Largas avenidas desiertas donde soplan vientos fríos, comercios y oficinas cerradas, transportes paralizados: la capital de la primera potencia mundial estaba el miércoles cubierta por un volumen de nieve nunca visto.
Con palas y máquinas, los funcionarios de limpieza hacían lo posible para sacar la nieve de los frentes de los edificios de oficinas u hoteles. Todo en vano: la continua nevada -a la que se sumaba el viento frío- recubría al instante cada pedazo de vereda despejado.
Pero para frenar a Rob, de 31 años, se necesita más. El financiero se dirige a su trabajo corriendo por la calzada completamente nevada. "No tengo opción", dice. "Si miran lo que sucedió el año pasado, las personas que tienen la suerte de tener un trabajo tienen que correr", agrega el joven que viste una gabardina y un gorro que le tapa hasta la nariz.