de cartel, mientras Buttigieg, Castro, Booker, De Blasio y Gillibrand quedan ya muy relegados pero con alguna opción de sorprender.

La otra decena de participantes debería ir pensando en hacer las maletas y apostar públicamente por alguno de los favoritos confiando en que le tengan en cuenta si finalmente los demócratas ganan la Casa Blanca en noviembre de 2020.

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