
El tabaco llegó al continente europeo con el descubrimiento de América, de donde es originaria la planta. Aunque al principio se utilizaba incluso como remedio contra ciertas enfermedades -de hecho, el primer europeo que lo cultivó fue Francisco Hernández de Toledo, médico de Felipe II-, hoy en día todos estamos concienciados de sus males.
El primer europeo que sufrió las consecuencias del tabaco fue el marinero Rodrigo de Jerez. En una de las expediciones que se enviaron al interior de las islas (Cuba o la Española), el marinero se topó con unos indígenas que les dieron a probar "un cilindro de hierbas secas envueltas en una hoja, seca también, y encendido por una punta". Rodrigo lo cogió con tanto gusto que, cuando regresó a España, era habitual verle fumar por la calle, exhalando humo por la boca y por la nariz.
La gente comenzó a murmurar que había vuelto poseído por el demonio, así que el pobre Rodrigo fue condenado por brujería y pasó varios años en la cárcel hasta que entendieron que el demonio nada tenía que ver con este hábito. Apenas un siglo después, se promulgó la primera ley antitabaco.
Urbano VII tiene el triste récord de ser el Papa que menos tiempo ha durado en el cargo: 13 días, del 15 al 27 de septiembre de 1590. Aun así, tuvo tiempo para comenzar la batalla contra el tabaco... "Todo aquel que tomase tabaco a las puertas o en el interior de las iglesias, ya fuese masticado, fumado en pipa o aspirado en polvo por la nariz sería excomulgado".
Y no serían solo los cristianos los que prohibirían fumar, pues el sultán del imperio otomano Murad IV tomó el testigo en el mundo musulmán. Lo primero que hizo nada más llegar al poder en 1623 fue aplicar la ley del fratricidio, una tradición otomana impuesta en el siglo XV por Mehmed II el Conquistador para evitar guerras civiles. Cuando se nombraba a un nuevo sultán, todos los posibles herederos (hermanos, tíos, primos…) eran ejecutados.
Otra de las medidas que implantó fue la prohibición del alcohol, el tabaco y el café. Ordenó la ejecución inmediata de todo aquel "que osara fumar sobre cualquier lugar de la tierra bajo mi soberanía". Incluso se cuenta que, por las noches, disfrazado como un súbdito más, recorría las calles y las tabernas para ver si se cumplía la prohibición, y si te pillaba in fraganti... él mismo te ejecutaba. Eso sí, parece que la prohibición sólo afectaba a sus vasallos, porque él era un alcohólico de manual.
Aun así, hubo quien intentó saltarse la prohibición tirando de ingenio: interpretando literalmente la prohibición, uno de sus súbditos excavó un sótano bajo su casa para poder seguir fumando sin incumplir los términos del precepto. Un vecino -¡cómo son los vecinos!- lo denunció y el sultán lo hizo arrestar para matarlo. Cuando estuvo frente a Murad trató de defenderse alegando que "la ley prohibía fumar SOBRE cualquier lugar de la tierra bajo su soberanía, pero nada decía de hacerlo debajo". Aquella muestra de ingenio le salvó la vida, y la prohibición se extendió a todos los lugares, incluso bajo tierra.
Para encontrar la siguiente campaña antitabaco tenemos que viajar a la Alemania nazi, donde encontramos los primeros estudios científicos, elaborados por el investigador Franz Müller en los años treinta, que relacionaban el hábito de fumar y el cáncer de pulmón. A raíz de estos estudios y con el apoyo incondicional de Hitler, un exfumador de manual, se inició una campaña contra el tabaco dirigida desde el Instituto Científico para la Investigación de Riesgos del Tabaco.
Al frente de esta nueva institución, fundada en 1941, estaba Karl Astel, rector de la Universidad Friedrich Schiller de Jena y reconocido "higienista racial". Además de la relación directa con el cáncer de pulmón, se comenzó a hablar de la nicotina como adictiva, de cómo afectaba el humo al corazón e incluso se acuñó por primera vez el término "tabaquismo pasivo" (Passivrauchen).
Obsesionados como estaban por la raza aria, había que implementar medidas para combatir los riesgos que amenazaban su ideal de raza perfecta, y se promulgó una cruzada contra el tabaco auspiciada por Hitler: "Liberar a la humanidad de uno de sus venenos más peligrosos".
Se inició una campaña publicitaria para dar a conocer los problemas de salud generados por el tabaco, se prohibió fumar en recintos públicos y medios de transporte, se aumentaron los impuestos sobre el tabaco y se prohibió su publicidad. Sólo los soldados en el frente, dadas sus especiales circunstancias, podían fumar, pero se redujo los cigarrillos que les suministraba el gobierno. Especial énfasis se puso en las mujeres y, sobre todo, en las embarazadas, con mensajes del tipo "las fumadoras no son dignas de ser esposas y madres de una familia alemana".
Como si fuese un castillo de naipes, todo se derrumbó tras la caída del régimen nazi. Las tabacaleras americanas entraron en Alemania e inundaron el mercado de cigarrillos. Fumar se convirtió en algo elegante y distinguido porque era la moda y, también, tenía su componente antinazi.
Además, los vencedores decidieron que la mayor parte de los descubrimientos científicos sobre los efectos del tabaco se "olvidaran" o "perdieran".
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