
La mejor señal de que el liderazgo del exvicepresidente Joe Biden empieza a ser cosa del pasado es que apenas recibió ataques en el cuarto debate que mantuvieron los candidatos del Partido Demócrata en las primarias que decidirán a su representante para pelear por la Casa Blanca. Por el contrario, fue la senadora Elizabeth Warren quien recibió la mayor parte de los reproches rivales, especialmente por parte de los más relegados en las encuestas, que buscaban su fallo para lograr sus segundos de gloria en los resúmenes televisados posteriores.
Warren, que ha logrado remontar la apabullante ventaja en las encuestas que poseía Biden hasta llegar a superarle en algunos sondeos, fue la protagonista en la primera parte del debate, cuando se concentró en su defensa de la sanidad gratuita universal (Medicare for all) y la creación de un impuesto a la riqueza, dos de los ejes de su campaña. En ambos casos sufrió algunos ataques de los rivales, que tildaron sus planes de demasiado ambiciosos y de falta de concreción. Sin embargo, ella se mantuvo en su mantra habitual: "Sé lo que está roto y sé cómo arreglarlo".
Biden, por el contrario, volvió a mostrarse débil tanto en la elaboración de su discurso como en los careos que tuvo con sus contrincantes. Amparándose en la muletilla "soy el único de aquí que...", intentaba subrayar su experiencia previa una y otra vez como ya hizo en los debates anteriores... tras los que perdió apoyo en los sondeos. Su discurso trabado, un atragantamiento a destiempo y la ausencia de medidas estrella u originales le pasaron factura. Su única sorpresa de la noche, la publicación de sus informes médicos para constatar su buena salud, fue torpedeada por uno de los moderadores, que le preguntó por qué los difundirá dentro de unos meses y no inmediatamente. Su cortocircuito posterior es el símbolo perfecto de la fase por la que atraviesa su campaña, que no hace sino perder adeptos a falta aún de cuatro meses para que empiecen las votaciones de las primarias.
A Bernie Sanders, sin embargo, parece que su operación de corazón tras el infarto que sufrió hace unos días le ha revigorizado. Pese a no realizar intervenciones brillantes, fue claro y plantó cara en temas que otros eludieron, desde su programa de empleos federales al "abandono" de los kurdos que ha ordenado Trump en las últimas fechas. Quizá por el cansancio acumulado en el debate de tres horas de duración, su habitual tono regañón que empleó al inicio de la contienda fue dando paso a una puesta en escena más templada aunque decidida. Así, parece complicado que su rival ideológica, Warren, pueda haberle robado votos tras este encuentro, y eso ya es una victoria para él a estas alturas de la carrera.
Buttigieg y Klobuchar se ganaron seguir en la pelea, pero Kamala Harris no logra mantener la pegada de hace unos meses
De entre los otros nueve candidatos presentes, cabe destacar el papel del alcalde de South Bend, Pete Buttigieg, y de la senadora Amy Klobuchar. El primero, siempre enarbolando la bandera de los pequeños pueblos olvidados del centro del país, volvió a centrarse en la necesidad de proponer 'planes realistas' y fue el que más interpeló a sus rivales, embistiendo a la congresista Tulsi Gabbard por sus diferencias sobre la retirada del apoyo a los kurdos. Klobuchar, de energía contagiosa y sonrisa perenne, intentó un par de bromas preparadas de casa que no funcionaron ante el público, pero supo argumentar sus respuestas y fue la única que hizo algo de daño a Warren ("tu idea no es la única idea").
Por lo demás, Kamala Harris sigue aferrada a su retahíla de datos memorizados que le resta naturalidad en el debate pese a tener un par de intervenciones afortunadas; Cory Booker insistió más en la necesidad de mantener unida a la base demócrata que en su programa político; Julián Castro pasó desapercibido; Gabbard sufrió varios rapapolvos y sólo supo sacar a relucir su pasado en el ejército; Andrew Yang apenas logró tirar una pulla a Microsoft ("nadie usa Bing hoy día"); y el debutante multimillonario Tom Steyer clavó su mirada en la cámara para soltar sus discursos memorizados, tan irrelevantes que los moderadores no se molestaban en interrumpirle cuando se le acababa el tiempo.
Coincidencias, discrepancias y ausencias
¿Las coincidencias entre todos ellos? Que es necesario destituir a Trump por permitir la injerencia extranjera en las elecciones, que las farmacéuticas deben hacerse responsables de la crisis de opiáceos que azota el país, que el derecho al aborto debe quedar recogido en una ley y no sólo en la actual jurisprudencia de la Corte Suprema y que hay que poner trabas a las prácticas monopolísticas de las grandes tecnológicas.
Discrepan, sin embargo, en la forma de poner coto al problema de las armas, en las relaciones con los kurdos y Turquía y, sobre todo, en si se debe erradicar la sanidad privada mediante el Medicare for all o seguir permitiéndola con la implantación de un programa más similar al Obamacare original.
Los moderadores dejaron fuera -aunque algún candidato lo tocó tangencialmente- las políticas medioambientales; las relaciones con China, Rusia, Corea del Norte y la Unión Europea; las medidas ante la previsible ralentización económica; la política migratoria y el muro fronterizo con México. Un debate a doce no favorece el tratamiento de los temas en profundidad, pero la criba sigue su curso. Veinte contendientes llegaron al primer debate, en este han sido una docena, y para inicios de año podrían ser apenas seis. Pese a todo, la carrera apenas acaba de comenzar.