
La inevitable claudicación de Theresa May al permitir al Parlamento retrasar la salida de la Unión Europea genera más preguntas que respuestas, sobre todo porque cualquier dilación colisionaría frontalmente con las elecciones a la Eurocámara que se celebran a finales de mayo, el domingo 26. Durante su intervención en Westminster, la primera ministra británica dejó clara su oposición a extender el artículo 50 que extendería el plazo para hacer efectivo el Brexit más allá de la fecha prevista del 29 de marzo y, además de recordar que una demora no soluciona el bloqueo, insistió en que la ampliación de la permanencia tendría que ser breve, de lo contrario, denunció, "¿qué señal se estaría mandando a los votantes en Reino Unido?".
La maniobra presenta tal sensibilidad que May desplegó su dominio del arte de la ambigüedad para evitar aclarar qué plantearía el Gobierno, si en la segunda y supuestamente definitiva votación del acuerdo, el 12 de marzo, la Cámara de los Comunes tumba su acuerdo. Lo único que ha garantizado es que cumplirá con su promesa de hoy, al convocar dos nuevas propuestas: la primera, para que los diputados se pronuncien en torno a una ruptura no pactada y, de rechazarla, para que autoricen el potencial retraso del divorcio al día siguiente.
"Su apuesta de hoy es la muestra de hasta qué punto May ha caído en su propia trampa"
La principal incógnita, por tanto, es si intentará imponer la disciplina interna en cualquiera de las dos opciones, puesto que el mensaje que quiere lanzar es que su única prioridad es conseguir la aprobación de su plan. Bajo la superficie, no obstante, subyacen preferencias más pragmáticas que el mero desbloqueo de la ruptura, ya que la máxima urgencia que apremia a May es impedir la caída del Ejecutivo.
Su apuesta de hoy es la muestra de hasta qué punto ha caído en su propia trampa. Las evidencias de su debilidad, manifestadas en las sucesivas concesiones al ala dura conservadora, han sido utilizadas ahora por los moderados, cuya misión fundamental es evitar una salida sin acuerdo, una ambición por la que están dispuestos no solo a desafiar las órdenes de partido, sino, en el caso de los miembros del Gobierno, a dimitir.
De ahí que la premier quiera ante todo evitar verse en esa tesitura, sobre todo, porque sabe que el verdadero límite es el 2 de julio, cuando se constituirá la nueva Eurocámara. De superar esa fecha, Reino Unido estaría obligado a tomar parte y, lo que es peor, a participar en el Presupuesto europeo, lo que complicaría más todavía la factura final del divorcio. Con todo, dada su vulnerabilidad, May ha decidido lavarse las manos y dejar que sea Westminster el que dicte sentencia y, con ello, se retrate ante un electorado que, como el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, siente ya "fatiga del Brexit".
De hecho, la especulación que toma fuerza en Westminster es que estaría dispuesta a lograr cuanto antes concesiones de la Unión Europea en lo que se refiere a la salvaguarda irlandesa, para así convocar cuanto antes la segunda votación y, a priori, garantizar que cuenta con margen suficiente para acelerar la legislación necesaria para que Reino Unido pueda abandonar el bloque el 29 de marzo. El problema es que quienes hasta ahora habían mostrado lealtad han perdido la paciencia, por lo que los frentes abiertos aparecen a ambos extremos de una primera ministra contra las cuerdas.