
El Reino Unido sale este viernes a medianoche de la UE, y para el primer ministro, Boris Johnson, el Brexit habrá terminado en ese momento. El Ministerio del Brexit dejará de existir en ese momento, los cargos políticos cesarán y los funcionarios, que a estas alturas ya habrán recogido sus mesas, serán reasignados a otros departamentos. El comité parlamentario que supervisa el Brexit será cerrado. Y, si de Johnson depende, nadie volverá a pronunciar la palabra de seis letras nunca más. ¿Brexit? Eso es historia. Mejor no hablemos de ello.
La decisión es curiosa, viniendo como viene del político que lideró la campaña por salir de la UE, se pasó años luchando contra Theresa May por el acuerdo de salida y ganó las elecciones con la promesa de sacar el Brexit adelante. Pero Johnson entiende que, aunque le haya servido para llegar al poder, la división sobre la relación con Europa es tóxica para el país en general y para la unidad del país, dada la fuerte oposición escocesa y la delicada situación en la que queda Irlanda del Norte tras el acuerdo de salida.
La decisión del primer ministro ha sido poner fin al asunto de la forma más sencilla: no volviendo a mencionar la palabra clave. El grupo que negociará la relación futura será un "Equipo de Trabajo Europeo", las conversaciones comerciales serán temas técnicos que, con suerte, no levantarán pasiones. Y liberado de este 'muerto', Johnson podrá dedicar su esfuerzo a fidelizar a los votantes obreros del norte de Inglaterra, que le dieron la victoria por el Brexit y que amenazan con volver a votar laborista si los 'tories' no mejoran sus condiciones de vida y trabajo en estos cinco años.
El problema es que el Brexit no será un momento, sino un proceso con visos de extenderse más allá del año previsto. Porque, incluso si se cierra un acuerdo comercial básico en el plazo previsto, quedarán miles de flecos -algunos importantísimos como el sector servicios- que se extenderán más allá de 2020.
Largo plazo
No solo eso, sino que, internamente, los efectos pueden tardar años en verse. Según las previsiones del Gobierno, el PIB del país será un 6,7% más pequeño tras 15 años, y las zonas del norte de Inglaterra perderán más de un 10% de su PIB potencial en ese tiempo. Los costes año a año serán pequeños, pero la acumulación puede provocar un lento goteo de cierre de empresas y despidos, en un escenario negativo. El riesgo es que algún evento brusco concentre la atención del público y haga crecer el sentimiento de traición. Por ejemplo, la marcha de alguna de las multinacionales que dan empleo a miles de personas en zonas pro-Brexit o una crisis en el Servicio Nacional de Salud por falta de mano de obra inmigrante.
Johnson, por su parte, cruza los dedos para que los costes no sean tan alto como los pinta la Administración que ahora dirige y que el debate político vuelva a centrarse en la aburrida gestión del día a día, y pase página de las grandes batallas ideológicas que han dejado al país dividido y enfrentado entre generaciones y entre el campo y la ciudad. Cuanto antes se vuelva a la normalidad y se cierren las heridas, mejor para él. Y, por contra, la mayor amenaza para el Gobierno es que el público decida que el Brexit, o la gestión que Johnson haga de él, sea un fracaso. La mayoría absoluta de Johnson le libra de tener que enfrentarse a unas elecciones hasta 2024, pero nadie le perdonará si el Brexit sale mal.