
Las negociaciones entre Reino Unido y la UE para un acuerdo comercial, que van a empezar la próxima semana, empiezan con tensión. En la presentación de su lista de objetivos, el Gobierno británico puso fecha a su órdago eterno: si en junio no ve "el contorno de un acuerdo que pueda ser terminado en septiembre", se levantará de la mesa y centrará sus esfuerzos en prepararse para una salida caótica el 31 de diciembre.
Esta vez, el quid del desencuentro es el concepto de la extensión del acuerdo comercial entre ambos y las condiciones unidas a él. En el mandato negociador que los Veintisiete aprobaron el miércoles, la UE ofrece a Reino Unido un acuerdo comercial básico sin cuotas ni aranceles de ningún tipo, a cambio de que Reino Unido tome los estándares comerciales y laborales de la UE como base -es decir, que pueda implantar leyes más estrictas, pero no más laxas que las que apruebe Bruselas- para evitar competencia desleal.
Reino Unido, por su parte, quiere un acuerdo como el firmado con Canadá o Japón, que impone muy pocas cuotas y muy pocos aranceles y los elimina para la mayoría de productos, pero sin obligar a ninguno de los dos países a mantenerse en la órbita regulatoria europea. Además, quiere ser tratado como "un igual" en la mesa de negociaciones y mejores condiciones que esos dos países en asuntos como pesca o el sector servicios, que no recoge el acuerdo CETA con Canadá.
Los argumentos de Bruselas son que ellos no son un país como Reino Unido, sino que representan a 27, con un peso demográfico y económico muy superior al británico. Además, al contrario que Canadá -en la órbita estadounidense- y Japón -en la asiática-, Reino Unido está firmemente insertado en el mercado europeo, por lo que no puede cambiar sus leyes y estándares para distanciarse de la UE de forma drástica incluso aunque quisiera. Partiendo de esa base, argumentan, es mejor seguir unidos en ese respecto y mantener una relación comercial lo más abierta posible.
El problema es que el primer ministro, Boris Johnson, no parece haber aprendido nada de la negociación del acuerdo de salida. Johnson llegó al poder prometiendo plantarse si la UE no cedía a sus condiciones, pero fue él el que acabó rindiéndose después de que el Parlamento le prohibiera salir sin acuerdo. Su conclusión fue que la culpa de que la UE no cediera fue de sus diputados rebeldes, y que si se hubiera mantenido fuerte, la UE habría capitulado antes que aceptar una salida caótica.
Ahora, tras neutralizar a la oposición con su aplastante victoria electoral de diciembre, el líder 'tory' ha vuelto a las andadas: amenazar a la UE con romper todos sus acuerdos comerciales para que acepte sus condiciones, con la creencia de que Bruselas sería la perdedora de una ruptura por las malas. El riesgo es Johnson acabe reduciendo la negociación a un 'juego de la gallina' en la que, convencido de que el otro acabará cediendo si se mantiene firme, acabe por llevar a Reino Unido y a Europa a una crisis comercial el 1 de enero. El Brexit caótico sigue con más vida de la que nadie esperaba.