Firmas

El Rey ejerce el único liderazgo público en España

  • Es, desde sus intervenciones sobre la intentona golpista, un referente moral
El Rey Felipe VI, durante el discurso de Navidad. Foto: EFE

Cuarenta y ocho horas después del mensaje navideño del Jefe del Estado hemos corroborado una vez más la inutilidad de las reacciones de partidos políticos y sus dirigentes sobre el contenido de ese discurso. Hice la apuesta con varios familiares sobre las frases que utilizarían PSOE, PP y Ciudadanos al acogerlo con satisfacción y las que emplearían Podemos, ERC, PdeCat o PNV en descalificarlo. El pleno fue total. Podrían haber puesto las grabaciones de años anteriores porque han empleado hasta las mismas palabras para valorar la intervención del Rey en televisión. Lo preocupante de la actual etapa política que vivimos es que con frecuencia adivinamos lo que van a decir unos y otros sobre los asuntos de actualidad, sin que sea ya necesario ni escucharlos.

El mensaje de Felipe VI ha demostrado que en España solo hay en este momento un liderazgo en la vida pública, y es el suyo. El Rey es, desde sus intervenciones sobre la intentona golpista en Cataluña, un referente moral, un símbolo que ha crecido al mismo ritmo que ha menguado el prestigio de otras instituciones como el gobierno. Los ciudadanos españoles han encontrado en sus palabras la guía que necesitaban, han escuchado las cosas que querían oir y que nadie más ha pronunciado. El famoso alegato en defensa de la ley del 3 de octubre le permitió tomar en sus manos una bandera, la de todos, que ha resultado tener muchos más adeptos de los que se pensaba. Hoy en nuestro país no hay otro personaje que sepa como él contestar a las invectivas separatistas en cada intervención, como la del aniversario de la Constitución o como este mensaje de Nochebuena que precedió a la cena de millones de compatriotas. No podemos ignorar que sólo tres días antes el presidente del gobierno había aceptado en Barcelona someterse al rebaje institucional que tanto les gusta a los independentistas en relación al Estado, y que todavía hoy vamos conociendo cosas de aquella reunión que los servicios de comunicación del ejecutivo se habían ahorrado comunicar, en la convicción de que el interlocutor sabría guardar la confidencialidad de determinados aspectos inadmisibles de sus exigencias.

La apelacion del monarca a la reconciliacion y la convivencia debería sonrojar a los líderes políticos, a unos más que a otros pero a todos sin excepción. Se han acostumbrado a primar sus intereses partidistas frente a los generales del país, y ya cuesta trabajo encontrar una sola decisión, declaración o gesto que no tenga como objetivo ensalzarse a uno mismo o erosionar al adversario. Todo tiene una intención y es captar votos, aunque como es el caso no haya elecciones generales hasta dentro de un año y medio. Por medio hay unas regionales, locales y europeas que exigen el engaño permanente y sin concesiones. La voz del Rey ha clamado en la noche más sincera de año para que se cumpla la norma fundamental que nos protege, que no es algo inerte sino que está vivo cada día.

Pero esta vez Felipe VI fue más lejos aún al centrar buena parte de su intervención en esa parte de la población que en 15 años será la que lleve las riendas del proyecto común que compartimos. Hay una deuda con nuestros jóvenes que quieren vivir y convivir pero tienen problemas serios, según les dijo claramente el primero de los españoles. Pocas veces alguna autoridad se ha dirigido a ellos sin prometerles algo o reclamar su voto. Por eso el liderazgo monárquico se hace aún mayor tras mensajes como éste.

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