La sentencia que da título a este reportaje corresponde al historiador Juan Francisco Cano Elgarresta, que resume así, parafraseando a Winston Churchill, las consecuencias del acuerdo secreto firmado por Gran Bretaña y Francia en plena Primera Guerra Mundial. En un pacto a espaldas de todos, las dos potencias decidieron sobre la vida -y la muerte- de varias generaciones de los pueblos de Oriente Medio. Y lo hicieron empleando útiles de colegial: sendos lápices de colores. Con ellos plantaron la semilla de la violencia que hace una semana vomitó balas sobre la enfermera Razan Najjar en Gaza y bombas sobre civiles en el norte de la agonizante Siria.
Corría 1916 y la flor de la juventud europea sangraba en la Gran Guerra. Los imperios británico y francés, con la aquiescencia de la Rusia zarista, encargaron a sus representantes Mark Sykes (primera imagen) y François George-Picot (segunda imagen) el diseño de un compromiso mutuo que delimitara sus futuras áreas de influencia sobre los territorios de la entonces llamada 'Asia Menor'. Esta región estaba bajo el control del Imperio Otomano, aliado de las potencias centrales y, por tanto, enemigo jurado de Londres y París.

Aquellos anodinos funcionarios no firmaron un tratado, ni rubricaron documento oficial alguno. Simplemente garrapatearon unas líneas sobre un mapa, que atravesaban Oriente Medio desde Acre (Palestina) hasta Kirkuk (Irak), repartiendo el pastel. Francia pasaría a gestionar lo que hoy es Siria y su influencia encontraría su límite en Mosul, mientras que Reino Unido dominaría Basora y Bagdad y extendería su autoridad hasta Irán. Para Rusia, Armenia y parte del Kurdistán. ¿Y Palestina? Quedaría sometida a un mandato internacional tan difuso como sus fronteras. Todo ello se decidió "sin tener en cuenta el crisol de étnias del área, ni la religión, ni la geografía. Una auténtica barbaridad", condena Elgarresta.
El plano, con sus garabatos, fue ratificado por ambos países el 16 de mayo y enviado junto con dos notas por el secretario de Asuntos Exteriores británico, Edward Grey, a su homólogo francés, Paul Cambon. De esta forma tan pedestre traicionaron al pueblo árabe, aliado en la contienda, decidieron el destino de naciones enteras sin su conocimiento y sentaron las bases para un siglo de guerras, caos, odio y miseria.
De súbditos del sultán a títeres de las potencias coloniales
Acabó la guerra y el imperio otomano del sultán Mehmed V tuvo que afrontar su desmembramiento y reparto por parte de los vencedores. Sykes-Picot se haría realidad a través de posteriores tratados que concretaron las rudimentarias disposiciones originales. La madeja diplomática fue dejando 'prescindibles' por el camino: los italianos, quienes debían recibir el suroeste de Anatolia, se quedaron fuera de la fiesta, lo que contribuyó a crear el clima de rencor que culminaría con el ascenso de Mussolini; y Rusia, ya dominada por los soviets que aterrorizaban al statu quo, también fue dejada al margen. Un gesto que Lenin, como veremos, no perdonó.

Sin embargo, la más grande de las felonías del acuerdo se cometió contra los árabes. Galvanizados por el agente británico Sir Thomas Lawrence -el famoso Lawrence de Arabia (en la imagen)- y Faysal, el hijo del Jerife de la Meca, se habían levantado en armas contra el dominio turco durante la Gran Guerra, seducidos por un dorado futuro que nunca llegó. "Se les prometió la creación de un gran Estado árabe, la Gran Siria" -cuenta Elgarresta- "Lawrence de Arabia y Sir Henry McMahon (alto comisario británico en El Cairo) se habían comprometido a ello a cambio de su lucha contra los turcos. Les engañaron".
El Tratado de Sèvres (agosto de 1920) dio forma definitiva al avispero de Oriente Próximo. Turquía salvaba la península de Anatolia y Estambul, gracias al indomable Mustafa Kemal Ataturk; Reino Unido obtenía Palestina, Irak y Transjordania (topónimo sui generis acuñado por los occidentales); y Francia obtenía Siria, de la que luego escindiría Líbano. Se creaba así un mosaico de estados 'exprés' que aglutinaban a musulmanes chiíes y suníes, kurdos y cristianos, túrquicos y drusos. Perros y gatos.
Al frente de los países recién inventados se colocaron algunos reyes títeres de la familia de los Hachemíes, que estaba llamada a sentarse en el trono del superestado árabe que nunca fue. Abdallah y Faisal, los dos hijos del emir de la Meca Husaín Ibn Alí, fueron puestos en la poltrona de Transjordania e Irak, respectivamente. Ignacio Álvarez-Ossorio, Profesor de Estudios Árabes de la Universidad de Alicante y coordinador de Oriente Medio en la Fundación Alternativas, es claro en su análisis histórico: "Las potencias europeas aplicaron la política del 'divide y vencerás', imponiendo monarquías ajenas, excepto en el caso de los Al Saud que crearon Arabia Saudí".

El ejército francés entra en Beirut.
"Se crearon estados artificiales por el interés de las potencias europeas, considerando a los pueblos de la región como 'menores de edad'" -explica- "Así se creó la dinámica de enfrentamientos que llega hasta nuestros días: Irak, Líbano, el conflicto árabe-israelí... fue desastroso".
El embrión de Israel
A esta mezcla reactiva sólo le faltaba un componente para estallar: el sionismo. En noviembre de 1917, el ministro de Asuntos Exteriores británico, Arthur James Balfour, hizo su célebre declaración, que generó euforia y entusiasmo entre los sionistas de todo el mundo: "El gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento de una patria nacional para el pueblo judío en Palestina". Eso sí, añadió el diplomático, "entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina".
Tan nobles intenciones fueron anunciadas en una carta dirigida al líder de la comunidad sionista en Londres, el barón Lionel Walter Rothschild. Sin embargo, el respeto a las 'comunidades no judías' se evaporó en otra carta de Balfour al Gobierno británico fechada en enero de 1919: "En Palestina ni siquiera nos proponemos pasar por la formalidad de consultar los deseos de los actuales habitantes del país... Las cuatro grandes potencias están comprometidas con el sionismo, y el sionismo, bueno o malo, correcto o incorrecto, está anclado en antiquísimas tradiciones, en necesidades actuales y en esperanzas futuras de mucha mayor importancia que los deseos o preocupaciones de los 700.000 árabes que ahora habitan esta antigua tierra".
Meses después, el tratado de Versalles dio el control de Palestina a Londres, y en 1920 ya había un clima de enfrentamiento abierto entre judíos y árabes en la zona, con matanzas y atrocidades por ambos bandos. La declaración Balfour, uno de los pilares del sionismo, fue contemporánea a Sykes-Picot y lo complementó en su siniestro diseño de la que quizá sea la región más conflictiva del planeta. Y redundó, de nuevo, en beneficios inmediatos para los imperios occidentales.
El acuerdo se hace público: la venganza de Lenin
Las vergüenzas de Gran Bretaña y Francia quedaron al descubierto cuando Lenin, enfurecido por haber sido apartado del reparto del botín otomano, se vistió de Edward Snowden y filtró el hasta entonces supersecreto acuerdo Sykes-Picot a los periódicos Izvetia y Pravda. El 'Wikileaks' de la época quedó consumado cuando The Manchester Guardian hizo lo mismo en las islas. Los árabes descubrieron que habían sido utilizados como marionetas, consolidándose un resentimiento en toda la región que las décadas venideras no han hecho sino intensificar.

"Si Lawrence de Arabia hubiera podido cumplir su promesa de un gran imperio árabe, el territorio estaría más cohesionado", concede Álvarez-Ossorio en un ejercicio de política-ficción. No obstante, el experto cree que el proyecto de un Estado unificado nunca fue tomado en serio por quienes realmente detentaban el poder. Y buena parte de la culpa la tenía cierta sustancia negra llamada petróleo, abundante en la zona y que empezaba a resultarles atractiva: "Los occidentales no estaban dispuestos a dejar ese enorme poder energético en manos de una sola familia. La idea de un Estado árabe unido era patrimonio de los Hachemíes y de algunas élites urbanas formadas en occidente".
Rosa Meneses, periodista del diario El Mundo especializada en Oriente Medio y Magreb, también es escéptica con el sueño que convirtió a un príncipe oriental y un espía inglés en compañeros de armas: "De todas formas, aunque los británicos no tenían intención de cumplir sus promesas al jerife de la Meca a cambio de su alianza contra los otomanos, un gran imperio árabe, desde Siria a Yemen, era y es inviable. El motivo son las grandes diferencias que separan a los distintos pueblos árabes, muy diversos entre sí aunque se les suela tratar de forma monolítica".
"No sólo por Sykes-Picot, sino también por su dominio colonial, Francia y Reino Unido tienen mucha responsabilidad histórica en los conflictos que hoy atenazan Oriente Medio" -afirma Meneses-"El más importante, a mi parecer, el conflicto palestino-israelí, que enraiza también con la Declaración Balfour de 1917 y el apoyo de Gran Bretaña a la creación de un Estado judío en Palestina".
"Es increíble cómo dos personas y dos lápices han determinado el sufrimiento de tantos millones de seres humanos durante más de 100 años", lamenta Elgarresta. El historiador replica así a los que piensan que el acuerdo Sykes-Picot es tan sólo un vago recuerdo de una época ya superada: "Uno de los primeros actos simbólicos del Estado Islámico (EI) fue borrar para siempre las líneas de Sykes-Picot", lo cual difundieron en este vídeo. El 'Califato' es un monstruo muy actual, que "nos devuelve la responsabilidad por los errores cometidos por británicos y franceses en el pasado". Un pasado cercano cuya vigencia queda demostrada por cada vida que se cobran las balas y las bombas en Jerusalén, Hebrón, Damasco o Bagdad.