
Como el protagonista de la película de Jack Arnold, Pablo Iglesias se vio envuelto en una extraña nube de caudillismo social de origen más visceral que racional, pero que con una vez contrastados su mensaje y su actuación personal y del partido que dirige en el escenario de las instituciones democráticas, le ha ido empequeñeciendo a ojos de propios y extraños, hasta estar a punto de quedar reducido, si el último tirón de la campaña no lo impide, a un papel casi testimonial y poco relevante en la dinámica parlamentaria y en sus propias ambiciones personales.
Un caudillo y un partido que con la ayuda inestimable de un trasnochado Alberto Garzón y su Izquierda Hundida se conforma hoy como el más fiel exponente del "populismo verbal y la desorientación estratégica", como le ha definido el que fuera portavoz de IU, Gaspar Llamazares, hoy dirigente y fundador de Actúa.
Así, en poco más de dos años hemos asistido a una transformación política y personal en la que del personaje arrogante y prepotente que en 2016 salió de La Zarzuela exigiendo a un inconsistente Pedro Sánchez la vicepresidencia del Gobierno, las carteras de Interior y de Defensa y el control del CNI y de la radio y la televisión públicas, hoy apenas queda la fachada sobre los cimientos de un partido dividido y un electorado que por desencanto vuelve a dejarse encelar por los cantos de sirena del 'sanchismo'.
Obsérvese que no pidió Empleo, Sanidad, Educación o cualquier otro ministerio de índole social como correspondería a quien dice defender los intereses de los más desfavorecidos, sino el poder absoluto sobre los principales instrumentos políticos del Estado, al más puro estilo de sus referentes de la Venezuela de Chaves y Maduro.
Un Pablo Iglesias que ya no exige, sino implora un puesto en la mesa de Sánchez, aunque sea de segunda fila, y que ha llevado a su partido de ser la amenaza del sorpasso al rol de posible sorpassado por su antiguo amigo Errejón en Madrid y por su fotocopia en forma de Vox pero en la acera de la derecha en el conjunto del Estado.
El mismo Pablo Iglesias que denuncia un boicot mediático cuando está un día sí y otro también en las cadena de televisión y que se rasga las vestiduras porque los bancos financian a los partidos políticos y a medios de comunicación pero que acepta de buen grado el crédito de esos mismos bancos para que el pueda financiar su chalet de lujo en una zona residencial de la Comunidad de Madrid. Un crédito que ya se ha asegurado va a poder seguir pagando al colocarse él y su pareja en los puestos de privilegio de las listas al Congreso y que les asegura el escaño al menos cuatro años más. Unidos pueden