
Las primeras jornadas de "independencia" del Reino Unido fuera de la Unión Europea han resultado sospechosamente similares a la dinámica dominante al norte del Canal de la Mancha en los 1.320 días transcurridos desde el referéndum. Ver: guía práctica para viajar al Reino Unido en la era post Brexit
Quienes creían que romper un matrimonio de conveniencia de 47 años era una gran idea, siguen convencidos de que lo mejor está por venir, mientras aquellos que habían descubierto una inusitada eurofilia en la mañana del 24 de junio de 2016 continúan considerando el Brexit el mayor acto de automutilación de la historia británica moderna. Y para completar el familiar tríptico, el Gobierno mantiene la retórica de que Bruselas es culpable de hostigar sus ansias de libertad, incluso una vez abandonado el bloque.
El Gobierno mantiene la retórica de que Bruselas es culpable de hostigar sus ansias de libertad
Si algo había revelado el plebiscito es la existencia de universos radicalmente diferentes, dentro de la gran coalición que es el Reino Unido. La cosmopolita Londres, donde había vencido la permanencia, mantenía este fin de semana estoicamente su activismo pro-UE, al igual que Escocia, el territorio que con mayor fervor había apoyado la continuidad, con nada menos que un 62%: si alguien se hubiese paseado las últimas 48 horas por su capital, Edimburgo, difícilmente podría creer que el divorcio es una realidad, puesto que la bandera comunitaria ondea orgullosamente en la Asamblea de Holyrood, el parlamento autónomo, junto a la británica y la cruz de San Andrés de la enseña escocesa.
Un escenario distinto
El cuadro en la Inglaterra profunda, sin embargo, arroja un panorama sustancialmente distinto, el de una ciudadanía que ve en la histórica jornada del viernes la ansiada reivindicación del abandono que llevan décadas denunciando por parte de las instituciones, tanto estatales, como europeas. Es ahí donde se había cocinado el Brexit, en la insatisfacción endémica de una población desencantada con su clase dirigente, la misma que acabaría considerando el 23 de junio de 2016 el mejor mecanismo para expresar su rabia y que propinó al establishment un correctivo que ha reventado ya todas las convenciones políticas, sociales e ideológicas de la segunda economía europea.
Puntos neurálgicos de encuentro durante el fin de semana, como el popular mercado de Bury, en el área de Greater Manchester, aparecían teñidos del azul, rojo y blanco de la Union Jack, con más profusión de la habitual, y aunque la vida sigue igual, era difícil hallar a alguien que hubiese votado por seguir en la UE, o se atreviese a confesarlo. Fueron estos bastiones del norte los que generaron el epicentro del terremoto que fue el referéndum, con Boston, a apenas 10 kilómetros de Bury, como orgullosa capital de la revolución brexitera.
Ninguno de los estudios que revelan que estas áreas serán las más castigadas semeja tener trascendencia
Allí, tres de cada cuatro electores habían elegido la casilla de la ruptura y tres años y siete meses después, ninguno de los estudios que revelan que estas áreas serán las más castigadas por las consecuencias de la salida semeja tener trascendencia.
En contraposición, la paradoja de Londres, probablemente el territorio que menos sufrirá el impacto económico y social, pero definitivamente el que más ha llorado el veredicto de 2016, empezando por el Ayuntamiento, que el mismo viernes había organizado una jornada de puertas abiertas para ofrecer "apoyo emocional" a los europeos, hasta los miles de negocios que, dispersados por la ciudad, defienden sus señas de identidad no solo proeuropeas, sino de los países comunitarios a los que representan.
La ciudad del Támesis ofrece la oportunidad de probar las veintisiete gastronomías de la Unión, comprar productos típicos de cada país y sumergirse en la torre de Babel que es el bloque, con clases de idiomas a precios asequibles que, según sus promotores, no parecen haberse visto afectadas por el Brexit.
Inevitablemente, quienes tienen negocio propio confiesan su inquietud ante lo que está por venir, pero están resueltos a adaptarse: en la Boulangerie Bon Matin, un café orgullosamente francés al norte de Londres, confían en que la tradicional apertura del londinense medio, un ciudadano no necesariamente nacido en la capital, pero esencialmente local, permita una transición suave; una esperanza replicada en los establecimientos portugueses que se concentran en Stockwell, al sur; o en el popular Centro Polaco.
En la práctica, apenas nada ha cambiado, al menos hasta final de año
La percepción en Westminster, el corazón político británico, era mixta, horas después de la fiesta organizada por Leave Means Leave (Salir Significa Salir) para dar la bienvenida a la formalización del divorcio el viernes a las 23.00 horas. El reguero habitual de turistas confirma que la ruptura no ha restado un ápice del magnetismo ejercido por Londres durante décadas y no eran pocos quienes desconocían que la salida era ya una realidad.
Tampoco resultó difícil encontrar españoles y constatar que la mayoría había hecho los deberes: muchos habían temido que el Brexit dificultase su regreso a casa, pero todos descubrieron que, en la práctica, apenas nada ha cambiado, al menos hasta final de año.