Industria

Francesc, el Rubiralta al que le salió cruz

  • Es el consejero delegado y presidente de Celsa desde 2010
  • Los fondos acreedores quieren quedarse con el 100% de la siderúrgica
Francesc Rubiralta, consejero delegado y presidente de Celsa. EE
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Francesc Rubiralta es la pieza clave para entender la Celsa de hoy. Hijo de Francisco Rubiralta, fundador del grupo siderúrgico, la política de expansión emprendida hace 15 años que terminó por endeudar a la compañía por encima de sus posibilidades lleva su sello. El actual consejero delegado y presidente de la empresa con sede en Castellbisbal (Barcelona) tenía la mano rota de negociar refinanciaciones con la banca, pero los viejos códigos no sirven con los fondos de inversión que compraron el pasivo a las entidades a precio de saldo y los impagos provocados por el coronavirus.

A pesar de contar solo con 44 años, Rubiralta ya se ha visto en una quincena de refinanciaciones, cuenta. Hasta el momento todos le habían salido de cara. Extender vencimientos, revisar los intereses y patada a seguir se habían convertido en lo habitual. Hasta hoy, con una mochila que roza los 2.800 millones, unos acreedores dispuestos a entrar en el capital y un rescate de 550 millones de euros congelado por parte de la Sepi.

Y no será porque no le advirtieron del riesgo que conllevaba el crecimiento. Incluso desde su propia familia. Hay que remontarse al año 2006 para encontrarse con los primeros llamamientos a la prudencia. Entonces el conglomerado estaba dirigido por los hermanos fundadores: Francisco –el padre de Francesc, centrado en el negocio del metal- y José María -que llevaba la parte médica-.

Francesc ya era un ejecutivo importante dentro de Celsa, aunque no el consejero delegado. Y un hombre importante que emprendió una expansión internacional que no gustó a su tío. Tras meses de tensiones, el detonante fue la compra de Fundia, una siderúrgica finlandesa por más de 100 millones. José María no vio clara la operación y se negó a ejecutarla porque disparaba la deuda de la sociedad.

No hubo modo de reconciliarse y tras la mediación de Goldman Sachs se optó por una solución drástica: dividir el holding. El negocio del metal se lo quedó Celsa y el farmacéutico fue para la hoy reconocida como Werfen.

Las palabras del tío de Francesc Rubiralta fueron proféticas y Celsa hoy es víctima de la deuda

Las palabras de José María Rubiralta terminaron siendo proféticas. La empresa mantuvo una agresiva política de adquisiciones que disparó su deuda en una industria muy intensiva en capital y muchos de los activos adquiridos hoy son un agujero en sus cuentas tras la crisis de 2008.

En 2010 falleció Francisco, que vivió la etapa de esplendor del grupo que fundó, tras haberse reconciliado con su hermano. El sufrimiento quedó en manos de su hijo Francesc. El heredero, eso sí, no siguió el camino habitual en las nuevas generaciones de la burguesía catalana: vender el negocio familiar para invertir en ladrillo o el mundo financiero.

Pese a los problemas de la compañía, se mantiene como un habitual en las listas de los más ricos de España. Más allá de las dificultades financieras, Celsa lucía una cifra de negocios de 4.000 millones hace doce años, cuando tomó los mandos, y cerró el pasado 2021 con 5.200 millones.

José María falleció en 2012. Hoy su hijo Marc dirige Werfen y ve la crisis de Celsa desde la barrera. La filial que parecía el patito feo en el momento de la escisión (vendía apenas 600 millones frente a los 2.800 millones de Celsa) luce saneada con unos ingresos de 1.800 millones y beneficios de 363 millones.

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